Calostro, cuerpo y cuidado, por Ester Massó Guijarro

Por Tenemostetas
LA LACTANCIA MATERNA COMO CATALIZADOR DE REVOLUCIÓN SOCIAL FEMINISTA (O APRETANDO LAS CLAVIJAS AL FEMINISMO PATRIARCAL):  CALOSTRO, CUERPO Y CUIDADO

 "Tales interrogantes no existirían si lactar hubiera sido algo propio de hombres. Esa fabulosa capacidad nutricia, formadora, ciudadanizante, pacificadora, integradora, sexualmente enraizada… sería un canto, sería patrimonio inmaterial de la humanidad, habría gestas a la teta, por supuesto habría prolongados permisos para ejercerla, se retribuiría económicamente… y seguramente no existirían pastillas para inhibirla. En todo caso para potenciarla (si consideramos la existencia de la Viagra)" 
AUTORA: Ester Massó Guijarro (Instituto de Filosofía - CSIC)

Comunicación presentada en el XLVIII Congreso de Filosofía Joven: “Filosofías subterráneas”, Donostia-San Sebastián, 4-6 mayo 2011 [próxima publicación en Actas del Congreso].

Tomada de: http://caso.omiso.org/docs/masso_lactancia.pdf
Nota de Ileana Medina Hernández: No conocía hasta hoy de la existencia de esta comunicación presentada en 2011 en un Congreso de Filosofía Joven en San Sebastián. En él, se amplían y resumen muy bien bastantes aspectos tratados por mí a lo largo de este blog. Gracias a su autora por las citas.  He querido reproducir el texto completo aquí para no perderlo si lo bajan de la red. De cualquier modo, recomiendo leerlo mejor en el pdf original, con sus notas al pie, negritas... y otros elementos de formato que cuesta mucho reproducir aquí. 
Resumen
Este artículo plantea la lactancia materna desde una perspectiva filosófico-antropológica
que vindica y argumenta su multidimensionalidad, desmarcándose de su
habitual marco conceptual y experimental de las ciencias de la salud. Se sostendrá la
lactancia materna como un espacio privilegiado para el empoderamiento femenino y la
transformación social, profundizándose en su especificidad desde la reflexión sobre el
género y su dimensión de sostenibilidad económico-ecológica. Será crucial para esta
discusión el ámbito reflexivo de las éticas del cuidado y la interdependencia, así como
la crítica a la distinción capitalista de los espacios público-privado, que conlleva una
concepción monetarizada del trabajo gran generadora de exclusiones socioconceptuales.
Palabras clave: lactancia materna, feminismo, cuidado, calostro.
Keywords: breastfeeding, feminism, caring, colostrum.
1. Obertura: lactancia materna y filosofía, eyecciones y preguntas incómodas

Mamar (Del lat. mammāre, amamantar):
1. tr. Atraer, sacar, chupar con los labios y la lengua la leche de los pechos.
2. tr. Adquirir un sentimiento o cualidad moral, o aprender algo en la infancia.
Mamó la piedad, la honradez”. RAE
La lactancia materna nunca ha sido un objeto de estudio para las ciencias
sociales o las humanidades, reduciéndose su realidad a un mero hecho fisiológico sin
interés filosófico o especulativo. Las ciencias de la salud han monopolizado este campo
hasta hoy, reivindicado su relevancia crucial para el bienestar materno-infantil. Por otra
parte, los relativamente recientes movimientos sociales de apoyo a la lactancia materna,
encabezados por grupos de mujeres autodenominadas feministas, ponen de relieve que
este fenómeno resulta altamente polifacético en su implementación, interpretación y
agencia social por parte de las propias madres lactantes.
Esta propuesta pretende abordar la lactancia materna desde una perspectiva
interdisciplinar para reclamarla como espacio de transformación social feminista, donde
las madres lactantes son capaces de generar altruismo y cooperación social, tanto a
escala micro (con su bebé particular) como a escala macro (a nivel social). El objetivo
final es reivindicar la lactancia como objeto de estudio relevante para ciencias sociales y
humanidades, de un lado, y como objetivo feminista, por otro lado, con capacidad
emancipatoria y de empoderamiento femenino.
La lactancia materna se tratará aquí como metonimia, pretexto o parte del todo
de un conjunto de prácticas más amplio que se arracima en torno a ella, o del que
podemos considerarla como núcleo central, a saber: la gestación, el parto y la
exterogestación (a través de la lactancia materna), y finalmente la crianza, practicados
de otro modo. Así, se reclama lo proteico de la lactancia materna a la luz de cuántos
campos y temas nos permite explorar, y través de cuántos campos y temas se permite
explorar.
En el mundo occidental, desde mediados del siglo XX, se ligó la lactancia
materna con las ataduras femeninas por parte del patriarcado a la esfera doméstica, y a
una concepción naturalizante y meramente reproductiva de la mujer. Hoy hallamos, sin
embargo, una reevaluación de la lactancia materna desde ópticas bien distintas, incluso
feministas, que funcionan a la par que el nuevo reconocimiento, desde las ciencias de la
salud, de los efectos tremendamente beneficiosos de la lactancia materna no solo para el
bebé sino también, muy especialmente, para la madre (desde el punto de vista holístico
de salud que defiende la OMS). En este sentido, no dar el pecho al bebé no es
perjudicial solo para el bebé sino también para la madre, y precisamente en este sentido
no dar el pecho tiene otra lectura bien distinta que la de la liberación de la mujer: un
claro perjuicio para la mujer, de raíces profundamente patriarcales.
Una de las tareas improrrogables en esta reflexión es la abordar una suerte de
blindaje epistemológico frente a los numerosos prejuicios de que es objeto la lactancia
materna. Sostengo que estos prejuicios hunden sus raíces en la razón patriarcal, aunque
a menudo lleven ropajes de ciertos feminismos. Filosofar es a menudo, o siempre, hacer
(se) las preguntas adecuadas. O al menos las incómodas. Así empezaremos formulando
algunas interrogantes incómodas. Lactar implica la eyección (o eyaculación) de un
fluido corporal, en su definición más roma. Es un acto también culturalmente marcado y
ha acarreado todo un mundo de interpretaciones y prácticas. En su devenir, ciertos
sectores sociales y personas se han cuestionado el hecho de esta eyección láctea; se
puede plantear este problema en el marco de la crítica de la naturalización del cuerpo
femenino. Sin embargo, ¿cuándo y qué discurso se ha planteado jamás la eyección, o
eyaculación, de semen por parte del cuerpo masculino, por ejemplo? Que yo sepa,
ningún hombre, cuerpo masculino o como quiera llamársele, heterosexual, homosexual,
bisexual o transexual, ha renunciado nunca a eyacular semen desde su pene (salvo en
los casos de transexualidad que hayan implicado, por otros motivos o preferencias, una
extirpación de pene).
Qué eyección de qué fluidos sean objeto de debate político no es una cuestión
baladí. Como tantas otras, hunde sus raíces en el patriarcado. Lo que deseo, pues, es
reclamar la reflexión sobre la lactancia materna y lo que puede involucrar desde
perspectivas nuevas. Mirarlo desde otros lugares. Y ver qué resultados obtenemos. Esta
inquietud me surgió a raíz de mi propia experiencia lactante y de mi observación
(participante) de otras experiencias similares con madres-bebés lactantes y en grupos de
apoyo relacionados. La inquietud de este texto nace, así, de un craso empirismo, de una
vivencia en primera persona, no de una entelequia.
Se presenta como rupturista, revolucionario, rompedor, el hecho de que Beatriz
Preciado experimente untándose testosterona en gel a modo de acto performativo o o
práctica paródica para cuestionar atribuciones clásicas de género. Es decir, que
experimente chutándose con una hormona que ha sido tradicionalmente más masculina,
o cuando menos está en mayor cantidad en los cuerpos masculinos, hasta la fecha, lo
que ha influido por cierto de modo profundo sus reacciones individuales y por ende el
curso histórico del patriarcado (dada la íntima relación o concomitancia de la
testosterona con la agresividad): violencia social, guerras, etc. Incluso ha determinado
hasta qué punto consideramos, de modo popular, la historia como la narración de
invasiones, conquistas, matanzas y opresiones. En lugar de, por ejemplo, qué sucedía
dentro de los hogares o en las familias, o cuál era la agencia cotidiana de las mujeres,
etc.
Las lactivistas, por su parte, se chutan de forma más económica y menos
mediática generando sus propias hormonas a través del parto natural y la práctica
lactante. En la fase expulsiva de un parto natural, por ejemplo, el cuerpo alcanza los
niveles más altos de oxitocina (la potente “hormona del amor” presente en losorgasmos)
posibles a lo largo de una vida humana. Estos modos escogidos de “chute
autogenerado”, por llamarlos de algún modo, son en cambio a menudo incluso
denunciados desde ciertos feminismos como retrocesos conservadores, por ejemplo,
frente al uso de la epidural o incluso la cesárea programada sin motivos médicos. Este
uso escogido, esta libre agencia del pecho o el parto, esta apropiación y resignificación
cultural de la lactancia que tiene, como cualquier hecho humano análogo, un soporte
“fisiológico” de eyección de un fluido, ¿por qué ha de ser menos revolucionaria que la
testosterona gelificada de Preciado, entre otros ejemplos posibles? ¿Acaso las hormonas
más presentes en los cuerpos de estas madres, sus picos de oxitocina y prolactina, son
menos revolucionarias que la testosterona? ¿Por qué? ¿No será que, una vez más, lo que
ha sido propio de la mujer desde antiguo se desconsidera? De hecho, si nos ponemos a
pensar sobre las típicas conductas relacionadas con la mayor segregación de unas u
otras hormonas, comportamientos como la cooperación y la empatía se vinculan en
mayor medida con las hormonas más frecuentes en cuerpos de mujer, y viceversa: a
mayor testosterona, mayor agresividad. No pretendo hacer aquí un análisis de
correspondencias fisiológico-sociales-comportamentales de hormonas, sino llamar la
atención sobre qué asunciones manejamos pasándosenos a menudo desapercibidas.
Puestas a experimentar, ¿por qué no hacerlo con otras hormonas más social y
ecológicamente sostenibles?
Resulta cuando menos curioso que hayamos de comenzar estas reflexiones
confrontando críticas desinformadas y con descaradas raíces patriarcales. No
pretendemos “naturalizar” a las “mujeres”. No pretendemos hacer una prescripción
moral sobre la lactancia. No pretendemos reducir la mujer a madre ni volver a “recluir”
a la “mujer-madre” al hogar. En los epígrafes que siguen se tratará de explicar por qué todos estos “temores” de las personas detractoras (o como mínimo reticentes o
refractarias) ante la latencia materna son infundados y basados en razonamientos
patriarcales (y capitalistas, por ende). Porque cuestionaremos la división de lo público y
lo privado, ya que la teta no es necesariamente doméstica (de hecho, lo es solo en las sociedades occidentales, y esta reclusión tiene mucho de opresión de género). Porque no
todas las madres lactantes son heterosexuales ni se identifican, en general, con la familia
tradicional y el heterosexismo compulsivo del que habla Butler.
Aquí reclamo, finalmente, el derecho a hablar de lactancia materna (y por
extensión la gestación, el parto y la exterogestación) en relación a asuntos más
filosóficamente “serios” según la tradición. Porque, entre otros asuntos, si hubiera sido
una capacidad masculina la de desarrollar el complejo mundo que reducimos con el
nombre de lactancia materna, una realidad esencialmente de alteridad y con potenciales
claves de varios tipos, acaso este texto no fuera provocación ni desafío sino un discurso
ya manido y, desde luego, un campo de investigación ya agotado.
En cuanto al título escogido (voluntariosamente provocativo), deseo explicar el
uso de término feminismo patriarcal. Este aparente oxímoron, que escribí de modo
intuitivo –para comprobar más tarde que aparecía designado ya como tal en otros
lugares- se refiere al intento de igualar el valor de la mujer al hombre tratando
exclusivamente de que aquélla emule todas las prácticas de éste, y desconsiderando
sistemáticamente valor alguno en prácticas y espacios tradicionalmente femeninos (las
palabras “exclusivamente” y “sistemáticamente” dan la clave para entender que ambos
procesos me parecen relevantes y no exclusivos), en lugar de promover codescubrimientos
mutuos y generación de prácticas valiosas más allá de las atribuciones
tradicionales de género. Se espera, de todos modos, que el discurso a continuación
continúe esclareciendo el uso de tales términos y conceptos.
2. Rostros de la lactancia materna: transversalidades y coralidades
El presente trabajo forma parte de una investigación más amplia en curso y, dadas
las limitaciones de espacio, solo podemos mencionar algunos temas en desarrollo,
quedando muchos aspectos sin profundizar, incompletos y forzosamente resumidos.
Así, mencionaremos apenas las pinceladas principales de lo que considero un mosaico
de prácticas y significaciones sociales arracimados en torno a la lactancia materna.
2.1 La teta como cuidado e inter-dependencia: lo público-privado
“Para acunar cualquier persona sirve, pensó, pero sabía que esto no era verdad" (Saramago)
“Evadido de cárceles y cepos / que no de responsabilidades y otros goces”. (Benedetti)
En la actualidad, la OMS promueve la lactancia materna exclusiva hasta los seis
meses, complementada con otros alimentos hasta los dos años y, desde entonces, hasta
que la criatura y la madre deseen. Naturalmente, llevar a cabo esta práctica lactante en
las sociedades posindustriales resulta casi incompatible con la actividad laboral, y
teniendo en cuenta la inflexibilidad espaciotemporal de producción capitalista, así como
su ligazón del prestigio social a la producción de riqueza monetarizada.
La lactancia materna, como cualquier fenómeno humano, es irreductible a lo
meramente fisiológico o corporal; mejor dicho, acaso, su corporalidad no se explica por sí misma,
a secas, en una referencia a lo carnal, aunque la carnalidad sea de extrema
importancia en el hecho de la lactancia materna. Así, como cualquier fenómeno
humano, se determina de modo cultural. Las significaciones hasta la fecha atribuidas a
la lactancia materna desde una perspectiva crítica no han sido muy positivas,
especialmente desde que la incorporación de las mujeres al mercado laboral (capitalista,
industrial, monetarizado) constituyó un objetivo feminista principal. Cuando la
distinción de los espacios público-privado se solidificó en el sistema de producción
industrial, la teta se vinculó per se a lo privado, lo doméstico. Naturalmente, en los
sistemas binarios que tan bien han analizado Butler y otras, siempre hay una parte “en
desgracia”, y ya sabemos cuál es en el caso que nos ocupa. Así, lo privado y doméstico
pasó a considerarse de menor prestigio social que su contraparte pública. Por ende, la
práctica lactante nunca obtuvo ningún tipo de consideración de prestigio (más bien al
contrario, si atendemos al dato de que las mujeres de “clase alta” que podían
permitírselo solían pagar los servicios de una nodriza).
Cuando el movimiento feminista se pregunta qué pasos es importante dar para la
emancipación femenina, solemos mirar siempre a uno de los lados: si el prestigio hasta
ahora lo han tenido el espacio público y el trabajo monetarizado, entonces la mujer ha
de ocuparlos en pie de igualdad con el hombre. Pero en ello se olvida algo: acaso sea un
objetivo radicalmente más feminista, vindicativo, emancipatorio, pretender también que
aquel conjunto de actividades y asunciones practicadas por la mujer sea considerado del
mismo prestigio y relevancia que el asumido tradicionalmente por el hombre. No para
que la mujer se dedique en exclusiva a su práctica, sino como reconocimiento de
dignidad, y como suma. Dicho de otro modo: reivindiquemos también la importancia de
lo que acontecía en el hogar, hasta el punto de que pidamos que también sea practicado
por los hombres y que eso antes “privado” pueda ser también público. Y con ello, de
paso, disolvemos tal capitalista y empobrecedora distinción público-privado. Porque en
el domus se cría, se educa, se hace la base emocional y primigenia de la ciudadanía.
Un poderoso inconveniente histórico en nuestro país para este razonamiento ha
sido la experiencia del franquismo, que enaltecía supuestamente los “valores
domésticos” con los que condenaba a la mujer a una crasa subordinación. Sin embargo,
como bien han abordado los estudios de Bock y Thane, en realidad los regímenes
fascistas y nacionalsocialistas eran bastante poco hospitalarios a la maternidad y los
valores que solían atribuírsele. Un contexto tan falocrático y falocéntrico como
cualquier dictadura, en general, y la dictadura franquista, en particular, por fuerza se
muestra incapaz de un genuino reconocimiento de la lactancia en pie de igualdad con
otras prácticas. Como en otros asuntos, nuestro pasado franquista ha condicionado la
representación y la construcción social de muchos hechos que podrían ser de otro modo,
y cuya historia diferente en otros países los hace ser percibidos de forma rotundamente
distinta.
Hoy se reivindica que el cuidado sea asumido también por los hombres, pero no
como una “condena sacrificial” que haya que compartir, sino porque esa esfera contiene
importantes valores de los que también ese sector de la sociedad debe beneficiarse. Así,
promover los valores del cuidado, sin una distinción de género, es relevante en sí mismo. Por otro lado, como señalan los estudios críticos sobre la trayectoria vital, las
actividades del cuidado se pueden alternar a lo largo de un ciclo vital entre diferentes
personas y en diferentes momentos, y en esa alternancia de tareas radicaría un
enriquecimiento socioindividual mayor, al tiempo que un incremento de la
sostenibilidad y la equidad sociales.
La ética del cuidado se extiende hoy a reflexiones desde el ecofeminismo y
enfoques como el de la ética de la interdependencia. Del mismo modo que este último
enfoque reclama la heteronomía, donde prima la alteridad del rostro del otro, frente a
la autonomía del individuo proclamada en la modernidad occidental, como una
perspectiva más acertada desde la que construir las relaciones éticas y psicológicas entre
los seres humanos o las sociedades, en la lactancia materna sucede un establecimiento
básico de heteronomía o alteridad. Esta constitutiva heteronomía o relación de alteridad
(y necesidad de cooperación intrínseca, por tanto), ¿por qué no comprenderse en clave
emancipatoria, si se sostiene en enfoques que reivindican la (co) emancipación como
necesariamente proyecto conjunto y social? Así, las éticas de la diversidad, la fragilidad
y el cuidado se compadecen de forma crucial con la práctica lactante ya que discuten y
cuestionan sobre los clásicos conceptos de independencia o emancipación. Nos aportan
así un marco de reflexión útil para dialogar con el hecho que nos ocupa, ya que la
lactancia materna es una cuestión necesariamente colectiva, un fenómeno coral que no
involucra solamente a la madre y al bebé lactantes, sino que requiere un contexto de
interdependencia y reconocimiento sociales (un entorno cooperativo) para poder fluir.
Además, durante la lactancia materna tanto la madre como el bebé presentan un cierto
modo de diversidad funcional: funcionan de otra manera, y a ello habrían de
acomodarse los espacios públicos y las concepciones que les subyacen si desean ser
acogedoras de tal diversidad, so pena de condenar a las lactantes, como de hecho
sucede, a un ostracismo social que obedece, una vez más, a una razón patriarcal y a una
razón capitalista.
Resulta crucial en esta reflexión la perspectiva silenciada y casi ausente de los
bebés. Contra el adultocentrismo (una forma de “ismo” etario, por así decir:
discriminación por razones de edad), se erige la perspectiva de los bebés y menores en
general, que podemos defender desde diversos lugares (la ética de los intereses, la
defensa de los derechos de los bebés). Hemos de reconocer el hecho palmario de que las
criaturas bebés también poseen preferencias aunque no puedan expresarlas verbalmente
y por ende no puedan ser actores políticos, y que la lactancia materna es probablemente
uno de sus intereses fundamentales. Esta rama de la reflexión, a mi entender la más
profundamente vinculada con la dimensión ética de la lactancia, no constituye en este
artículo el objeto principal de trabajo, pero queda al menos mencionada por su alta
relevancia.
.
2.2 La teta como política: el lactivismo, la casa y la calle

Las cuestiones de parentesco, de la familia, de la labor, son cuestiones políticas […]
Todas estas acciones son luchas, incluso diría prácticas de libertad. Las prácticas de
supervivencia son extremadamente importantes; si decimos simplemente que son mera
vida orgánica, no podemos reconocerlas como luchas políticas” (Butler)
El lactivismo es la defensa del derecho del bebé/niñx a ser amamantado y de la madre
a amamantar, a demanda, en cualquier lugar, sin miradas ni comentarios de
desaprobación y hasta que el niñx lo desee" (Movimiento lactivista)
Las lactivistas son personas que transforman las categorías sociales atribuidas al
hecho de lactar y con ello generan redes de cooperación, altruismo y solidaridad
recíproca que son ejemplos en sí mismos de los potenciales revolucionarios de la
lactancia a nivel social macro y micro. Las lactivistas son activistas lactantes, son
activistas mientras lactan, no en momentos y espacios diferentes; es decir, su lucha
política no acontece diferenciada espaciotemporalmente de su condición de lactantes, de
modo que actúan siempre junto a sus criaturas, asumiendo su condición de interdependencia
y heteronomía sustanciales, y no además como carga pesada sino como
valor positivo. En sus actividades y encuentros suelen insistir en el eslogan “niñas-niños
y bebés son bienvenidos”.
Así, sucede un fenómeno de reapropiación de un espacio tradicionalmente
femenino que queda resignificado culturalmente. La disminución de la práctica lactante
que comenzó en torno a las décadas cincuenta-sesenta en Occidente es comprendida
como una forma de desempoderamiento de la mujer ejecutado desde la alianza del
patriarcado y el capital, en lugar de como un logro feminista (análogamente al
desempoderamiento de las mujeres en el momento del parto, por ejemplo, desde la
irrupción de los valores médicos, que por cierto comenzaron suponiendo un incremento
ingente de la muerte perinatal materno-infantil, contra lo que suele argüirse; hoy en día
la asociación “El parto es nuestro” posee un grupo de investigación sobre violencia
obstétrica como una forma recientemente reconocida de violencia de género, y que
sucede de forma habitual, consentida e incluso inadvertida a menudo en los paritorios de
nuestro país).
El lactivismo supone, así, una reevaluación epistemológica del fenómeno de la
lactancia materna desde la transformación social que opera, y que consideramos aquí
como excusa o pretexto empírico para una refundación de la lactancia como práctica
feminista.
Una aproximación a los movimientos de apoyo a la lactancia materna y prácticas
asociadas nos ofrece interesantes constataciones, por ejemplo en cuanto a nomenclatura.
Los nombres de estos grupos oscilan a menudo entre la abierta confrontación y
reivindicación políticas (“La liga de la leche”, “El parto es nuestro”, “Que no os
separen”), el desafío provocativo en nombres de blogs (“Tenemos tetas. Maternidad
impúdica”, “Úteros de guerrilla”, “Madres insumisas”) o las imágenes metafóricas o
cuasipoéticas relacionadas con la leche en sí (“Vía láctea”, “Génesis”, “Ocean”,
“Mamantial”) y de ternura maternofilial (“Mamilactancia”, “Entremamás”). Es
indudable que nos hallamos ante una cuestión que moviliza, que no deja indiferente, que
involucra las almas y los corazones, y no solamente la mera razón instrumental o procedimental.
La fuerza de estos movimientos radica precisamente la importante presencia de la emoción que habita en ellos, de la implicación personal. Recordemos, lo personal es político.
La lactancia materna como activismo social transformador desafía nuestras
asunciones de lo público y lo privado, una vez más, ya que, como decía, las lactivistas
lo son mientras lactan. La antigua reclusión al espacio doméstico de la madre lactante es
contestado por estas personas que ocupan espacios públicos y transforman categorías
mientras lactan a sus criaturas, a modo casi de investigación-acción participativa. Se
genera, además, la práctica altruista de la solidaridad recíproca, y en este sentido estos
grupos constituyen genuinas expresiones y formas culturales de paz. Las denominadas
asesoras de lactancia aportan de forma absolutamente desinteresada su experiencia y sus
conocimientos al servicio de las madres que lo necesiten. Sin horarios, ya sea por
teléfono móvil, por email o cruzando Madrid para desplazarse al hogar de una madre
lactante en apuros. Todo por “salvar una lactancia”, como indican, usando un término
emotivamente bien connotativo.
El material empírico, por así decir, que hallamos en el mundo del lactivismo
(expresado profusamente en ciberacciones, en grupos espontáneos y asociaciones
constituidas y federadas, congresos, etc.), vuelve a sorprender desmontando algunas
críticas habituales desde ciertos feminismos (a mi entender radicadas en la razón
patriarcal) como es la de la naturalización de la mujer desde el heterosexismo
compulsivo, o el regreso de la mujer al hogar. Contra todo ello, encontramos
lactivistas lesbianas o con una sexualidad no normativa, o lactivistas altamente
comprometidas con sus carreras profesionales o en puestos de responsabilidad,
reclamando el derecho a que el Estado reconozca como un trabajo fundamental su labor
de lactantes-madres. Reclamándose, pues, prestigio social para el hecho mismo de
lactar, y la cobertura, por tanto, de un permiso de maternidad prolongado durante el cual
se respete el puesto de trabajo y haya remuneración (las políticas de género de algunos
países nórdicos avalan esta cuestión: Suecia, por ejemplo, presenta el número más alto a
nivel internacional de mujeres en puestos de representación, y uno de los permisos de
maternidad más largos del mundo; en contrapartida, la proporción inversa sucede en
España: uno de los permisos de maternidad más breves y las cifras más enjutas de
mujeres en puestos de representación).
Así, el lactivismo pone de manifiesto que la casa y la calle pueden conjugarse;
que su distinción no es substancial sino coyuntural en el marco del sistema capitalista
que necesitó de tal dicotomía para materializarse, y que esa distinción resulta tan
insostenible hoy como el modo de producción al que obedece. Ni el hogar es tan malo
ni la teta es solo doméstica. Si la teta no ha sido un asunto público hasta ahora es
porque no la daban los hombres, sino las mujeres, o dicho de otro modo, los cuerpos
controlados, sometidos y subordinados cuyos potenciales había que supervisar y
deslegitimar.
La lactancia materna ha de reclamarse también como trabajo (se practique en la
calle o en el hogar), en su marco de crianza durante los primeros años de vida. En ello
hemos de hacernos eco del concepto ampliado de trabajo desde el trabajo “clásico” al
“no clásico” (no solamente un trabajo directamente monetarizado, por ejemplo) que ya
proponen autores como De la Garza Toledo.
Considero un síntoma de evolución social crucial la ruptura de las dicotomías de
lo público-privado o lo productivo-reproductivo (al respecto de estos obsoletos
divorcios epistemológico-pragmáticos: substituir una lógica binaria, de las exclusiones
y del juego suma-cero, por otra pluridimensional, de las inclusiones y concomitancias) y
su sustitución por enfoques trans-escalares. Desde esta perspectiva, se defiende una
reevaluación del ámbito doméstico (y ahí se engarza la ética del cuidado que propone a
los hombres como nuevos sujetos del cuidado y de la esfera doméstica) y la lactancia
materna como trabajo generador de riqueza de varios tipos, material desde luego y
también inmaterial e intangible.
Todo ello se relaciona asimismo con la vinculación del valor del cuidado, por un
lado, y con las prácticas de cultura de paz y decrecimiento, por otro, que abordamos a
continuación en aras de una mayor comprensión, y aun asumiendo que tratamos de
nociones solo aprehensibles a modo de constelación conceptual, por así decir.
2.3 Teta, cultura de paz y decrecimiento
La consigna actual es detener la destrucción de la biosfera y potenciar una actitud
positiva frente a la vida. La crueldad contra el recién nacido no tiene ya ningún sentido
[…] Una humanidad que cese en su afán de dominio destructivo de la biosfera, una
sociedad que, en definitiva, consiga detener su autodestrucción. Pero en una sociedad en
que la prolactina es escasa, esto difícilmente puede convertirse en una prioridad”.(Michel Odent)
La práctica del lactivismo, que acabamos de describir, constituye en sí un
ejercicio de cultura de paz y cooperación, ya que involucra los valores del altruismo y
la solidaridad recíproca, de la libre asociación y de la no competencia. Sin embargo, la
lactancia materna (y la crianza con apego que suele conllevar) posee un potencial de
cultura de paz que transciende el aspecto de intervención social directa recién descrita.
El concepto de revolución calostral del obstetra Michel Odent explica esta vertiente.
Odent ha descrito cómo el tabú del calostro se hallaba presente en multitud de culturas,
que vetaban de diversas maneras la toma del calostro por parte del neonato durante los
primeros días. Esta privación está relacionada con la maximización del potencial de
agresividad en las personas, lo que suponía una ventaja desde el punto de vista de la
selección. Frente a ello, la no perturbación de la relación entre madre y recién nacido
supone una revolución contracultural, en la que los recién nacidos experimentan una
seguridad básica (en permanente contacto con sus madres) que influirá de modo crucial
en su salud emocional: “La revolución calostral es una etapa que obligatoriamente hay
que pasar en el camino hacia la convergencia entre instinto y ciencia. Entre el cerebro
primitivo y el neocórtex”. Prácticas como el Método Canguro o la vindicación del
concepto de continuum acuñado por la etnopediatra Jean Liedloff tras su experiencia
con la tribu yecuana son otros ejemplos en la misma línea.
Odent ha desarrollado asimismo numerosos trabajos sobre la oxitocina, la
llamada “hormona del amor”, y cómo determinados contextos hormonales influyen en
las relaciones altruistas entre los seres humanos (no es casual, parece, la fluidez de la
ayuda mutua entre los grupos de lactancia, donde las madres están inundadas de
oxitocina y prolactina.) En la esfera de la gestación, el parto y la exterogestación a
través de la lactancia hallamos escenarios clave de potencial social de la secreción
oxitócica. Abundan los estudios sobre los niveles de endorfinas, hormonas que
provocan la liberación de prolactina, en otras prácticas como la meditación profunda; la
actividad cerebral que generan estas conductas está ya ampliamente abordada desde
muchos enfoques, de modo que el potencial social que Odent reclama para ello no
carece de justificaciones. Él propone, así, una vía de investigación para un mejor
conocimiento humano a través del estudio de cómo los niveles hormonales medios de
una población modelan las características de un medio cultural determinado. En
definitiva, se sostiene que la lactancia materna prolongada genera praxis y personas más
cooperativas, altruistas y emocionalmente estables, lo que la define como contribución
clave a una cultura de paz.
No es baladí, por otro lado, que el mismo discurso de Odent, un obstetra
estudioso de la lactancia y fenómenos afines, hable de sostenibilidad ecológico-económica,
este objetivo hoy irrenunciable para cualquier enfoque con pretensiones de
legitimidad ética. Aspectos en la lactancia materna como la autogestión, la gratuidad, la
condición de práctica relacional no mercantil, se vinculan a modelos de crecimiento
alternativo y sostenibilidad, lo que redunda de forma directa en la disminución de costes
sociales en cuanto a conflictos, desgaste del medio ambiente y dolencias diversas en las
personas.
Dar la teta es gratis, y por tanto un pecado capitalista que sitúa esta dinámica
fuera de la esfera mercantil (y) monetarizada. Además, por ende, amamantar requiere
tiempo de cuidado exclusivo (durante el cual la mujer no es "productiva
monetariamente” de forma directa) y ausencia de estrés, elementos todos ellos cuasi
imposibles en la sociedad posindustrial y capitalista. Técnica social por antonomasia
para disuadir, subrepticia pero inexorablemente, en la práctica de algo: restarle prestigio
social, crear incluso el ostracismo social, al que se ven hoy abocadas hoy muchas
madres – y padres- que crían a sus hijos personalmente, algo no muy frecuente en la
sociedad del cuidado externalizado.
Además, la lactancia prolongada suele implicar una drástica disminución de
inversión económica, durante años, en productos como leches de fórmula o biberones, y
por supuestos fármacos (para ambas personas lactantes, madre y bebé). Por ende, la
lactancia materna implica, en su contexto general de crianza con apego, un
planteamiento vital diferente donde no prima la producción sino el cuidado, que no
puede acelerarse. Con mucha frecuencia, las lactivistas también son parte de
cooperativas de consumo o bancos de tiempo, por ejemplo, abiertos desafíos al modo de
producción capitalista. Todo ello hace pensar que la lactancia materna es filosófica y
prácticamente vinculable al movimiento decrecentista o del decrecimiento, tan preciso
hoy en su crítica al capitalismo y su búsqueda por modelos sostenibles de existencia en
el planeta.
La lactancia materna se plantea así como ejemplo de práctica revolucionaria de
las relaciones sociales que se enfrentan a la lógica del capital, de la institucionalización
de la educación y los afectos, de la división rígida entre lo público y lo privado-doméstico.
En general, nos referimos a prácticas donde se sustituyen objetos (a menudo
muy costosos) e intervenciones ajenas por tiempos de lo cercano y calidad de trato
(colecho frente a cunas, cuidado y “maternaje” por progenitores en lugar de
instituciones como guarderías, fulares portabebés frente a carritos 4x4…). ¿Por qué
amamantar se considera hoy algo “privado”, regresando al debate que tratamos más
arriba? ¿Por qué la teta ata a la madre a la casa, o por qué es algo necesariamente
doméstico? Lo es mucho menos un biberón (metonimia de la liberación maternal),
porque la teta “se lleva puesta”. En la mayoría de culturas, a excepción de la occidental,
la teta es ubicua y se da donde “pille”, lo que naturalmente implica una diferente
flexibilidad en la concepción de espacios y prácticas públicos y privados, así como de la
concepción (o no) del pecho como objeto de deseo masculino (lo que nos conduce a la
siguiente reflexión sobre la dimensión sexual de la lactancia materna).
2.4 La teta y el sexo-género

Cuando una mujer amamanta, todos los efectos de la “hormona del amor” se
dirigen hacia el bebé, que se convierte en el objeto de su amor” (Odent).
“El reconocimiento de que la sexualidad primaria es una sexualidad maternal, cóncava y
no falocéntrica, no habría permitido una interpretación del mito de Edipo en los
términos del Complejo de Edipo […] No nacemos con complejos de Edipo, ni con
castraciones; no nacemos con carencias, sino con una enorme producción de deseos, de
deseos maternos, que bien pronto se estrellan contra las pautas y los límites establecidos
por las normas patriarcales” (Casilda Rodrigañez)

La gestación, el parto y la exterogestación, a través de la lactancia materna,
constituyen aspectos sexuales para la persona madre; es decir, forman parte de su
sexualidad. Está muy asumido generalmente que la concepción implica sexualidad, por
razones evidentes. No tanto lo anterior. No es una realidad muy ampliamente conocida,
y menos en nuestro contexto de profunda castración sexual judeocristiana, el hecho de
que el parto sea una experiencia sexual para la mujer, susceptible por cierto de violencia
y subordinación (como sucede en la mayoría de paritorios hoy, por ejemplo).
La exterogestación es una continuación necesaria de la gestación ya que el ser
humano nace prematuro, constituyendo la especie más altricial (lo que se relaciona en
proporción directa a la evolución de su neocórtex). Esta exterogestación sucede de
forma primordial a través de la lactancia materna, y ella es tan sexual como lo fue la
concepción de la criatura que involucra, pero las categorías sexuales que implica se
revelan tan diferentes de lo habitualmente asumido (especialmente en el mundo
occidental), tan distantes del código binario heterosexual y de las asunciones básicas del
deseo, que pasa desapercibida, finalmente, como sexualidad: una sexualidad no
falocéntrica ni heterosexista, ni tampoco homosexista, sino, más bien, pre-generizada y
mucho más holística (cóncava, como se citó más arriba). Pienso que una de las razones
por las que resulta tan difícil e incómodo aceptar estas realidades de la lactancia materna
es porque emancipan absolutamente la sexualidad de la madre con respecto de una
sexualidad falocéntrica y normativa; se substituye el objeto-sujeto de deseo,
trasladándose del hombre a la criatura bebé, y eso remueve en lo profundo multitud de
asunciones básicas en nuestras sociedades occidentales.
Así que reclamamos aquí el aspecto profundamente sexual de la lactancia
materna, en tanto que práctica sexual del cuerpo femenino y como parte del ciclo sexual
de la mujer. Además, esta reclamación no pasa por una sumisión al heterosexismo
compulsivo sino que, antes bien, se compadece de modo muy fructífero con enfoques
posfeministas como el de Butler, precisamente por su desafío del heterosexismo
dominante y performativo en relación a los posibles objetos de deseo. En este sentido, la
lactancia materna puede ser comprendida como una manera diferente, propia de ese
estadio relacional madre-bebé, de ejercer la pulsión libidinal humana, de relacionarse
sexualmente (que no genitalmente) entre criaturas humanas no genéricamente
determinadas (especialmente en el caso de la criatura bebé).
Durante el proceso de lactancia, madre y bebé están ligados emocional y
físicamente de un modo análogo a como lo están dos personas “hormonalmente”
enamoradas, por así decir. Además, la libido (genital) de la madre lactante desciende
durante la lactancia hasta niveles postmenopáusicos, lo que la aleja todavía más del
deseo de relaciones sexuales-genitales con una pareja adulta. Su sexualidad se orienta al
bebé.
Por otro lado, las nuevas técnicas de reproducción asistida han venido
virtualmente a contribuir a la riqueza de este discurso, en tanto que han permitido que
parejas de lesbianas lleven a cabo su decisión de ser madres sin intervención de un
hombre, y absolutamente emancipadas de la esfera heterosexual clásica de reproducción
humana. Así, las posibles críticas a que esta defensa de la lactancia materna pudiera
sugerir una naturalización y una generización tradicionales de la mujer, se ven
contestadas por realidades como las de mujeres que no se identifican con identidades
clásicas de género, pero que deciden usar su útero para gestar una criatura y practicar
lactancia prolongada durante años, en su libre agencia y albedrío. En congruencia con
ello, además, me parece interesante el uso del término “persona lactante”, “madre
lactante” o simplemente “lactante”, en sustitución de “mujer lactante”, para minimizar
al máximo las atribuciones tradicionales de género.
Antes de pasar a las conclusiones de este breve trabajo, mencionamos la
interesante comparación que Leboyer realiza del proceso de parto (también sexual,
recordemos) con respecto a la odisea de Ulises. Las guerras y los logros bélicos han
sido tópico y mito de los cantares de gesta de toda época y formato, hasta nuestros días.
Incluso las cicatrices del guerrero se consideran hermosas y honorables (por supuesto,
sexualmente atractivas para las mujeres). En cambio, nunca ha sido reconocida la
belleza de las marcas corporales en cuerpos de mujer como cicatrices de desgarros (hoy
aún las episiotomías constituyen auténticas mutilaciones genitales made in Occidente),
estrías o incluso las vaginas tras los partos, que hoy ya son a menudo objeto de cirugía
estética. Frente a ello, Leboyer, que no es un brujo de la Nueva Era sino un obstetra con
formación occidental y más de cuarenta años de experiencia atendiendo partos, reclama
la dimensión sagrada-mítica que sucede en el momento del nacimiento, mentando el
parto cual odisea “con objeto de rendir a la mujer los honores y las bienaventuranzas
que le corresponden”.
3. Conclusión: lactancia materna y revolución
“La civilización comenzará el día en que la preocupación por el bienestar de los
recién nacidos prevalezca sobre cualquier otra consideración” (Reich)
“La lactancia materna es un acto político de insumisión”.(Isabel Aler)
“This is my lactation room” es el nombre que adorna los bolsos que muchas
personas lactantes llevan por la calle, a modo de símbolo. Ello se debe a la
proliferación, en apariencia como defensa de la lactancia, de las denominadas “salas de
lactancia” (lactation rooms) en diversos lugares públicos, centros comerciales, etc. La
existencia de estas salas se revela como arma de doble filo, como muestra el político
eslogan de los mencionados bolsos. Si bien es cierto que algunas madres prefieren
contar con algún lugar de intimidad cuando lactan, las salas de lactancia pueden mostrar
el rostro deletéreo en su contrapartida “no se puede hacer en público”, y entendiendo
que hay un lugar designado para ello. El espacio se torna cárcel de algo que es
simplemente espontáneo y que, entre muchos otros aspectos que vimos aquí, obedece a
una fundamental necesidad de una criatura cuyos derechos queda en entredicho. El
lugar que se presenta como concesión de favor resulta en realidad un confinamiento.
Así, la mayoría de lactivistas prefieren lactar en público, en cualquier lugar donde estén,
porque es lo que les resulta más cómodo (razón práctica) y sobre todo más dignificante
(razón política).
Algunas mujeres prefieren efectivamente la intimidad de las salas de lactancia por
motivos tan escandalosos como que se sienten libidinosamente observadas por hombres
cuando lactan en la vía pública. Resulta, a mi entender, uno más entre tantos modos de
opresión y violencia simbólicas que una madre lactante haya de sentirse intimidada por
lactar públicamente porque, en efecto, haya mirones de lactancia (aquí no se ha podido
abundar en los diversos y numerosos modos disuasorios, opresivos e intimidatorios que
existen en la sociedad contra la lactancia en público).
La dimensión ética de la lactancia materna es, finalmente, ineludible. Ya
asumimos que constituye una tarea ética tratar de transformar y flexibilizar las
asunciones sociales preponderantes en cuanto al género, por ejemplo, en tanto que la
rigidez de tales asunciones tradicionales producen sufrimiento real en muchas personas
que no se identifican con ellas. O en cuanto a la diversidad funcional, o discapacidad.
Igualmente, el discurso de la lactancia materna, además de flexibilizar también, en
muchos sentidos, tales roles tradicionales, presenta asimismo una dimensión ética
directa, clara y urgente: involucra a muchas personas lactantes (adultas y menores), y
hay muchos derechos en juego como para que siga siendo considerada una mera
cuestión lateral en la crianza, o en pie de igualdad a una crianza “a biberón”, o incluso,
mucho peor, algo que desprestigiar o rechazar porque “constriñe” a la persona madre.
Existe de facto un conjunto de falacias extendidas en torno a la lactancia, tanto
en sus aspectos más fisiológicos como en los psicológicos y sociales, enraizado en el
patriarcado y el capitalismo –en este caso, en su versión de la industria farmacéutica-.
Tales construcciones falsas engloban creencias como que la madre gana peso durante la
lactancia (y, por supuesto, sabemos que no hay peor indignidad, en una sociedad
occidental frivolizada y, por cierto, obesa), que su pecho se “cae”, que padece una gran
atadura a su bebé, etc. A la base de muchos de estos temores se halla la subordinación
secular de la mujer como objeto de deseo sometido al hombre: rechazamos la teta para
lactar a los bebés porque ello implica dependencia… ¿y entonces es mejor sostenerla
como objeto estético-sexual masculino, salvaguardarla para el hombre, por así decir?
¿Eso es mejor que aquella presunta “naturalización”? La aceptación de este discurso es
mayor de lo que pudiera parecer. Así, es mejor la teta como objeto sexual en un
contexto de heterosexismo compulsivo (no olvidemos, de subordinación a los hombres,
especialmente) que como glándula secretora con unas funciones de gran sostenibilidad;
o que como objeto sexual para la propia mujer y su criatura, dicho de otro modo, ya que
la teta que eyecta leche es muy sexual, de facto (solo que no lo es para el hombre, ni se
destina al hombre). Desde el reconocimiento de la sexualidad inherente a la lactancia,
pues, el discurso mencionado se revela en su plenitud como una represión de sexualidad
y sometimiento, aunque venga disfrazado de un color de “liberación”.
Cuando además acudimos a datos contrastados sobre cuestiones objetivas en
torno a la salud de la mujer vinculadas a la lactancia, el tema se reviste aún de mayor
gravedad. Si fuera un asunto de salud masculina tan serio, probablemente ningún
hombre sacrificaría su salud (por no hablar de su sexo) a otros intereses. La lactancia
materna se relaciona con aspectos de salud tan relevantes como una recuperación más
rápida y satisfactoria tras el parto (la succión del bebé produce contracciones uterinas
que evitan hemorragias posparto), prevención del cáncer de mamas y ovarios,
osteoporosis y depresión posparto, una mejora en la adaptación a la nueva realidad
maternal, y, finalmente, una reducción drástica del número de fármacos que tanto el
bebé como la madre habrán de tomar a lo largo de su vida, atendiendo a los datos sobre
el incremento de la salud (bio-psico-social) maternoinfantil que supone la lactancia
materna, especialmente la prolongada (dos años o más). Éstas son algunas de las
ventajas más relevantes de amamantar (las que más y mejor valoran las lactivistas, que
son las vinculaciones emocionales con sus criaturas, generadoras de gran placer, ni
siquiera están incluidas aquí). En cuanto a los problemas en el proceso de amamantar,
que muchos sectores esgrimen como razón para no insistir demasiado en la lactancia
materna, siempre radican en una falta de apoyo y asesoramiento correctos a la nueva
madre. Así, errores del Estado, la administración y la institución médica (de nuestro
particular panóptico contemporáneo, dicho de otro modo).
No puedo dejar de sospechar que si lactar hubiera sido una capacidad masculina,
con tales asombrosos efectos positivos y potencialidades, este hecho ya estaría más que
loado en los clásicos de literatura universal, más que reconocido como trabajo en las
instituciones y más que ensalzado de modos diversos de prestigio social. Pensemos en
el ejemplo tan elocuente que arriba se citó sobre la presentación del trabajo de parto en
analogía a la navegación de Ulises y desarrollándose como odisea ancestral con todo su
peso de eternidad y su dimensión sagrada.
No puedo dejar de ver un acto profundamente patriarcal en la pregunta “¿Vas a
amamantar o te doy la pastilla?” que aún las matronas de muchos hospitales públicos
formulan a las recién paridas, a las hercúleas recién llegadas, sudorosas, temblorosas, de
combatir a la hidra. Porque, aparte de que tal pregunta en sí es un expresión de supina
incompetencia profesional, ya que la labor de las matronas es asesorar a las nuevas
madres del mejor modo posible para contribuir a su salud y la del bebé (y no plantear la
alternativa de la pastilla, que es un medicamento constriñente, en pie de igualdad a la
lactancia), y aparte de que tal pregunta probablemente pueda ser incluso denunciable a
las autoridades médicas, no dejo de pensar que tales interrogantes no existiría si lactar
hubiera sido algo propio de hombres. Esa fabulosa capacidad nutricia, formadora,
ciudadanizante, pacificadora, integradora, sexualmente enraizada… sería un canto, sería
patrimonio inmaterial de la humanidad, habría gestas a la teta, por supuesto habría
prolongados permisos para ejercerla, se retribuiría económicamente… y seguramente no
existirían pastillas para inhibirla. En todo caso para potenciarla (si consideramos la
existencia de la Viagra).
Por eso la teta es revolución, como el parto es viaje y es gesta. Y por todas sus
multidimensionalidades y transversalidades, reclamamos la lactancia materna como
espacio revolucionario (catalizador de revolución social feminista), el calostro como
primicia de esta revolución y el cuidado como valor que transgrede las fronteras de lo
privado para extenderse en las trans-políticas interconectadas de la globalización.
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