Discontinuos
(Autor: Miguel A. Brito)
Dejarte llevar por el camino es una manía peligrosa no exenta de frustración. A menudo las señales y las indicaciones de aquellos a quienes preguntas te llevan a un lugar lleno de nieblas, y llegado a ese punto te verás cargando contra ti porque no hay más culpables que tú y tu dejadez. Puedes buscar si quieres alivio en tomarla con los demás para descargar tus culpas, y esto será como pequeñas dosis de morfina que aplacarán tu dolor, pero no te engañes, como la morfina crea adicción, y cada carga contra los que te rodean son también otras maneras de matarte, ocasionarte daños, heridas irreparables que no pararán de sangrar. No hay escapatoria fuera de ti.
Antes de llegar a ese punto de autodestrucción conviene detenerse, no demasiado, que el inmovilismo es una perversión de la reflexión. A la reflexión hay que atarla en corto, domarla de alguna manera, hacerla parir soluciones. Detente, mira a tu alrededor, cuenta hasta diez o mil, no más, y en ese tiempo piensa dónde quieres ir, quién quieres ser, con quién quieres estar, dentro de cuatro, cinco, once años y empieza a andar hacia esa luz que se abre, da un paso y después otro. A lo mejor descubres que querías ir a Roma. Si es así, será Roma pero pisando tu propia calzada; si no será Caracas, Londres o Bombay, pero una sugerencia: no te fíes de tu instinto y de los deseos, son mentirosos, mejor dejarse guiar por tus anhelos.