Un muchacho nuevo que pasaba los discos no había sido capaz de hacer bailar a la pibada milonguera, que divertía su tedio jugando a la baraja y triturando hielo en las axilas.
Con el bochorno nocturno el dijey creyó que era conveniente Disarlear Pugliesiando sin tener en cuenta que la lentitud acrecentaba el caldo humano en que nos habíamos convertido. Sin saber que a veces hay que ser más caluroso que el calor para sentirse vivo. Sin entender que es necesario fluir para mantenerse termodinamicamente estables.
Las tandas parecían de Chopin, los milongueros yogures aplastados al costado de la calle, diseminando los miembros en desorden.
Ni una sola milonga, ni un tango Canariano, Ni un Firpo con el que mutilarse lentamente las canillas a golpe de tacón.
Aburrida, las flores del bailongo engalanadas leves y firmes en su gracia se dejaban regalar por los piropos un tanto guarangos de sujetos sin ningún crédito usual para la conquista con imposibles promesas de frescor.
Hasta Cacho y Pocho," los milongueritos del amor", famosos por su larga lista de oportunidades desaprovechadas acariciaban ya un éxito casi seguro en los brazos de alguna piba crédula de mediano ver a las que habian asegurado un baño en piscina de helado de limón y Champan.
Sobraba pista por todos los rincones.
Entonces, mientras Catulo Bernal, el poeta de la milonga me convidaba una ronda de tinto de sospechoso aroma, avinagrado en aceleración climática, sentí un estruendo que en principio me pareció un trueno anunciador de una potente y refrescante lluvia.
Pero no. Era un pañal caído del cielo - o de las inmediaciones - que fue a impactar en toda su extensión sobre la cara estólida del pincha discos, dejándolo al instante sin sentido.
Mientras se llevaban al desventurado se hizo cargo de la música el loquito Piazzolla y enseguida fue como si nos hubiéramos sacudido la torpeza y nos alivianaramos de capas y capas de gravedad.
Petrona y Querosen, Lala y Marulo, Pizichanga y los Tahititas, comenzaron a picarse, a ver quien gastaba los tangos con más energía. Y luego, casi toda la concurrencia se puso a Troilear, olvidando los achaques, los ahogos, la difusa irrealidad de lo cotidiano. Cerca del palo mayor un devoto agradecía con las manos juntas a la estampita de San Finito Escabiadin, que había propiciado el milagro doméstico de silenciar un musiquero malo.
Y luego pareció que el aire se refrescaba con una llovizna.
Pero eran nuestras ansias.
A la mañana el sol volvería a arremangarse para darnos tortazos en medio de la cara. Y nosotros volveríamos a esquivarlo siendo mas calurosos que el calor.
Al final fue una gran noche para todos.
Menos para los grandes perjudicados de siempre:los "milongueritos del amor", incapaces de sostener sus decires, ya rumiando en silencio otra noche de derrota y posterior amanecer con pizza triste, sin mujer ni caricias...
* la imagen que acompaña este post es un cuadro de Remedios Varo, una pintora recomendada por Julia Peralta.