Camino a la santidad: siervos y beatos en el Perú. El Comercio 31 de octubre 2016

Por Joseantoniobenito
Domingo 30 de octubre del 2016 | 09:00

Camino a la santidad: siervos y beatos en el Perú

Místicos, mujeres humildes, la hija de un expresidente y hasta un sencillo sastre esperan ser coronados santos en el Perú.


Tres adoradas figuras de la religiosidad popular en el Perú: la Melchorita, el padre Urraca y la 'beatita' de Humay. (Ilustración: Rolando Pinillos Romero)

La casa de la Melchorita, en Grocio Prado, Chincha, es hoy un lugar de peregrinación. (Foto: Juan Ponce)


Jorge Paredes Laos

En el ala derecha del templo de La Merced hay una cruz inmensa totalmente cubierta por pequeñas placas doradas. Cada una de ellas representa un milagro. Cada una de ellas ha sido dejada ahí por algún agradecido fiel que asegura haber sido bendecido, sanado de un mal incurable, o salvado del suicidio o del divorcio por la intervención milagrosa de un religioso que vivió en Lima en el siglo XVII, un mercedario que solía torturar su cuerpo con pesados cilicios y que alguna vez —cuentan sus hagiógrafos— hizo que se abrieran las paredes del templo para pasar por ahí y escapar del acecho del demonio. Cada día siete —en recuerdo de su muerte ocurrida el 7 de agosto de 1657—, las colas en La Merced son interminables. Ese día, todos quieren tocar la cruz del padre Urraca o llegar hasta su tumba, ubicada al fondo del templo, y alcanzar algún tipo de favor celestial. Dejan cartas, fotografías de sus hijos, buqués de boda y regalos. Ese día se canta y se reza también por su canonización. Fray Pedro Urraca de la Santísima Trinidad, a pesar de la fama de santo que tuvo en la mística Lima de su tiempo, lleva ya esperando cuatro siglos para ser aceptado en el santoral católico. Alguien que se sentía indigno de ser sacerdote, ha llegado a la condición de venerable siervo de Dios; es decir, le faltan dos peldaños más —ser beato y luego santo— para alcanzar la gloria. Como él existen otros 36 aspirantes a santos en el Perú, siete beatos y 29 siervos. Sus causas de beatificación y canonización están abiertas, y aunque unos son más populares que otros, podría decirse que en esta larga lista de espera están representadas todas las sangres.

Entre los candidatos al santoral peruano hay desde extranjeros que han paseado sus virtudes y milagros por nuestro país, como el mencionado padre Urraca, que era de Jadraque, España; el religioso italiano Luis Tezza, que impulsó hospicios para pobres en el siglo XIX; o los más contemporáneos mártires de Chimbote, los sacerdotes polacos Miguel Tomaszek y Zbigniew Strzalkowski y el italiano Sandro Dordi, asesinados por Sendero Luminoso en 1991 y beatificados en diciembre del 2015. También hay mujeres humildes como las iqueñas Melchora Saravia Tasayco, llamada Melchorita por sus fieles; y Luisa de la Torre, conocida como la Beatita de Humay, quien daba de comer a los pobres de una pequeña olla de barro de la que nunca se acababa la comida; así como religiosas de alcurnia, como la madre Teresa Candamo —hija de Manuel Candamo, presidente de la República—, fundadora de la peruanísima orden de las Canonesas de la Cruz. En este grupo sobresale, además, un sastre chiclayano de origen indígena llamado Nicolás Ayllón, que aunque era un hombre casado y tenía un hijo, a su muerte se le inició un expediente por su vida caritativa —devoto de la Inmaculada Concepción, abrió un hospicio para mujeres españolas pobres que más tarde se convertiría en convento—. Por lo visto, algunos cronistas españoles no se equivocaron cuando dijeron que el Paraíso estaba en el Perú.


(Foto: Alessandro Currarino)

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Ser santo no es fácil. Aunque siempre hay excepciones —como las sumarísimas canonizaciones de Juan Pablo II y la madre Teresa de Calcuta—, el camino al cielo está casi siempre lleno de obstáculos. El Vaticano exige que todo proceso de beatificación sea iniciado como mínimo cinco años después de la muerte del candidato. Entonces el obispo de la diócesis donde falleció el piadoso comunica a Roma que se ha iniciado la causa. Desde ese instante, el personaje será llamado siervo de Dios. Se nombra a un promotor (generalmente un religioso) para que recoja testimonios e indague en la vida y milagros del postulante. Si luego de este proceso se reconoce que, efectivamente, este ha llevado una existencia heroica y de sacrificio, y que sus actos han reflejado la fe y la caridad cristianas, se le pasa a la condición de venerable. Antes, debe sortear a un fiscal conocido como el 'abogado del diablo', quien verifica con gran celo la documentación presentada y, en palabras sencillas, trata de hacerle difícil el camino al futuro consagrado.

La etapa más complicada del proceso es el paso de venerable a beato, pues se debe probar un hecho milagroso (para ser considerado santo se requiere de otro milagro más). Todo es más rápido si el candidato murió como mártir —como ocurrió con los tres sacerdotes europeos en Chimbote—, pero normalmente lo que se exige es la realización de un evento sobrenatural, ya sea una curación inexplicable para la ciencia o un acto extraordinario, como ocurrió con el padre italiano Luis Tezza. En su caso, el milagro se concretó siglo y medio después de su muerte. La mañana del 5 de enero de 1994, frente a la clínica que lleva su nombre, en Surco, el albañil Domingo Nieves se encontraba trabajando en un foso de cinco metros cuando se le vinieron encima varias toneladas de piedras. En su desesperación, el hombre invocó al padre Tezza y para sorpresa de todos los presentes no solo salió vivo del percance sino que su cuerpo no presentó ningún rasguño. El papa Juan Pablo II no puso más objeciones y beatificó al sacerdote italiano que pasó sus últimos 23 años de vida en el Perú, dedicado a sanar moribundos y a expandir la congregación benéfica de las Hijas de San Camilo.

El padre e historiador jesuita Armando Nieto resume así las tres cualidades que debe presentar todo candidato a santo: "Debe tener como característica el amor a Dios, exhibir una virtud heroica y haber dedicado su vida al servicio del prójimo". En su oficina, en la parroquia Nuestra Señora de Fátima, en Miraflores, el religioso muestra el "Index ac Status Causarum", un voluminoso libro del Vaticano en el que están compendiados todos los postulantes a santos, más de un millar de casos, de los cuales una treintena pertenece al Perú.

El padre Nieto ha sido propulsor de la beatificación de Francisco del Castillo, un religioso conocido como el apóstol de Lima, quien allá por el siglo XVII se dedicó a predicar el Evangelio a los esclavos en los extramuros de la ciudad, en el antiguo mercado de Baratillo. Era un hombre que utilizaba métodos histriónicos para celebrar la liturgia y así atraer al culto a la población de origen africano. Es probable que en medio de esas intensas jornadas se le haya ocurrido crear un sermón que narrara el dramático momento de Jesús en la cruz. Conocido hoy como el 'Sermón de las siete palabras', esta prédica se expandió por el mundo católico y cuatro siglos después representa el momento cumbre de la Semana Santa, cuando se interpreta lo expresado por Cristo en el calvario. El expediente del padre Del Castillo se encuentra en Roma y solo falta comprobarle dos milagros para elevarlo a los altares. "Se han registrado curaciones prodigiosas pero hasta ahora no califican como milagros", agrega con cierta desazón el padre Nieto.

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Un estudioso de las vidas y prodigios de los santos, beatos y siervos peruanos es el historiador y americanista español José Antonio Benito, quien ha publicado un libro titulado "Peruanos ejemplares" (Paulinas, Lima, 2006), en el que compila las biografías de estos seres tocados por la gracia, donde lo imposible se confunde con lo normal. Por él nos enteramos de la existencia de un mártir español que tuvo horrible muerte a manos de los incas, en Vilcabamba, durante la época de la Conquista. Su nombre era fray Diego Ruiz Ortiz y podemos decir que fue el primer candidato a santo en estas tierras. Su expediente de beatificación se inició a mitad del siglo XVII cuando se publicó su biografía y se conoció su martirio. Benito lo cuenta con lujo de detalles. Ruiz Ortiz llegó al Perú en 1548. Tenía 16 años y acababa de ordenarse como sacerdote. Con el tiempo, aprendió el quechua y el aimara, y con un grupo de misioneros llegó hasta los pueblos de Vilcabamba, una región controlada por el inca Tito Cusi Yupanqui. Según narra el investigador, los religiosos se ganaron la confianza del inca y, con su permiso, fray Diego edificó una iglesia, predicó el Evangelio y sanó a los enfermos en un pequeño hospital levantado por él. "Sin embargo —narra Benito—, un día predicó contra el adulterio de Tito Cusi, quien se había separado de su esposa Evangelina para unirse con Angelina Polanquilaco. Esto mismo se daba entre sus militares y capitanes". La paz se rompió y los religiosos comenzaron a ser hostigados.

Un día el inca invitó a fray Diego a un banquete y este se negó a asistir pues sospechaba que se iba a beber en demasía. "La gente se embriagó. Tito Cusi cogió tamaña borrachera y apoplejía", cuenta Benito. Entonces, fray Diego le pidió que se arrepintiera de sus pecados y en represalia fue apresado. "Los capitanes comenzaron a insultarlo y golpearlo, le sacaron al campo y lo molieron a palos, le quitaron la ropa, ataron sus manos con sogas que cortaban la piel como cuchillo y lo dejaron a la intemperie desnudo y casi muerto de frío", relata el autor español. El martirio siguió por un día más hasta que le descoyuntaron los huesos, le clavaron espinas, lo azotaron y lo arrastraron por varios pueblos. El cadáver de fray Diego, pisoteado y sin cabeza, fue puesto en un peñasco para que lo devoraran las fieras. Era 1571 y a su muerte el religioso tenía 39 años. Con el tiempo, Vilcabamba pasó a dominio español y en el lugar se levantó una iglesia, donde permanecieron sus restos hasta 1595. Después fueron llevados a un convento del Cusco, donde se perdieron a inicios del siglo XIX.

Otros casos legendarios recogidos en "Peruanos ejemplares" se refieren al español Francisco Camacho, quien deja la carrera militar para ponerse los hábitos de los hermanos de San Juan de Dios, atraído justamente por uno de los sermones del ya aludido Francisco del Castillo. El padre Camacho se somete a humillaciones, se hace pasar por loco, y es internado en un hospital. Termina sus días predicando el Evangelio y pidiendo limosna para los pobres y menesterosos. Y no menos sorprendente es lo que se cuenta de Luisa de la Torre, la Beatita de Humay, quien también castigaba su cuerpo con cilicios y disciplinas, y curaba enfermos con solo ponerles las manos encima. A su muerte, a los 50 años, su rostro "se conservó fresco y rosado y su cadáver despidió un dulce olor".

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En el silencio de la casa Riva-Agüero, en el Centro de Lima, el historiador José de la Puente Brunke recuerda con cariño a su tía abuela Teresa Candamo. "Siempre se habló de ella en la casa, existían retratos suyos en la sala y en los cuartos", dice. Era una mujer bella, de ojos grandes y vivaces. En su niñez y juventud nadie imaginó que iba a ser religiosa. Había recibido una educación inusual para las mujeres de su época, hablaba francés e inglés, gustaba de la lectura y escribía poesía. Sus cualidades poéticas quedan reflejadas en la siguiente anécdota contada por De la Puente: "Después de la muerte de su padre [el presidente Candamo], ella viajó a Europa y en el barco en el que iba se realizaron unos juegos florales. Teresa participó y ganó el concurso. En el jurado estaba el poeta José Santos Chocano".


(Foto: Archivo Familiar de la Puente Candamo)
 

Aunque no provenían de un hogar singularmente piadoso, dos de las cuatro hijas del presidente Candamo se convirtieron en monjas: Teresa y María. Al parecer en algún momento de su estadía europea, Teresa decidió dedicarse a la vida religiosa y fundar una orden nueva. "Eso no fue bien comprendido en un inicio por el arzobispo de Lima, quien pensaba que ella tenía algún sentido de figuración", dice De la Puente. Después de meses de espera, por fin el 14 de setiembre de 1919 Teresa Candamo recibió el permiso papal para crear la nueva orden. Así nacieron las hermanas Canonesas de la Cruz, que llenaron un vacío en la vida pastoral limeña, se dedicaron a asistir a los sacerdotes en las liturgias y con el tiempo impulsaron la educación. El presidente Leguía, antiguo amigo de Manuel Candamo, le donó a Teresa un terreno en Santa Beatriz donde las canonesas construyeron su convento. "A ese lugar iba mi padre cada semana a visitar a su tía, pues con el tiempo ella ya no salía de ahí", recuerda el historiador.

La orden se extendió por el Perú, luego por Sudamérica y ahora tiene una casa en Roma, donde se impulsa la beatificación de la madre Teresa Candamo, iniciada en 1980. "En aquellos años —cuenta De la Puente— se produjo un gran revuelo en la familia. De Roma llegó el padre Tarsicio Piccari para entrevistar a todos los parientes y a quienes habían conocido a mi tía abuela. Eran unos cuestionarios muy largos que todos debían responder". Finalmente, fue entronizada como venerable sierva de Dios. "Por todo lo que he escuchado, por su bondad natural y por su vocación, merece ser santa", dice su sobrino nieto con un suspiro. "Pero faltan los milagros", le decimos. "Ah, esas son ya palabras mayores", agrega. 

Los mismos milagros que también le faltan a Pedro Urraca, a pesar de las decenas de placas que adornan su cruz. Por teléfono, la voz del padre Milko García Valladares suena tranquila. Es el vicepostulador de la causa y cuenta que el proceso después de haberse truncado en varias ocasiones a lo largo de los siglos, recién rindió sus frutos en 1981, cuando Juan Pablo II aceptó las virtudes heroicas del mercedario y lo declaró venerable. Por eso lo único que falta es conseguir un milagro. Algo que no es poca cosa. "Cuando les comento a los padres romanos que alguna vez una señora se presentó y dijo que gracias al padre Urraca había obtenido su jubilación en la ONP en un mes (presentó sus papeles un 7 de julio en su honor y el 7 de agosto la llamaron para decirle que el trámite había concluido), ellos creen que es algo normal. Solo los peruanos sabemos que eso es un milagro", asegura García.

En cuestiones celestiales nunca se sabe. Por ahora, el padre Urraca, el religioso que curaba enfermos y se sometía a severos ayunos tras largas horas de oración, y que solía hablar con la Virgen 'continuamente' y espantar al demonio con su pesada cruz, debe seguir esperando el milagro final que lo lleve al cielo. No por gusto —dicen— otro de sus grandes dones era la paciencia.