Ya está ahí. Es la final que todos los aficionados esperaban exceptuando, claro está, los seguidores de Jets y Bears. Pero lo cierto es que uno tiene la sensación de que el equipo de New York, con los méritos que tengamos que reconocerles, estaban ya muy por encima de su potencial y que los de Chicago, aprovechándose de su cruce tardío contra los débiles Seahawks -cuya clasificación mantengo como justa-, era un equipo con demasiadas debilidades ocultas. Dispongámonos pues a disfrutar de la XLV edición de la Super Bowl, un duelo al anochecer, entre dos de las franquicias más prestigiosas de la NFL.
Empezaré siendo original, a la vez que sincero, veréis. No en muchos blogs se reconocen los errores. Uno analiza, pronostica y se aventura a especular con lo que va a suceder, aún sabiendo que corre el riesgo de quedar como Rufete en Lorca -pero quien no se aventura, no pasa la mar, verdad?-, tentando la conocida "maldición del bloguero" según la cual, basta que uno pronostique A para que suceda B. Luego, si la realidad nos estropea lo que fue una buena crónica, solemos pasar de puntillas sin mayores estridencias. En este sentido, debo reconocer hoy y aquí que, si bien me aproximé con bastante precisión a lo sucedido en el Heinz Stadium de Pittsburh, no tuve tanto tino al considerar lo que acaecería en el Soldier Field de Chicago. Es cierto que Aaron Rodgers no lució como en partidos anteriores y que James Starks apenas superó las 75 yardas, pero la verdad es que ese planteamiento de ataque que anticipé, centrado básicamente en el ataque terrestre que supuestamente desplegarían los Packers, jamás sucedió. Mea culpa, mea culpa, mea grandisima culpa.
GREEN BAY PACKERS 21 / CHICAGO BEARS 14
JOHNNY COGIÓ SU FUSIL, PARA DISPARARSE EN EL PIÉ.
Un touchdown por cuarto y en el descanso todo parecía sentenciado, otra final sin historia y un rival a merced de los queseros. Tanto fue así que Cutler parecía un nuevo Dante descendiendo a los infiernos. El quarterback originario de Santa Claus -no es broma-, se empeñó en lanzar, una y otra vez, envíos imposibles a sus receptores aún cuando éstos eran objeto de estrechas dobles coberturas. Eran ese tipo de pases que hacen dudar seriamente de la capacidad de lectura de un quarterback y de la poca confianza que, en los retos verdaderamente cruciales, Cutler suscita. Los Bears tomaron el mismo rumbo con el que zozobraron durante los primeros compases de la temporada regular, empecinados en potenciar un inexistente juego aéreo por encima de alternativas con el sello Forte.
Tal fue el desastre y la concatenación de renovados errores que Cutler acabó sentado en el banquillo, con un pass rating propio de infantiles, sospechosamente afectado por una lesión que más pareció ser una severa, aunque justificada, decisión técnica. Quizá hubiera sido una genial idea que Love completara el círculo arrebatando los cascos, mando y galones a Mike Martz, coordinador ofensivo de esa opereta. No era un problema de jugadores más que de estrategias equivocadas y por esa razón Todd Collins corrió la misma suerte unos pocos drives después. Tuvo que ser el tercer quarterback, un chaval de 25 años, sin apenas experiencia, llamado Caleb Hanie, quien tomara el rol del cisne, para llevar a los Bears a su último canto. Un espejismo acompañado de una de las habituales pájaras con las que los Packers acostumbran a distinguirse en los últimos tiempos -y que deberán corregir sino quieren acabar como el primero de los perdedores el próximo 6 de febrero-, y la afición local vibró con la posibilidad de forzar una prórroga. Pero el ataque de los osos, en su última oportunidad, no dio más de sí, desmoronando una ficción demasiado increíble como para ser cierta. Segunda intercepción por parte de Shields. Hora de volver a casa.
NEW YORK JETS 19 / PITTSBURGH STEELERS 24
CARRERA, CARRERA Y CARRERA.
Podría dejar aquí la crónica sino fuera porque no puedo dejar pasar algunos comentarios más. Me gustó el planteamiento de Tomlin, un head coach joven aunque sobradamente preparado. Hizo exactamente lo mejor que sabía: controlar el tiempo de juego manteniendo al equipo ofensivo rival en la banda, utilizar a un impresionante Rashard Mendenhall para perforar la defensa de los Jets -acabaría con 121 yardas y 1 TD- y apretar los dientes con una férrea defensa. Sin secretos, sin excusas, sin sorpresas pero terriblemente efectivo. Así es la vieja tradición que se vive en Pittsburgh!. Al final de la primera mitad, el pescado parecía vendido, empaquetado y despachado. Recortar veintiún puntos de ventaja en un partido es algo francamente difícil, en una final de conferencia, casi imposible.
Dice el lema publicitario que "impossible is nothing". Y a fe de Dios que si los Jets empiezan a afinar su puntería, los running backs neoyorkinos encuentran sus espacios y el viejo Ben se viene arriba, queriendo ganar el partido al típico grito de "dejádme solo que esto lo gano yo!", cualquier cosa es posible. Afortunadamente para los locales y por desgracia para los visitantes, la steel curtain a la que aludía en la previa, aparecía justo a tiempo, como en una de esas películas en las que el séptimo de caballería en perfecta columna, hace ondear su enseña en el último segundo, en la última yarda. Detuvieron el ataque de los Jets en la yarda 1 y aseguraron el fuerte. Hora de volar a Dallas.