Creo que coincidiréis conmigo en que para la mayoría de madres y padres, uno de los dilemas a que tenemos qué enfrentarnos cuando viene un hijo, y que a más de uno nos quita el sueño, es cómo conciliar nuestra faceta laboral y familiar, quién cuidará de nuestro pequeño tesoro en esas horas en que nosotros tenemos que salir a ganarnos el pan.
No sé a vosotros, pero a mí las 20 semanas de baja de maternidad más permiso de lactancia acumulado, se me quedaban muy cortas. Por eso, y tras darle no pocas vueltas al asunto, mi pareja y yo decidimos que me cogiese una excedencia laboral, situación en la que permanecí hasta que el Pequico cumplió 15 meses. A pesar de ello nos seguía pareciendo que una jornada maratoniana de 7-8 horas en la guarde no era lo que queríamos para él, y contratar a alguien para que lo cuidara en casa tampoco nos terminaba de convencer. Finalmente, yo me pedí una reducción de jornada y mi marido se pasó todo el año pasado cambiando turnos en el trabajo, de modo que conseguimos, haciendo a veces auténtico encaje de bolillos, como diría mi abuela, y pringando además a toda la familia (muy dispuestos ellos a arrimar el hombro, todo hay que decirlo), apañárnoslas bastante bien. (Para los que seáis nuevos en el blog y queráis conocer la historia con más detalle, lo explicaba en su momento aquí, aquí y aquí).
Este año, sin embargo, mantener esa situación era casi imposible. En mi trabajo la cosa se había puesto más complicada y se me exigía echar más horas, por lo que aunque me acogiera a la reducción, el horario que me daban a elegir no nos solucionaba nada y a mi marido le ocurría algo parecido en el suyo; con lo cual, necesitaríamos contratar ayuda externa sí o sí. Además, al estar yo de nuevo embarazada, si seguía con reducción, cuando llegara el momento de cogerme la baja de maternidad seguiría cobrando el sueldo reducido. Así que esa opción no parecía resolvernos mucho.
Por otra parte veíamos como al peque le encantaba estar con otros niños en el parque y relacionarse con ellos, y pensamos también, que unas horitas en la guarde quizá le vendrían bien para su socialización y que disfrutaría de ello, además de servirle como una especie de adaptación antes de ir al cole el próximo curso. Máxime después de la experiencia del invierno del año pasado en el que nos encontrábamos los parques vacíos. Vivimos en un pueblo pequeño, así que todas nuestras opciones se reducían a una única guardería concertada, la cual ya conocíamos porque la habíamos visitado el año anterior y de la que como en todo en esta vida, habías cosas que nos agradaban más y otras menos, aunque en su conjunto, la impresión que nos causó fue buena.
No es mi intención ponerme a debatir en este post los pros y los contras de llevar a nuestros hijos a la guardería, quizás en otra ocasión, pero sí aclarar que las decisiones que hemos tomado al respecto en cada momento, han sido guiadas por lo que nos decía nuestro instinto de padres y las necesidades que sentíamos demandaba nuestro pequeño. Todo ello claro, dentro de nuestras posibilidades laborales y económicas y convencidos de que lo más preciado que podíamos ofrecerle era nuestro tiempo, aunque nuestro bolsillo se viera sustancialmente mermado.
Ahora emprendemos una nueva senda con el temor y la incertidumbre normales de cuando uno afronta cambios, pero con la ilusión de que funcione bien. Sé que va a ser un inicio de curso complicado, bueno ya lo está siendo, de hecho; el embarazo, los cambios en el trabajo, la adaptación de Pequico a la guardería, la casa… Siento a veces, que me faltan las energías y que todo me desborda un poco, supongo que como os pasará en ocasiones a muchos de vosotros, pero en mi biología va de serie el optimismo y el ser positiva, así que no tengo idea de cómo lo haré, pero tendré que poder y confío en que todo vaya bien… ¡Deseadme suerte!
En el próximo post os contaré nuestras primeras impresiones de la guarde y cómo está resultando la adaptación de Pequico.