[6/10] Hay quien dice que la vida es un camino sembrado de cruces, aunque en ocasiones éstas puedan ser inventadas o provocadas por una deficiente formación personal. En el terreno de la fe religiosa es lo que sucede en aquellos ámbitos en que el rigorismo de la letra agosta la libertad del espíritu, y en que el temor e inseguridad llevan a comportamientos faltos de sentido común y de humanidad. Esa es la realidad que el alemán Dietrich Brüggemann recoge y critica en “Camino de la Cruz”, película que se llevó la Espiga de Plata en la última Seminci y que ofrece una imagen bipolar de la cuestión. Maria, una chica de catorce años, se encuentra atrapada entre las inclinaciones propias de la edad y las normas que le inculca su familia desde la espiritualidad de la Fraternidad de San Pablo, ficticio grupo integrista y cismático de la Iglesia Católica.
Esa doble tendencia queda reforzada por el tratamiento que le da el director, con una intención de dejar en evidencia una postura irracional -sobre todo de la madre- que conduce a la joven Maria por un auténtico via crucis. Si la delicadeza y sensibilidad que demuestra al meterse en la piel de la chica es conmovedora y elogiable, la falta de matices hasta el ridículo con que recoge la vida religiosa resulta patética y fruto de la manipulación ideológica. Acierta Brüggemann al transmitir esa inocencia y pureza juvenil de un alma buena que solo quiere querer a Dios, pero fracasa al mostrarnos una práctica y una moral católica alejada de lo humano. En la película, escrita junto a su hermana Anna, se adivina un tono autobiográfico (ambos pertenecieron a la Sociedad de San Pío X) y heridas de carácter personal y eso da vida a la cinta pero también la lastra en su mensaje.
Formalmente, el director construye la película a partir de las catorce estaciones de la Pasión y Muerte de Cristo, con un paralelismo (por ejemplo, la ayuda del Cirineo se equipara a la confesión de pecados y liberación de su peso) en el que los capítulos son rodados con planos fijos, a modo de tableaux. Las imágenes rezuman sensibilidad y dolor porque el espectador palpa el contraste entre esa dulce niña y esa madre intransigente, entre ese deseo que amar (por ejemplo al compañero de clase) y ese miedo a dejarse arrastrar por la vanidad, entre esa confianza con el sacerdote y esa sospecha de una madre rígida y severa. La generosidad de vivir para Dios no casa bien con la represión del sentimiento, ni la ternura de Maria con la dureza de unas normas externas, pero el milagro lo obra la pequeña Lea van Acken, que aporta fragilidad y su mirada pura para una realidad deformada por unos y otros.
En definitiva, este calvario convence en lo que se refiere a la educación fallida de una adolescente que sufre y es sacrificada, pero no en la imagen que da de una religión cogida por las ramas y que es distorsionada con la misma manipulación (ideológica) con que actúa la propia madre de la joven. Por eso, lo que quiere ser una crítica al integrismo y fanatismo religioso se convierte en un ejercicio -poético y hermoso pero malicioso- que trata de imponer una manera de entender la vida (políticamente correcta y religiosamente vacua) a partir de un caso lamentable y esquematizado (hubiera aportado equilibrio desarrollar la figura del joven Christian y su religiosidad normal), en donde lo irracional de impone a lo humano y a lo divino.
Calificación: 6/10
En las imágenes: Fotogramas De “Camino de la Cruz” © 2014 Caramel Films. Todos los derechos reservados.