Teníamos ligeras sospechas, pero ya no queda ninguna duda: No es el clima. No es el hombre. No es la falta de compromiso. Es el mal uso de la gramática el que está acabando con el mundo.
Copenhague ha sido un circo romano donde se han debatido nuestros eufemismos favoritos con un sorprendente vencedor, una pequeña frase que pasará a la historia de forma vergonzosa: “Acuerdo no vinculante“. Necesitábamos mucho más que otro protocolo de Kioto y nos vamos con algo peor, una acuerdo no vinculante a revisar en un año. Es decir, podemos firmar una cosa y hacer otra. Nada representa mejor a toda una época.
¿Qué nos queda ahora? Bukowski decía “nos dan amables palmaditas en la espalda y dicen que es “política” nuestro veneno“, y el poeta, con su sinceridad a flote -un tapón de corcho sobre alcohol- decía la verdad. Como hace poco comentaba una amiga muy sabia; “siempre me tengo a mí misma, mi mejor amiga y consejera”. Y esto es lo que nos queda, que no es poco. Mirémonos ante un espejo y sintámonos orgullosos del reflejo, de lo que representa. Dejemos a los burócratas consumir su alma entre papeles. Demos ejemplo haciendo de nuestra vida un acuerdo vinculante, el que nos unió con la tierra cuando nacimos.