La imagen que ilustra nuestra entrada de hoy se corresponde con la última aparición pública de Camilo Sesto, que cuenta actualmente, con setenta y dos años de edad.
Peluca, bótox, cirugía plástica, convirtieron al cantante en una suerte de muñeco de cera menos real que alguno de los expuestos en Madame Tussauds. Recuerdo los años en que los temas melódicos del cantante alicantino me acompañaban en las contadas ocasiones que bailé en mi vida; todavía guardo en la memoria su primer gran éxito -algo de mí- cuando sonaba en una máquina de discos, en un bar moscón, en Grado, una tarde verano, calurosa y polvorienta.
La dignidad es imprescindible en todos los órdenes de la vida; cuentan que algún noble inglés se vistió de etiqueta para hundirse como un caballero mientras el Titanic perdía flotabilidad. Camilo Sesto no es ahora más que la triste caricatura de un juguete roto, sin voz, con alopecia, con el maquillaje ridículo de lo artificial, tratado de ocultar la dignidad de una vejez ineludible. La alternativa es muchísimo peor.