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Caminar (o el arte de vivir una vida salvaje y poética), de Tomas Espedal

Publicado el 09 agosto 2013 por José Angel Barrueco
Caminar (o el arte de vivir una vida salvaje y poética), de Tomas Espedal
Más que hablar de este libro, hoy pretendo contaros cómo llegué a él, y qué ocurrió al poco de publicarse la traducción.
Hace unos meses, merodeando por Machado Libros (la sucursal del Círculo de Bellas Artes), topé con un libro que salió ese mismo día a la venta: La vida simple, de Sylvain Tesson. No sabía nada al respecto, pero el libro me atrajo (las más de las veces compro guiándome por mi intuición) y me lo llevé. Poco después se hizo célebre y le salieron admiradores y detractores. Yo estoy entre los primeros, aunque ya dije en su momento que me habían parecido superiores otras obras similares. El caso es que el libro de Tesson estaba repleto de frases para subrayar, pero le faltaba algo, como si estuviera hueco. Cuando lo cogí del estante, dos de mis libreros de cabecera (María Herráez y Carlos Pardo) comentaron que, a priori, les recordaba “al libro de Espedal”. Les pedí que me lo enseñaran, pero no les quedaban ejemplares.
Luego hablé con Álex Portero (que trabaja en la otra sucursal de Machado Libros) y me pidió el libro a la editorial, Caminar (o el arte de vivir una vida salvaje y poética), del que yo jamás había oído hablar. Y me contó algo más. Que la editorial, Siruela, preparó hace tiempo (Feria del Libro de Madrid del año 2010, si no me equivoco) una presentación de dicha obra, y se trajo a su autor, el nórdico Tomas Espedal, a España. Y que Álex acudió al evento, pero que no había nadie o casi nadie. Fue un fracaso en toda regla (un fracaso de público, se entiende). Nadie conocía a Espedal y quizá no se hizo la suficiente publicidad. Y luego Álex se marchó por ahí con el autor, a tomar algo, y dijo que es un buen bebedor y un tipo simpático. Y desde entonces Álex recomienda a tantos lectores este libro que probablemente sea la única librería donde no dejan de venderse ejemplares de Caminar.
En cuanto a la obra, se trata de una especie de magnífico ensayo autobiográfico: en la primera parte hay teorías y multitud de citas literarias y en la segunda el autor pone en práctica esas teorías, nos cuenta sus caminatas y viajes por el mundo. Sólo os diré que Caminar es mucho mejor que La vida simple: más profundo, más poético, más completo. Muy recomendable. Y os dejo con un montón de extractos:
No conseguí estar casado ni vivir en el campo, no conseguí no escribir. No conseguí librarme de mí mismo. No conseguí convertirme en otro. Echaba de menos mi vida anterior. Quería estar solo. Quería escribir libros. Me aislé. Escribí. Repetí mi antigua vida. Mis antiguos trajines. Nuevas relaciones. Nuevos sueños, nuevos viajes, nuevas modas, nuevos dineros, nuevos libros. Nuevos derrumbamientos. Pero nunca una nueva vida. ¿Es posible, crees tú, empezar una nueva vida? Yo no lo sé. Hoy todo se ha derrumbado en una pura nada y no sé qué voy a hacer.
Mi amor.
Hoy te voy a abandonar.
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Lo cierto es que tú siempre estabas enfadada y siempre caminábamos juntos, de la mano, pero de todos modos no podíamos estar juntos, ¿o sí podíamos?
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Las hojas de los árboles cambian de color, caminan hacia el otoño. Yo camino hacia el invierno o la primavera. Es verano, finales, alguien escribe agosto. Pero yo no quiero escribir ninguna carta, desaparezco en silencio, sin palabras, sin explicaciones; no las tengo.
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Bueno, pues ya estoy caminando, tras muchos pequeños desvíos, paso por su casa, sigo de frente, subo por la cuesta y paso por delante del hospital de Sandvika y de lo que en tiempos se llamó Hospital Dr. Marten, aquí trabajaba mi madre, era secretaria de los médicos, especialmente de los psiquiatras, y de ella aprendí a escribir. Ella me regaló mi primera máquina de escribir, era una máquina de secretaria de médico, no sé cuántos historiales e informes médicos habría escrito, pero aquella máquina tenía una locura propia. Cuando murió mi madre, estuve realmente a punto de perder el juicio, cogí un avión a Londres y un tren a Swansea y seguí a pie hasta Laugharne, donde me senté en una banqueta del bar del Brown Hotel para beber hasta perder la noción de todo. Fue un viaje mítico. Fue un viaje desesperado.
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A intervalos inquietos e irregulares se me repite la idea: debería haber tenido una profesión. Nunca he tenido una profesión. He escogido otra cosa, me he rebelado, he escrito y editado libros; he viajado y he hecho muchas locuras, pero nunca he tenido una profesión.
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Pero de lo que no cabe duda es de que, a largo plazo, el caminar es agotador. Quienes hayan leído algo sobre los caminantes y haraganes saben lo dura que es la vida del vagabundo. Quien haya visto fotografías y cuadros de bordoneros sabe que su vida es difícil. Quien ha pasado unos meses por los caminos sabe que caminar es algo demoledor y brutal.
No se tiene casa. Se duerme al aire libre. Se es un forastero y se resulta sospechoso. Se está sucio y hambriento. Se está solo, se camina y camina, llueve y sopla viento, se duerme por caridad, en un pajar o en una pensión; se lleva a la espalda lo que se posee, duelen las piernas, duelen los hombros, duele el cuerpo, se echa en falta una cama y una novia.
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Quiero escribir cartas.
Estoy repleto de despedida.
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Eso es la literatura, escribir hasta extraer algo que no habíamos deseado, un bello monstruo, como el Frankenstein de Mary Shelley, algo que no nos podíamos imaginar de antemano.
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Hay un punto, un estado, en el que el caminar traspasa una frontera perceptible; ya no se tienen ganas de parar, ya sólo quiero seguir caminando, caminando, caminando, ha dejado de importar adónde o por qué, en qué dirección, el caminar se me ha subido a la cabeza, una embriaguez, la embriaguez de la libertad; puedes ir a donde quieras, tan lejos como quieras, puede que camines tan lejos que resulte difícil volver a lo que es normal, a lo que era antes, a un trabajo, ¿un hogar? Se camina hacia algo nuevo, se ha embarcado en una larga peregrinación. ¿Por qué interrumpirla? ¿Por qué no seguir? ¿Hacia qué? ¿Hacia quién? ¿Hacia dónde? No lo sabemos. Caminamos.
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Pero los mejores mapas no se pueden comprar, los dibuja la gente que te encuentras por el camino. Y la gente con la que te encuentras por el camino es tan hospitalaria como precisa. Eso vale para todos los países. Los mejores mapas se transmiten oralmente y con movimientos de las manos, algunas veces con bolígrafos y un pedazo de papel.

[Siruela. Traducción de Cristina Gómez Baggethum]
[Nota: durante los próximos días voy a tener mucho ajetreo, así que no sé si me quedará tiempo para actualizar el blog; por eso he querido dejar una “reseña” tan extensa; en cualquier caso, no tardaremos en volver a la rutina]

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