Cambio de hábitos

Publicado el 28 agosto 2011 por Laesfera
Fue en verano. Bastó una semana para darse cuenta de que en cuestión de amores y relaciones de pareja, no iba a ser nominado al premio del "hombre del año". Tras el enésimo fracaso sentimental, responsable de una herida que dolió mucho más que cualquiera de las anteriores, decidió que era un buen momento para iniciar lo que denominó como "Dieta de los Sentimientos". Un recurso necesario para su salud emocional, que con el paso de los meses se estaba especializando en generar hábitos tóxicos en forma de abandonos y desamores. Recordó la recomendación de un compañero que, abocado por las circunstancias a iniciar dicha dieta, consiguió modificar
su tormentosa vida sentimental en un plazo no demasiado largo.Indicado en casos de sobrepeso de las emociones (sobre todo en aquéllos con ingesta elevada de proteínas dañinas como tristeza, decepción y soledad) este régimen era la mejor opción a adoptar en ese momento de su vida, en el que los excesos alimentarios en forma de rechazo y desconfianza habían llevado a provocar una úlcera aguda de autoestima. Además, sus niveles sanguíneos de fracaso alcanzaban unos valores patológicos que ningún corazón toleraría sin rozar el infarto por depresión.Como toda dieta, ésta también se componía de una lista de alimentos recomendables (para rehabilitar un estado de ánimo deteriorado) y de otros prohibidos, tanto por su excesivo contenido calórico-sentimental como por ser perjudiciales para el metabolismo de una confianza que no se encontraba en el mejor nivel de salud. Entre los nutrientes adecuados en esta dieta, se encontraban el afecto, la esperanza, el optimismo y la seguridad; pero todos debían tener como acompañamiento un aliño de felicidad y alegría que no siempre eran fáciles de encontrar, salvo en tiendas especializadas. Los expertos recomendaban también beber al menos dos litros diarios de ambición, combinados con zumo de humildad para contrarrestar la acidez provocada. Si bien una consecuencia inicial de la dieta era un rechazo a tolerar alimentos tan positivos, este efecto secundario desaparecía en cuanto los kilos de orgullo descendían a valores adecuados.Por contra, la dieta descartaba de manera categórica todo tipo de alimentación en la que la indiferencia fuera el ingrediente principal. Alimentos del tipo de la autocompasión, el desaliento, la ansiedad y la vehemencia no formaban parte de las recetas recomendadas. Podían provocar alergias de frustración y una intolerancia a la inferioridad que no era adecuada para el buen funcionamiento corporal.La duración dependía del estado inicial en el que el sujeto se encontrase. Era obvio que en casos de sobrepeso grave, provocado por adicciones a comida basura tal como el desprecio y el pesimismo, se precisaba una duración mayor del tratamiento. Pero por regla general, en un intervalo de tres a cuatro meses, un 90% de los pacientes recuperaba su peso adecuado, lo que se controlaba mediante la báscula de la aceptación. El ejercicio se antojaba parte fundamental de esta dieta de sentimientos, pues sus beneficios para la euforia y la resolución eran conocidos por todos los científicos y nutricionistas que habían desarrollado la idea. Su único peligro era que, practicado en exceso, podía elevar las enzimas de la vanidad, creando un efecto paradójico no siempre bien entendido por el enfermo.Y en aquel día de verano, plenamente motivado y con la convicción de aportar un cambio radical en el aspecto corporal de sus emociones, se prometió a sí mismo que comenzaría esa severa dieta.En Septiembre la conoció y se enamoró de ella. Ingeniosa, sensual y llena de vida. Su sonrisa fue la mejor medicina para abandonar una dieta que ya no volvió a necesitar durante el resto de su vida.

Texto: Miguel Ángel Díaz Fuentes

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