Si a mediados de la década pasada la lucha contra el cambio climático era una reivindicación ampliamente sentida y apoyada por una inmensa mayoría de ciudadanos en todo el mundo, a raíz de la crisis económica a la gente le importa mucho más llegar a fin de mes o no perder el empleo que preocuparse por lo que pueda pasar en un futuro más o menos próximo con el clima global. Los gobiernos de algunos de los países que más emisiones lanzan a la atmósfera se escudaron también en la crisis para no acometer acciones contra el calentamiento global alegando que restaba competitividad a sus economías.
En definitiva, todos hemos bajado la guardia y la voz para exigir medidas eficaces contra este problema, lo que le ha venido muy bien a los gobiernos para instalarse en el inmovilismo y en las promesas hueras. El ejemplo más palpable y cercano lo podemos encontrar en España, en donde la manifestación de ayer en Madrid a favor de acciones contundentes que frenen el deterioro del planeta apenas mereció la atención de medio millar de personas. En Nueva York, en cambio, fueron más de 300.000 las que salieron a la calle, lo que pone de manifiesto que los ciudadanos de la vieja Europa, acogotados desde hace años por una crisis interminable, ya no tienen entre sus principales preocupaciones el legado medioambiental que le dejarán a sus hijos y nietos.
Lo más dramático de la situación es que la profunda transformación que está experimentando el planeta no se va a detener a la espera de que los líderes mundiales se pongan algún día de acuerdo y adopten medidas valientes para luchar contra el cambio climático y sus efectos. Las cifras revelan que los desastres naturales ya generan tres veces más refugiados que los conflictos bélicos y los científicos advierten de que como para 2020 no haya sobre la mesa acciones concretas que recorten de manera drástica las emisiones contaminantes a la atmósfera se superarán niveles considerados muy peligrosos.
Sin embargo, como en tantas otras cosas, también en la lucha contra el cambio climático se avanza a paso de tortuga que, en este caso, es como caminar hacia atrás. Así, las conclusiones que salgan de la cumbre que se inicia mañana en Nueva York y en la que no estarán presentes los primeros ministros de algunos países que como Rusia tienen mucho que decir y hacer en este asunto, se trasladarán a otro encuentro mundial previsto para finales de este año en Lima al que seguirá otro dentro de un año en París. ¡Cuán largo me lo fiáis!