Cambio de clase.

Por Negrevernis
Sí, me molestan las personas que se ponen en medio; me incomodan aquellos que tienen vocación de jueves y optan por redimirse en el centro de la sala, andando pausadamente y dejando que el aire les adelante. Quien se regodea en su punto central en un pasillo atestado de adolescentes presurosos es porque deja reposar la santa cruz de la jornada, llevando pesadamente cuaderno de notas, libro, apuntes, estuche y tal vez la agonía de una profesión mal llevada. Es, al fin, irritante saber que los laterales pueden ser ocupados en la prisa por llegar, pero el otro camina tardo, ausente de lo que le rodea.
- Disculpa, compañero.
- ¿Eh? Sí, sí, claro -contesta, asombrado ante mi presencia silenciosa.
Y además, en mi ansia por ganar tiempo al reloj, al ir a toda prisa de un lado a otro del colegio, a sus ojos, soy yo la ocupada, exhausta en la batalla campal de aguantar el tipo ante una jauría juvenil. Y no es por el apremio de que sonó el timbre del cambio de clase. Es para evitar que salga mi nombre en la lista negra de los que llegan tarde... O, tal vez, en la responsabilidad inconsciente de evitar que los alumnos de la clase del fondo se desborden por el pasillo, a riesgo de la integridad física de algo o alguien.