Campanella concuerda con Parménides en que el universo es uno en cuanto ente, toda vez que emana de Dios, que es Uno, y el efecto del Uno sólo puede ser la unidad. Pero, al mismo tiempo, el universo es múltiple en cuanto participa de Dios en su entidad y de la nada en su nihilidad. Así, todo ente particular participa de Dios porque es ente, y de la nada porque es este ente y no todo ente. Por tal razón, Dios también es uno en cuanto ente y múltiple en la medida en que es participado por este y aquel ente.
La multiplicidad no nace para Campanella de la división de la unidad, ya que el ente cuando se divide o bien pierde el ser (lo que sucede al partir un hombre en dos) o bien lo multiplica nominalmente sin que se dé una diferencia real (como el agua dividida en dos gotas). Es la nada la que hace que lo múltiple sea múltiple.
El platonismo de Campanella concibe la realidad finita y múltiple participando del ente infinito y uno, que es Dios. Las ideas, afirma, no son ni unitarias ni múltiples, ya que si la idea de hombre fuera verdaderamente una, no podría realizarse en muchos hombres, pues todos ellos tomarían parte en la misma y, constando aquélla de partes, perdería la unidad; y si fuera múltiple, no podría plasmarse en un solo hombre, por lo que la especie humana debería constar necesariamente de más de un individuo, lo que es falso. Por tanto, lo múltiple participa de la nada en cuanto no es y del Uno en cuanto es, y éste trasciende toda unidad y toda multiplicidad.