Cambio de género

Publicado el 04 junio 2010 por Sergiodelmolino

Ejercicio de percepción. Veamos cuán distinto suena un mismo texto con una sutil alteración de su campo semántico.

Entrevista de Víctor-M. Amela a Mónica Garaycoechea en La Vanguardia. Vaya por delante mi admiración por Amela, a quien todo el mundo conocerá por sus contras de La Vanguardia, por su capacidad para destacar desde los rincones más marginales y cenagosos del periodismo y reinventarlos, por sus intervenciones en La Ventana de la SER y, quizá mucho menos, por su papel bufonesco en el programa literario de TV3, donde gusta de salir disfrazado y de decir muchos disparates sobre los libros que se comentan.

Al grano, que me despisto. He aquí la entrevista original (un fragmento más que ilustrativo):

Mónica Garaycoechea: “Soy la diosa Afrodita, soy jugosa y hago jugosa la vida”

¿Estoy ante una diosa?

En el interior de cada mujer palpita una diosa… pero olvidada. Por suerte, toda mujer puede rescatar a su diosa.

¿Lo ha hecho usted?

Estoy haciéndolo… ¡y nunca como ahora me había sentido tan dichosa como mujer, tan a gusto en mi feminindad!

¿Qué le pasaba antes, Mónica?

Antes yo me avergonzaba de mi feminidad. Me incomodaban mis caderas, mi talle, mis pechos, mis curvas, mi útero, mis menstruaciones, mi sensualidad… Sentía antipático, ridículo y odioso lo propio de la feminidad.

¿Por qué cree que le pasaba esto?

Porque el pensamiento hegemónico -patriarcal- nos empapa a todos: lo femenino, pues ha sido percibido como extraño, oscuro, inquietante y, por tanto, amenazante. ¡Y las propias mujeres nos hemos sentido violentas con nuestra natural feminidad!

¿Hasta qué extremo?

Hasta negárnosla. La lucha feminista, focalizada en la igualdad jurídica con el hombre, creyó que había que sacrificar la feminidad.

¿Abomina usted del feminismo?

¡No! Lo agradezco, puesto que era del todo necesario. Pero hoy ya podemos reivindicar esa igualdad jurídica sin sacrificar por ello nuestra sensualidad femenina, nuestra originaria feminidad, nuestra esencia.

¿Aún hay mujeres que se niegan?

Mujeres arrastradas por su rol social ciegan la fuente de su feminidad para ser reconocidas por baremos de valores masculinos.

¿Qué les diría a esas mujeres?

Que frenen…, o les frenará la vida. Como a mí: yo era una mujer casada con un hombre de éxito, con un bebé hermoso, hogar agradable, reconocida profesionalmente como dentista, buenos ingresos, hacía de todo…, pero me sentía hondamente insatisfecha.

¿Qué le impedía ser feliz?

Había vivido desde niña de acuerdo con cierto guión: llegaría un hombre poderoso y rico y formaríamos una pareja maravillosa…

Un cuento muy común.

Que interpreté… hasta que me faltó algo.

¿Qué era?

Que no tenía nada que dar. ¡Sólo pedía! Lo fui descubriendo tras mi divorcio, sacudida traumática… que me despertó. Practiqué meditación zen, que me ayudó a desprenderme de mis lastres de racionalidad práctica… y empecé a vivir en el cuerpo femenino.

¿En qué consiste eso?

Sentí que había dedeñado mi feminidad como algo inferior, irracional y manipulador, y me apliqué en honrar esa feminidad. Y así conseguí tener algo que dar: ¡el regalo sagrado y divino de mi feminidad!

¿Y cómo da usted ese regalo?

Disfruto de las formas, celebro mis formas, siento y honro mi útero, soy consciente de su sabiduría, de que la de la naturaleza creadora… Siento a la diosa: he evaporado todo miedo a vivir, ¡me reconecto con el poderoso fluir de la vida! Estoy a gusto, así que ahora estar a mi lado es agradable.

Supongo que la señora Garaycoechea tendrá esta imagen de sí misma, y creerá que sale también así en las fotos:

Y aquí va la entrevista retocada por mi menda:

Sansón Garaycoechea: “Soy el dios Júpiter, mis flatulencias son mis rayos”

¿Estoy ante un dios?

En el interior de cada hombre palpita un dios… pero olvidado. Por suerte, todo hombre puede rescatar a su dios.

¿Lo ha hecho usted?

Estoy haciéndolo… ¡y nunca como ahora me había sentido tan dichoso como hombre, tan a gusto en mi masculinidad!

¿Qué le pasaba antes, Sansón?

Antes yo me avergonzaba de mi masculinidad. Me incomodaban mi nuez, mi vello pectoral, mis testículos, mi mostacho, mi verga, mis eyaculaciones, mi sensualidad… Sentía antipático, ridículo y odioso lo propio de la masculinidad.

¿Por qué cree que le pasaba esto?

Porque el pensamiento hegemónico -matriarcal- nos empapa a todos: lo masculino, pues ha sido percibido como extraño, oscuro, inquietante y, por tanto, amenazante. ¡Y los propios hombres nos hemos sentido violentos con nuestra natural masculinidad!

¿Hasta qué extremo?

Hasta negárnosla. La lucha metrosexual, focalizada en la igualdad estética con la mujer, creyó que había que sacrificar la masculinidad.

¿Abomina usted del metrosexualismo?

¡No! Lo agradezco, puesto que era del todo necesario. Pero hoy ya podemos reivindicar esa igualdad estética sin sacrificar por ello nuestra sensualidad masculina, nuestra originaria masculinidad, nuestra esencia.

¿Aún hay hombres que se niegan?

Hombres arrastrados por su rol social ciegan la fuente de su masculinidad para ser reconocidos por baremos de valores femeninos.

¿Qué les diría a esos hombres?

Que frenen…, o les frenará la vida. Como a mí: yo era un hombre casado con una mujer de éxito, con un bebé hermoso, hogar agradable, reconocido profesionalmente como dentista, buenos ingresos, hacía de todo…, pero me sentía hondamente insatisfecho.

¿Qué le impedía ser feliz?

Había vivido desde niño de acuerdo con cierto guión: llegaría una mujer contorsionista y con dos melones como mi mollera de grandes y nos pasaríamos el día jincando sin parar… Y a pelo, claro.

Un cuento muy común.

Que interpreté… hasta que me faltó algo.

¿Qué era?

Que no tenía nada que dar. ¡Sólo pedía! Lo fui descubriendo tras mi divorcio, sacudida traumática… que me despertó. Practiqué la masturbación compulsiva, que me ayudó a desprenderme de mis lastres de racionalidad práctica… y empecé a vivir en el cuerpo masculino.

¿En qué consiste eso?

Sentí que había dedeñado mi masculinidad como algo inferior, irracional y manipulador, y me apliqué en honrar esa masculinidad. Y así conseguí tener algo que dar: ¡el regalo sagrado y divino de mi masculinidad!

¿Y cómo da usted ese regalo?

Disfruto de las formas, celebro mis formas, siento y honro mi pene, soy consciente de su sabiduría, de que la de la naturaleza creadora… Siento al dios: he evaporado todo miedo a vivir, ¡me reconecto con el poderoso fluir de la vida! Estoy a gusto, así que ahora estar a mi lado es agradable.

La segunda versión de la entrevista iba acompañada por esta foto: