Camino a Viena

Por Paperformances

El ingreso extra vino del paro de junio, la última cuota que me correspondía. Con lo que me pagaron compré el billete Barcelona/Viena (muy aparatoso pero muy económico), me quedaría para el autobús Madrid/Barcelona, pagar la habitación, comprar un teléfono, el billete de metro, la comida de la primera semana, etc.

Quedaba el tema de la mudanza . Hablé con mi gran amiga Delma que vive en Guadalajara, a una hora de Madrid y con gusto aceptaba guardar mis pertenencias pero pensé en el transporte. Imposible, se salía del presupuesto.

Recordé a un colega (iba a decir un amigo) que vivía a unos 40 minutos en una casa muy grande y que tenía furgoneta (camioneta), saldría redondo. Hablé con él la semana anterior antes de irme y aunque le propuse contratarlo y pagarle, se negó, me pidió que lo ayudara con su mudanza que haría después del verano.

La semana del viaje puse un anuncio vendiendo unos muebles de la habitación, un dinerito extra que me caería muy bien. Tendría que vaciar la habitación antes del jueves, porque esa noche tomaría el autobús hasta Barcelona, amanecería allí el viernes y tomaría el avión al mediodía.

El plan, en mi cabeza, estaba bien hecho, no había fisuras. Estaba contento, no sólo por mi proyecto sino porque por fin dejaría esa madriguera oscura que era mi habitación. Y no vería más a las personas que compartían el apartamento conmigo (no, es incorrecto llamarlos compañeros)

Bien, vendí los muebles y saqué el dinerito. Sólo faltaba llevar las cosas y…

¿Sabes que si algo se puede complicar, se complicará? Pues llamé a este colega (iba a decir este amigo) y me contó muy tranquilo, sereno, no compungido ni preocupado, que se mudaría a finales de mes, que tenía que entender que era para su bien, que si podía reducir mi mudanza a dos maletas grandes…

Le di las gracias y me senté a asimilar el baño de agua helada que me acaban de dar. Martes por la noche.

Al día siguiente encontré un trastero cerca de casa que me costó exactamente lo que había conseguido por los muebles. Adiós al dinerito extra pero asunto solucionado. Pasé esa tarde llevando “corotos” (trastos).

¿Pero sabes que si algo se puede complicar, se complicará aún más? Recibí un correo electrónico del chico de la habitación diciendo que no podía subarrendar la habitación, que no se qué, no sé cuántos… Y que sólo podía quedarme los primeros 15 días y que por eso me rebajaba el precio. Bueno y malo al mismo tiempo.

¿Y de gran complicación se puede pasar a calamidad? No había revisado mis resultados del examen de Alemán así que, en medio de mis objetos regados por la habitación, descubrí que no aprobé.

¿Y de calamidad…? Suena el teléfono y una señorita me comenta que tengo una deuda pendiente que si no demuestro voluntad de pago me van a mandar a un dragón gigantesco a comerme y yo veía mis objetos regados por la habitación, la pantalla con los resultados negativos y el reloj que me gritaba que no tenía tiempo para tonterías. “Señorita, tengo voluntad pero no dinero”.

Así que jueves por la tarde, quedaban un montón de cosas todavía y sin saber cómo lo iba a mover, apareció mi vasca favorita (ella dice que nació en Vasquilandia pero creció en Madrilandia entonces no me parece tan vasca) y con una paciencia infinita me ayudó a mover todas las cosas. No, todas no. Nos quedaron algunas cuantas, pero tenía que tomar el autobús. Así que llegamos al terminal y cuando finalmente pensaba que ya todo lo malo había pasado, ocurrió la tragedia: “No hay autobuses hasta mañana a la 1 de la tarde” Mi cuerpo estaba insensible de tanta agua helada que había recibido esa semana y sin embargo eso lo sentí bastante bien.

Tuve varias crisis de ansiedad al mismo tiempo. La vasca me tranquilizó y para mi sorpresa siguió ayudándome. Llamó al teléfono de atención al cliente y un contestador muy amable me exasperaba más y más y no me daba la opción de hablar con un operador de verdad. Con la compañía de la nubecita nada de emergencias fuera de las horas de trabajo. Como no logramos nada, me llevó de nuevo a la madriguera, perdón, a la casa. Intenté cambiar el billete pero curiosamente la conexión daba error. Así que me dormí, bueno, me acosté.

Me desperté a las 7:30 am. Inmediatamente entré a Internet a cambiar el billete para el sábado y ¡voilá! Pude. Aproveché y compré el billete a Barcelona para la 1 am. Esa parte estaba resuelta a costa del presupuesto.

Desayuné tranquilo, casi todo estaba guardado en el trastero, mi equipaje estaba hecho, técnicamente nada podía salir mal. No, nada salió mal, si lo bueno de la teoría “de que si algo se puede complicar se complicará” es que no es infinita, en algún momento termina y entonces empieza a salir todo bien.

Y disfruté esa sensación. Hice un primer viaje al trastero, almorcé con mamá para despedirme de ella, aproveché y me echó una mano llevando más cosas al trastero. Fue muy raro ver que todas mis cosas, toda mi vida en España, cabían en un espacio de 1,35 m². Le dejé comida que me quedaba y la bici a Carlitos Wey

Esperando el autobús a Barcelona.

, el único rapero venezolano que conozco en Madrid. Todo iba viento en popa, hasta que me llamó el tipo que me alquiló la habitación (iba a decir compañero de piso) y empezó a reclamar que no había limpiado. Le tuve que colgar porque se puso bien pesado (fastidioso) y tenía que terminar un viaje más. Entonces mandó un SMS criticando mi educación. Aquello fue la gota que derramó el vaso. Nada más el hecho de construir una chabola (rancho) en la sala y alquilarla para ahorrarse un dinero ( por supuesto yo pagaba lo mismo) era motivo suficiente para haberme ido hacía tiempo.

Bueno, el punto es que recogí todo, limpié, me duché y dejé las llaves de la madriguera esta vez sin perspectiva de regresar. Llegué al terminal de autobuses de Avenida de América a las 12:20.