Casi podría decirse que el titulo es una redundancia, puesto que en el hemisferio norte agosto es el mes central del verano, en el que, aparte de ser el preferido por la mayoría de la población para disfrutar de las vacaciones, se disparan las temperaturas y los días sofocantes se multiplican como si de un castigo bíblico se tratase. En estas latitudes, calor y agosto pueden usarse como sinónimos. Y los que aborrecemos las aglomeraciones y los insomnios nocturnos a causa de un sudor que humedece las almohadas, no soportamos el calor de agosto. Tampoco el de julio ni el de septiembre. Demasiado calor y durante demasiado tiempo, ya que entre los prolegómenos y la agonía de la estación, el calor dura cerca de cinco meses, demasiados meses que achicharran el ánimo y derriten las meninges. Pero agosto tiene algo bueno: en él ya se empieza a percibir una mengua de la luz a medida que transcurren los días. Es un aviso, una leve esperanza para los que añoramos la brisa fresca, la quietud de los espacios y el silencio en el horizonte. Pero hasta entonces, hay que aguantar este calor de agosto. Un verdadero suplicio que se hace más llevadero con las melodías refrescantes del "Verano" de George Winston...