Voy a cambiar el Mundo, ahora vuelvo. Podría ser una frase de Mafalda pero no. Es una frase de un amigo suyo que tiene tanto de Mafalda… Esa disconformidad infantil, ese enfado perpetuo, esas ganas de actuar. Unas ganas que le hacen besar más sapos que matar dragones, que también, y de tanto besar, al final, besó el proyecto que le hizo feliz. Ya ven, a veces, estas cosas ocurren. Y fue un proyecto profesional, no vital, qué le vamos a hacer, pero feliz al fin y al cabo. Porque querer cambiar el Mundo siendo publicitario es harto difícil. Vender lavadoras, dulces de grasas poliinsaturadas o social media, da de comer, pero no alimenta. No quita el hambre, de salvar el Mundo.
En unas horas, su amigo viaja a Freetown, Sierra Leona, y después a Monrovia, Liberia, para salvar el Mundo, al menos para unas pocas mujeres. Utilizando la única arma de construcción masiva que conoce: la comunicación. Esta frase no es suya, claro, es de su amigo que para algo es copy creativo. Viva el #copypower.
Él y su socia van a grabar la realidad que viven esas mujeres para una Fundación. Un documento que servirá para informarles sobre la herida innombrable, unas graves secuelas ginecológicas tras el parto que aún ocurren por tener en el Tercer Mundo, a causa de la inmadurez de las madres o, simplemente, por la malnutrición.
Es un paso minúsculo, le dirán. Lo sabe. Malos tiempos para la cooperación internacional. Con todo lo que queda por hacer aquí. Y más conociendo los recientes datos de Cáritas y los niños. Que cada vez son legión los pequeños, aquí el primer mundo, que acuden a comedores sociales los días de fiesta porque no pueden comer en el cole. Pero por algún sitio, hay que empezar. Recientemente ha visto Searching for sugar man y fue consciente que las cosas pueden cambiar. Ahora, en su entorno, también intuye algún indicio. El viaje de su amigo, le reconcilia con la vida, qué quieren que les diga. Con lo que le enseñaron de pequeña. A hacer lo que se ama tratando de ser buena persona.