Todavía seguimos caminando entre dinosaurios. Esos que no desean que la sociedad avance hacia la igualdad, que aún propugnan "la ley del más fuerte" en vez de la "unión hace la fuerza". De aquellos que ya han madurado con provecho y odian a los que lo están haciendo; los que quieren tener a sus hijos "colocados" para siempre a costa de los hijos de los demás. Los dinosaurios aún existen. Son grandes, carnívoros y antropófagos. Un meteorito eliminó a los primeros del Universo, pero vinieron otros más sofisticados y destructivos para su propia especie. Ahora llevan traje y corbata, y manejan el garrote vil de la economía para asfixiar a los que no entren por el aro. Esos dinosaurios ya no representan a aquel consejo tribal en el que la vejez era conocimiento y sabiduría para y por la supervivencia, sino que se presentan como el baluarte del antiprogreso social, científico y humano. Moral y éticamente, casi hemos retrocedido cincuenta años. Los "hippies" le dieron una lección que aprendieron a no repetir. Jamás hemos estado tan socialmente desunidos ante la barbarie de estos viejos y achacosos dinosaurios que de joven escupían palabras de libertad y ahora propugnan el "chitón" ante las falaces fauces de las mezquinas naciones y multinacionales. Todavía, bajo la piel humana, corre la sangre de los antiguos dinosaurios de antaño. Es como si su ADN nunca se hubiera perdido. O tal vez, aquella explosión que arrasó el planeta y a aquellos rudimentarios animales, sólo era un ensayo de Dios como lo fue el diluvio un juego macabro para controlar la ferocidad de estos dinosuarios sociales.