Desayuno de boda
El matrimonio basado en el amor y la libertad de elección fue tema tratado en el siglo XVIII por autoras como Fanny Burney o Maria Edgeworth y, algo más tarde, por Jane Austen. No eran, sin embargo, estos los fundamentos de la mayoría de los matrimonios de la época.
Eran habituales entre la clase alta los matrimonios concertados con el fin de conservar las herencias y las posesiones familiares. Pero también se daban otros matrimonios, principalmente entre las clases más humildes, que o eran ni por amor ni concertados sino, podríamos decir, forzados. Sucedía esto cuando la mujer se quedaba embarazada y, al no contar con modo alguno de sustento, suponía una carga para la parroquia. La mujer se veía entonces forzada a dar el nombre del padre y este debía pagar los gastos de manutención a la parroquia o casarse o, de no aceptar, ir a prisión. Si el causante de la situación en que se hallaba la mujer era, sin embargo, de clase superior a la suya, la justicia miraba para otro lado y solo la caballerosidad del ahora arrepentido padre podría remediar, al menos económicamente, la penosa caída en desgracia de la muchacha en cuestión. A finales del siglo XVIII y principios del XIX tras la ceremonia de la boda- hasta 1886 solo podía solemnizarse entre las ocho y las doce de la mañana- se celebraba una fiesta, normalmente un desayuno, cuya duración y esplendor lógicamente dependía de la riqueza de los contrayentes o sus familias. Desde el momento de la boda muchas mujeres ya no se quitarán jamás el anillo de casada del dedo. Por aquel entonces se creía- los estudios anatómicos posteriores desecharían tal idea- que un nervio unía este cuarto dedo de la mano izquierda con el corazón.
Boda en el campo
Los divorcios eran muy costosos y muy escasos y la mujer, totalmente dependiente del marido, no era respaldada por la justicia ni siquiera en casos de malos tratos evidentes y reiterados. Los matrimonios de clase más humilde, sin embargo, tenían para poder disolverse el vínculo un modo no legal pero sí frecuentemente usado entre 1780 y 1850. Se consideraba 'el divorcio del pobre' y consistía en la venta de la mujer por parte del marido en subasta pública. El alcalde de Casterbridge, novela de Thomas Hardy, (si no la habéis leído, sin duda os la recomiendo) escenifica a su inicio una de estas ventas. No eran estos, como decimos, contratos legales pero aparecían incluso en prensa y la justicia hacía oídos sordos y dejaba hacer. Ha de añadirse, sin embargo, que en muchos casos la venta se producía, aunque no siempre, con el consentimiento de la esposa, y en ocasiones el comprador era su amigo. Una de estas primeras ventas está registrada ya en 1733 en Birmigham; en ella Samuel Whitehouse vende a su mujer, Mary Whitehouse, a un tal Thomas Griffiths. El valor de la venta se había fijado en una guinea (en torno a una libra). Las viudas, por otra lado, con gran frecuencia volvían a contraer matrimonio. ¿La razón? Como decía la aguda y certera Jane Austen en una carta fechada en marzo de 1817 a su sobrina Fanny Knight,"Las mujeres solteras tienen una terrible propensión a ser pobres, lo cual es un fuerte argumento a favor del matrimonio".¡Gracias por la visita!