Hace menos de un año leí Un mortal sin pirueta (Menoscuarto, 2008), el primer libro de relatos de Ernesto Calabuig (Madrid, 1966). Ya comenté entonces que he coincidido con Ernesto en persona en algunas ocasiones; y durante la pasada Feria del Libro de Madrid me acerqué un domingo a la caseta de Menoscuarto para comprar –y que me dedicara– su nuevo conjunto de relatos, estos Caminos anfibios. Unos días después, Ernesto tuvo la amabilidad de pasarse por la caseta en la que yo estaba firmando mi novela El hombre ajeno, para que se la dedicara.
Cuando a principios de 2013 se falló la tercera convocatoria del Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero, que ganó la mexicana Guadalupe Nettel con Historias naturales, Caminos anfibios de Calabuig se encontraba entre los seis finalistas. Durante la deliberación del jurado, sé que el voto de Enrique Vila-Matas fue para Caminos anfibios.
Si Un mortal sin pirueta estaba formado por quince cuentos, Caminos anfibios contiene trece. Como ocurría en su primer libro de relatos, en este último la extensión de los cuentos también es bastante dispar: desde las 38 páginas de Del ahogarse en un vaso de agua hasta las dos de Mi padre al lado de un camino.
Ya he comentado más de una vez en el blog que me gusta bastante la narrativa breve norteamericana. Escritores como Raymond Carver, Tobias Wolff o Richard Ford practican un tipo de relato que se ha convertido ya en una especialidad de ese país. En sus composiciones, muchas veces sobre relaciones familiares, el relato se acerca a un punto en la vida de los personajes en los que una circunstancia externa hace que su equilibrio se rompa. Estos personajes, en la mayoría de los casos, se definen más por sus acciones que por sus pensamientos. Cuando acaba el relato, el protagonista de un cuento norteamericano arquetípico habrá descubierto algo sobre sí mismo (momento epifánico), que el lector compartirá con él, o bien tendrá que intuir cuál ha sido su descubrimiento en un final abierto, porque a veces el autor interrumpirá la narración un poco antes de que el momento epifánico se produzca, creando así un halo de misterio y de posibilidad que permita jugar con las expectativas del lector sobre lo contado. Hago esta reflexión previa sobre el relato norteamericano para, por contraste, hablar de los cuentos de Caminos anfibios. Ernesto Calabuig construye sus cuentos mostrando más los pensamientos de sus personajes que sus acciones. El hecho importante para la vida del personaje no tiene lugar aquí durante el tiempo del relato, sino que normalmente ha ocurrido ya y el personaje, desde la tranquilidad de su hogar alemán (como pasa en el primer cuento, el titulado precisamente Caminos anfibios), o desde el asiento de su oficina (cuento Del ahogarse en un vaso de agua), lo rememora. Los cuentos de Calabuig son, por tanto, cuentos de carácter más estático que un cuento norteamericano canónico.
Así mismo, el estilo narrativo de Calabuig es más denso que lo habitual en el citado cuento norteamericano. Aventuro una hipótesis: al ser Calabuig traductor del alemán y amante de esta lengua, su estilo, al escribir en español, se ha visto influido por aquélla. Abunda en estos relatos la frase extensa y con abundantes subordinadas. De esta forma comienza Caminos anfibios, el primer cuento del conjunto: “Tan sólo hace unas semanas, un veintisiete de marzo, una luminosa mañana de domingo en la que se alcanzaron ya los catorce grados (un récord celebrado en los informativos de todos los canales alemanes tras tantos meses de un frío empeñado en entumecer por igual el alma y el cuerpo), Marie Baumann aún había sido Marie Baumann y había hecho las cosas que le eran propias y se esperaban de ella en esta estación del año, ocupaciones en las que se empleaba a fondo y con todas sus ganas, cuando un anticipo de buen tiempo, como una breve y prometedora racha de suerte en el juego, alcanzaba por fin su ciudad del noroeste de Alemania”-
Precisamente los dos cuentos que ya he citado, Caminos anfibios y Del ahogarse en un vaso de agua, que con 19 y 38 páginas son los más largos del libro, son también los que más me han gustado. Después de haber leído tan sólo el primer cuento –Caminos anfibios– ya sabía que Calabuig había madurado como autor respecto a su anterior libro de relatos. Ya he apuntado que en este cuento la protagonista, Marie Baumann, reflexiona sobre algo que ya ha ocurrido (una infidelidad). Si bien la anécdota narrativa –el relato de los hechos acontecidos– que mueve el cuento es pequeña, las reflexiones sobre cómo ese hecho (la infidelidad) ha modificado la vida y los puntos de vista de Marie son profundas, ricas en detalles y en introspección psicológica. Y aquí es adonde quería llegar: los cuentos de Calabuig son de tradición más europea (más centroeuropea, en realidad) que norteamericana.
Este primer cuento, Caminos anfibios, es completamente alemán: su localización, así como sus personajes, lo son. En los demás encontramos también muy presente el tema alemán: turistas españoles en Alemania, hijos de inmigrantes españoles en Alemania. Esto da un carácter bastante propio a la narrativa de Calabuig, gran conocedor de la cultura de este país.
Del ahogarse en un vaso de agua es el relato que más me ha gustado de este libro. Un editor español, que recibe llamadas telefónicas que le animan a pasar sus vacaciones en un complejo hotelero de la costa, rememora de pronto los veranos de su juventud que pasó precisamente en el pueblo del que le están hablando. Las llamadas le conducen a revivir un acontecimiento importante para su existencia, que vivió allí cuando tenía catorce años en 1980. La recreación del verano de 1980 me ha parecido muy evocadora. Yo sólo tenía seis años en 1980, pero he sentido la condensación de mis recuerdos de la década que comenzaba en este relato.
Como ya he comentado, la vinculación del autor con Alemania está muy presente en este libro, cuyos temas de fondo serían el peso de los recuerdos y el de la edad; casi todos los personajes de Caminos anfibios se encuentran en la cuarta década de su vida y sienten que ha llegado el momento de reflexionar acerca de su lugar en el mundo. Sobre este último tema me parece representativo el relato Burbujas, sobre un hombre enfermo que se empeña en acudir a la clínica, donde han de realizarle unos análisis, en bicicleta, como una forma de resistencia, de no querer asumir la propia decadencia del cuerpo.
Los relatos que menos me han gustado de Caminos Anfibios han sido aquellos en los que sólo nos encontramos un recuerdo o una evocación y todo acaba ahí. Esto ocurre por ejemplo en Secuencias venecianas, donde dos recuerdos de turista no consiguen, para mí, transmitir toda la fuerza que espero que contenga un gran relato. Algo parecido me ocurre con los siguientes, Padres, hijos… distintos automóviles o La estrella giratoria, en los que la potente evocación de un recuerdo no consigue suplir la falta de desarrollo narrativo. Si al principio decía que los relatos de Calabuig eran estáticos (alguien que evoca) y que consigue los mejores resultados al usar esta técnica en sus composiciones más largas, también se encuentran en Caminos anfibios algunos cuentos que podríamos considerar de corte más norteamericano. En Dahlmannstrasse el narrador nos cuenta los días que ha pasado en Berlín con su familia (mujer y dos hijos), pero durante sus vacaciones se pondrá enfermo y esto hará que no pueda salir del hotel durante algunos días. Como ya ocurría en Burbujas, el tema de la decadencia física está muy bien narrado en este cuento. En este sentido también me ha gustado el último cuento, Nocturno del Ruhr, que cierra el libro como empezó: con una infidelidad, llevada a cabo por una persona en su cuarentena y que empieza a sentir que pierde la juventud. Pero en este caso la técnica narrativa es diferente: no se evoca, el relato transcurre en paralelo a los hechos narrados.
El estilo, además de denso, como ya apunté, es rico en referencias culturales (películas, libros; así por ejemplo, me ha llamado la atención un comentario sobre el autor norteamericano David Leavitt, escrito como si el lector tuviera tan clara la referencia como el narrador del relato; lo que en mi caso, al menos, era cierto). Las mejores páginas de Caminos anfibios son aquellas en las que este estilo denso funciona de un modo poético para mostrarnos a los personajes. Es destacable, así mismo, la poderosa metáfora de los caminos anfibios, de los que se habla en el primer cuento, y que vuelve a aparecer en más de uno de los cuentos del libro.
Algunos de los temas tratados en Un mortal sin pirueta siguen presentes en Caminos anfibios: el Madrid de los 60-80: el colegio de curas, la adolescencia, el refugio de los programas televisivos o los libros de la infancia. Pero Caminos anfibios va más allá, y es un conjunto de relatos mucho más cohesionado y maduro que el anterior.
Caminos anfibios es un más que notable libro de relatos, con grandes cuentos (Caminos anfibios, Del ahogarse en un vaso de agua, Burbujas, Dahlmannstrasse, Nocturno del Ruhr), cuya fuerza descansa en el poder evocador de una prosa densa y poética, repleta de referencias culturales.