Pasabas por un pueblo y tenías que escuchar algo así como: ¡outro jipi maís...! Se andaba mayormente por los arcenes de las carreteras y se dormía en un pajar o en la puerta de una iglesia. Entonces sí que venía bien llevar esterilla, y un buen palo para defenderse de los perros ¡y de los pastores!
Los peregrinos, en especial los españoles y los portugueses, caminaban con ropa de calle, todo lo más se utilizaba ropa deportiva o calzado de montaña. No había prisa alguna para llegar a un albergue, apenas había tal cosa en el Camino Real Francés y prácticamente ninguno en los demás.
Algo que distinguía a aquellas primeras credenciales era la Oración del Peregrino en su parte posterior.
Cuando volvieron a cambiar las credenciales ya ni bendición ni gaitas, son dos euros por ella y caminando...
El peregrino se convirtió en una suerte de coleccionista de sellos. ¿Quién tiene una credencial firmada por el propio Monseñor? El pintor romántico de Villar de Mazarife, el menda. Parabas a dormir en Samos y te marchabas con tres sellos a cuestas, se añadían hojas en blanco para poder poner más sellos, más sellos, a mogollón. Sellabas en los bares, en las gasolineras, incluso en locales con luces de colores y chicas alegres y divertidas vestidas de ciclistas, ¡gua...!
Daniel Paniagua Díez