Año: 1964
País: Estados Unidos
107 min.
Fotografía: Joseph MacDonald
Música: Jerry Goldsmith
Guión: Joseph Landon, Clair Huffaker
Reparto: Richard Boone, Stuart Whitman, Anthony Franciosa, Jim Brown, Edmond O’Brien, Wende Wagner
Gordon Douglas fue un artesano (esa profesión actualmente en desuso), un obrero de la cámara con medio siglo de cine esforzado y poco reconocido pese a las tremendas gemas que fue dejando. Películas del calibre de esa fundamental pieza clásica de la Sci-Fi b que es La humanidad en peligro (Them!, 1954) o de ayudar a fundar la era de los grandes policíacos desencantados con El detective (1968), un sórdido policiaco imbricado con Sinatra dando vida a su cansado protagonista quizás devolviéndole a Douglas el favor por haber dirigido primer Hampa dorada y luego La mujer de cemento, un par de inanes pero simpáticos títulos que jugaba a relajar la imagen del hard-boiled detectivesco usando el personaje literario de Tony Rome y su soleado universo. Algo antes, en 1964, ya había tomado el encargo de alinear al rat-pack en una de sus habituales chorradas
Una película que es, sencillamente una obra maestra, una de las cumbres del género, tanto por sus propias cualidades (toda una perífrasis de El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad) como por ser un film que proponía casi una refundación, un nuevo western que está aquí tanto prefigurado como llevado a su máxima expresión. Porque bajo el árido aspecto de un violento film de aventuras repleto de acción y rodado de la manera más trepidante imaginable se esconde, sin mayores alardes una forma totalmente nueva de ver el cine del oeste y su tipología. La presentación del personaje de Boone, que curiosamente tendrá su reverso en Chuka, no puede ser más aclaratoria de las intenciones de la película: masacra a un grupo de indios desarmados en pleno funeral, en medio de un paisaje rojizo azotado por el viento y casi desde el punto de vista del arma (un detalle que será muy eurowestern), al marcharse deja tan solo los
En el Conchos ya se mojan (o reflejan como Mayor Dundee de ese mismo año) obras mayores posteriores como Los profesionales (1966) de Richard Brooks o, por supuesto, Grupo Salvaje (Peckinpah y Douglas tenía lo mismo en mente al mismo tiempo, pero evidentemente uno de ellos también poseía mayor talento y una fortísima voluntad autoral), pero también hace extensiva esta influencia fundamental al cine bélico: se adelanta a los Doce del patíbulo (1967) del gran Robert Aldrich – y por extensión a todo el sub-género de comandos- proponiendo como protagonistas a un heterogéneo grupo de villanos e inadaptados que acabarán revelando un heroísmo tan desganado como auténtico, aunque aquí el ambiente de western sucio y fronterizo unido caracterización de sus protagonistas antecede ciertos aspectos luego típicos del spaghetti-western,
Por lo tanto esta es la historia de un grupo de renegados que son reclutados más o menos a la fuerza por un estirado oficial yankee (Stuart Whitman en uno de sus habituales tipos desagradables) para recuperar una partida de armas que le fue robada a él mismo por unos por unos rebeldes sudistas comandados por un general totalmente demente genialmente incorporado por Edmond O’Brien (rasgo que volverá a repetirse en Chuka donde la guarnición estará bajo las órdenes de un enloquecido ex-oficial inglés) que tiene la intención de reiniciar la guerra de secesión usando a los indios apache como ariete y que se encuentran acantonados en un recodo del
Año: 1967
País: Estados Unidos
105 min.
Fotografía: Harold Stine
Música: Leith Stevens
Guión: Richard Jessup según su propia novela Chuka, 1967
Reparto: Rod Taylor, John Mills, Ernest Borgnine, Luciana Paluzzi, James Whitmore, Victoria Vetri (Angela Dorian), Louis Hayward
En Chuka (para mayor contraste realizada justo después de la chispeante fiesta lounge F de Flint con James Coburn parodiando a conciencia el arquetipo Bond) Gordon Douglas recupera y revisa muchos de los aspectos de Río Conchos y lo hace desde esa misma concepción del western como territorio abonado para la vileza humana y para los mayores heroísmos. La acción se sitúa en una apartado fuerte donde ha ido a parar la peor escoria de la caballería de los Estados Unidos, la anti-imagen del cuerpo según John Ford, que va a ser asediado (al comenzar la película el asalto ha
A este metafórico purgatorio llegan una serie de personajes interconectados: un par de damas mexicanas, una de ellas la bella actriz italiana Luciana Paluzzi y la otra por una jovencita Victoria Vetri (acreditada como Angela Dorian, nombre que usaba cuando fue modelo para Playboy y futura Hammer Girl) y un hosco pistolero llamado Chuka, al que incorpora el australiano Rod Taylor (productor, además) volcando su habitual estolidez
La (doble) apertura del film ya explica a la perfección todo el ambiente y el tono del mismo: el personaje de Taylor es primero presentado (de espaldas a la cámara también) emergiendo de una ventisca en medio de un poblado indio que entierra a un hombre, al contario que Boone en el film anterior aquí el protagonista ayudará a los indios dándole comida a su joven jefe: por esto le perdonará la vida, dos veces. En la siguiente escena Chuka aparece de nuevo en mita de una tormenta de polvo para socorrer la carreta que transporta a las mujeres y escoltarla hasta el fuerte. La antigua relación amorosa entre los dos, el acecho de la tribu, un extraño sentimiento de responsabilidad y la enrarecida atmósfera terminan por atarlo al lugar del que nunca se irá pese a tener diferentes oportunidades y a decidirse varias veces, enmascarando con
En muchos aspectos este film es la contrafigura del anterior tratando prácticamente la misma temática, la contemplación de un grupo humano en medio de circunstancias extremas, y partiendo de igual visión brutalizadora sobre el género pero proponiendo una estilización y una voluntad de abstracción -lo que no significa una renuncia a la fisicidad más primaria sino todo lo contrario un decantación de ese elemento violento en momentos como la pelea a puñetazos entre Taylor y el sargento bulldog al que interpreta un siempre
Pero más allá de eso incluso admite interpretaciones casi alegóricas en forma de castigo bíblico sobre unos personajes despreciables que acumulan villanías (con lo que Douglas incorpora una violencia psicológica nada cómoda que tiene su corolario en la escena en la que un Mills completamente borracho desnuda miserablemente a cada uno de sus oficiales durante una cena que será, nuevamente interrumpida por una catarsis sangrienta: una escaramuza india resulta de un modo contundente, con Taylor atravesando de un salto una cristalera para acribillar al asaltante) y que han sido destinados a este lugar sin Dios en medio de la nada para que purguen su vida pasada: desde un capitán que utiliza a unos soldados (que luego lo chantajearán) para que le