¿Se puede hablar de fracaso? Por historia, quizás sí. Pero, ateniéndonos a la realidad del plantel que viajó a Venezuela para el Sudamericano 2009, no. El conjunto albiceleste fue con un equipo que no alimentaba demasiado la ilusión y, para colmo, el rendimiento fue muy flojo.
Salvio fue el único que sobresalió en la mediocridad general. Las otras estrellas de la plantilla, brillaron, pero por su ausencia. Zuculini, Cristaldo y Benavídez eran considerados referentes del seleccionado juvenil, pero no estuvieron a la altura de las circunstancias.
Nueve partidos jugó Argentina en Venezuela 2009: ganó uno sólo. La estadística es demoledora y habla por sí sola del rendimiento de los juveniles. El equipo ideal de Batista formaba con: Diego Rodríguez; Cristian Gaitán, Fernando Tobio, Julián Fernández, Emiliano Insúa; Eduardo Salvio, Franco Zuculini, Ezequiel Benavídez, Leandro Velásquez; Juan Neira y Jonathan Cristaldo.
Y pasó esa fase angustiosamente, producto de una victoria (ante Perú) y tres empates (Venezuela, Colombia y Ecuador). El pasaje a la rueda final lo consiguió con mucho sufrimiento, igualando en dos tantos con Ecuador y replegándose en defensa. Pasó por tener más goles a favor, ya que en la diferencia de gol estaban empatados en +1.
Y lo que mal empieza…. mal acaba. Tras ese pésimo arranque, Argentina mostró su peor imagen en las instancias decisivas. Fue el peor entre los seis equipos (Brasil, Paraguay, Uruguay, Venezuela –que finalmente clasificaron- Colombia y la albiceleste), que se disputaban los cuatro pasajes al mundial.
“Es un fracaso no ir a Egipto”, decía Batista tras la eliminación. Fracaso es sinónimo de desengaño, de desilusión. Este equipo nunca ilusionó. Un fracaso es otra cosa.