Me levanté temprano, tomé un café cargado en la cafetería del motel y me dirigí ansioso hacia la estación. Desfilé ante la taquilla junto a una legión de inmigrantes abigarrados de equipaje, saqué un billete y subí a un autobús con destino al desierto.
Una vez en marcha, desde la ventillla fui viendo despertar la ciudad, cómo se desperezaba el tráfico y los ámbares de la capital quedaban atrás. La piel agreste de aquella costilla española comenzó a rodear el trayecto, salpicado de caravanas de viajeros, caseríos blancos y empalizadas de plásticos. Por momentos costaba distinguir el mar del tapiz plateado de las plantaciones. Poco a poco el bus tomó altura, dejó la costa a la espalda y se internó entre sierras calvas y palmitos. El desierto se anunciaba en cada curva y el corazón me palpitaba emocionado.
Entonces, inmerso en el paisaje de los sueños, tomé cuenta y dudé si aquel podría ser el principio del final o el final del principio, como anticipando una dulce decepción. Enfrentado a lo imposible no habría jamás ya otra forma de vivir. Aquel viaje a La Meca no habría tanto de permanecer en el fondo de la memoria, como inaugurar un nuevo tiempo donde no hubiese lugar para más trampas en el solitario. Volver a levantar la vista y ser fiel a uno mismo serían enseñanzas propias del Bautista y el desierto de Yucca City las aguas de mi Jordán. Los erguidos tallos de las pitas sucediéndose en las cunetas pareció que me dieran la razón.
Ahora como entonces, el debate sobre el fondo y la forma, lo propio y lo ajeno, lo crucial y lo prescindible, vuelve para ocupar un lugar en esta agenda de espejismos. Cerca de tres años después de su apertura, con la ilusión de compartir los hitos más emocionantes y desconocidos de la epopeya americana, tal vez sea momento oportuno para enfilar la senda de las emociones y otorgarle a EL ALMA DE LA FRONTERA el aliento de un enfoque algo distinto.
Este nuevo rumbo, más particular y subjetivo, comienza con un leve giro al timón del título desde el que abordar otra serie de propuestas, sin abandonar la pulsión fronteriza: ALMA DE FRONTERA. Al fin y al cabo, ya hay un sinfín de medios públicos donde se puede profundizar en la azarosa historia de Norteamérica. Quizás esta nueva clave haga posible conjurar el abandono y salvar esta publicación sobre los demonios y quehaceres del día a día. Renovarse o morir, nada nuevo bajo el sol. Pues de otro modo moriría sin remedio, perseveremos en el genuino empeño de aquel remoto viaje bautismal.
Todo muta con ansias de permanencia, es hora de cambios, cambio de planes. Los cientos de seguidores y amigos de ALMA DE FRONTERA, repartidos por todos los hemisferios, no verán defraudada su fidelidad. La Frontera y Norteamérica viven en cada uno de nosotros, ineludiblemente. Ya quedó avisado en el primer apunte, pronto hará tres años; la Frontera es un estado mental, y no debe haber mente sin alma.
Bienhallados nuevamente en ALMA DE FRONTERA