Caminante, son tus huellas

Por Lamadretigre

Supongo que la primera pregunta es por qué, de entre todas las personas de este mundo, te escribo precisamente a ti. Todo puede resumirse más o menos así: si no te lo digo, reviento.

Podría volver a mi vida sin más. Podría apuntar el último día que nos vimos en la agenda, sonreír recordando lo que nos reímos cuando se me quedó aquel trozo de lechuga impertinente entre los dientes, y volver a lo mío sin mirar atrás como siempre hemos hecho. Un si te he visto no me acuerdo teñido de esa nostalgia placentera de las amistades manidas.

Podría, pero esta vez, al despedirnos, me quedé con un cuerpo raro, un desencuentro incómodo entre triste y cabreada.

Sí, estoy cabreada -contigo- y no sé muy bien porqué. Y también estoy triste, por ti, aunque nadie me haya dado vela en este entierro. Lo que no sé es por qué me sorprendo, por qué de repente me importa que estés solo. Por qué demonios ahora, después de tanto tiempo, me entristece y me ofende a la vez.

Siempre he sabido que hubo muchas cosas que nos dejamos sin decir, cosas que se daban por hecho porque no hacía falta decorar con palabras lo que hasta un ciego habría visto: lo que éramos, lo que fuimos y lo que habíamos sido.

Porque fuimos. Joder, claro que fuimos. Y tú más que nadie deberías saberlo. Parece mentira que tenga que venir yo, veinte años después, a liberarte de todo aquello que nunca dijiste y sin embargo siempre he sabido.

Pero lo que me indigna, lo que de verdad me cabrea, es que no sepas que yo también te quise. No te lo dije nunca, es verdad. No te lo dije porque éramos más de callar que de andar componiéndonos sonetos. Más de reírnos que de mirarnos arrobados. Éramos en definitiva, más de estar ahí que de cantarlo a los cuatro vientos.

Si no te lo dije es porque pensé que lo sabías. Y si lo dudabas, haberlo preguntado, coño.

Hay quien cree que el amor es absoluto, un estado imperturbable que borra todo lo pasado y no necesita más explicación que su propia existencia inquebrantable e imperecedera. Yo no soy una de esas personas.

Yo creo que el amor es un camino. Creo que a base de andar, de tropezar, de correr, de huir y de parar para recobrar el aliento, se aprende a querer. Creo que el amor es un camino que recorremos a veces solos y a veces acompañados. Creo que puede haber muchos compañeros de viaje como también creo que no hay un destino cierto sino que, como dijo el poeta, se hace camino al andar.

También creo que hay pasos que dejan más huella que otros, que hay huellas que se disuelven como el polvo y otras que siempre están ahí, para recordarnos de dónde venimos y a dónde vamos.

Y sí, también creo que a veces hay que deshacer el camino andado y, simplemente, volver a empezar.

Por estoy aquí escribiéndote estas líneas vergonzosas y vergonzantes, porque no me creo nada de lo que me cuentas. No eres el tipo solitario que me quieres vender ni el casanova de una noche de verano que me pintas.

Me importa un pimiento cuantas mancebas hagan cola en tu puerta para practicar las artes amatorias y con qué frecuencia la desenvainas por deporte.

Lo que me importa, lo que de verdad me preocupa, es que en todo este tiempo no hayas encontrado a nadie con quién reírte porque se le ha quedado un trozo de lechuga entre los dientes.

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