Que ningún ente puede dar al otro lo que no tiene en sí mismo fue ya probado (Metaphysica, pars II, 1), y resulta conocido por muchos, demostrándolo por doquier la experiencia, pues nunca se ha visto a la luz causar oscuridad, ni al calor frío, ni a la púa alisar, ni a lo pesado aligerar, cosa que se advierte en todas partes. Cierto es que una masa caliente puede enfriarse, pero el frío no puede ser producido por el calor, ni el calor convertirse en frío. Es por accidente, al estar entre lo frío, que lo caliente incluso se reaviva y crece, no porque el frío le dé un mayor calor, sino que por sí mismo aumenta, siendo de naturaleza difusiva y multiplicativa; lo que no sucede en las cosas de por sí estériles.
Ahora bien, si los animales tienen por consenso universal sensibilidad, y el sentido no nace de la nada, es forzoso decir que los elementos, su causa, sienten; y también todo lo demás, como se mostrará en base a la afinidad de las cosas. Sienten, pues, el cielo, la tierra y el mundo, y están en su interior los animales como gusanos dentro del vientre del hombre, los cuales ignoran el sentido de éste, porque es desproporcionado a su exiguo conocimiento.
Mas se dice: el sol no es ni animal ni planta, y hace animales y plantas; y es sutil y móvil y blanco, y no obstante endurece y condensa el fango, e inmoviliza y ennegrece a los etíopes bajo Cáncer y Capricornio, donde más tiempo mora; y el fuego calienta, y la fría nieve calienta la mano y engrasa la tierra; y el salitre caliente enfría las bebidas; y el miedo, que no es frío, enfría al hombre; y el vivo da muerte a otro vivo; y muchos entre sí semejantes producen cosas a ellos desemejantes; y todo se hace de lo que no es. Por lo que lo sensible podría nacer de cosas no sintientes.
Respondo que las cosas que se hacen en el cielo y en la tierra participan de estos dos elementos. Mas el animal no es sol, sino tierra en la que el sol, obrando, produce una tal dureza que, no pudiendo ser exalada, organiza a la masa y hace que la vida en ella actúe, como se dirá después. Es así que el animal y la planta poseen espíritu, calor, sutileza y movimiento del sol, y materia de la tierra formada con el arte del sentido solar; mas no tienen nada, empero, que no esté en su causa, aunque no en el mismo modo que en la causa.
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Semejantemente, el sol no endurece el fango produciendo dureza y sequedad, sino descubriendo la dureza terrena que estaba escondida y mezclada en la blandura del agua, pues de tierra, dura por sí, y de agua blanda se compone el fango. Y el fuego, actuando, primero convierte en humo y aire, y luego en cielo, el agua que le es más semejante y menos resistente a su acción, de manera que la tierra queda sola con su sequedad propia, la cual puede licuar un gran fuego y producir humo, como se observa en las calderas y en las minas de sal y de metales.
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Si esta carta ardiese, siendo blanca, verás exalar la llama blanca, que es la parte tenue de la carta, quedando la materia negra y grosera. Pero si el fuego obra más en ella la hará vidrio; y si más todavía, aire tenue y blanco, y aunque toda materia sea negra, como probamos en nuestra Filosofía, es negra de negrura inerte y no activa como la del frío.
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La nieve no escalda la mano, sino que es el calor natural del hombre que, sintiendo que el frío arruina su morada, se une, crece y sale de la mano para ahuyentarlo.
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Por tanto, cuando uno mata al otro, la muerte es semejante a la mente del asesino, no a su ser; y la herida es larga y grande a semejanza de la espada; y cuando lo hace por azar, se asemeja al pensamiento del primer moviente, en el que el azar no cabe.
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Se rebela Lucrecio el epicúreo mostrando con su Demócrito que de las cosas no sintientes nace el sentido, porque de elementos indiferentes a la risa o al llanto se hacen hombres que ríen: y muchos ejemplos semejantes aporta contra Anaxágoras. A lo que respondo lo mismo, que aunque así sean la risa y el llanto en los elementos, no son del mismo modo en el hombre, porque la risa es dilatación del espíritu, dilatarse que es extraño a las cosas; y el fuego, cuando siente la ocasión de conservarse, se dilata y se alegra a su modo. El llanto es a su vez un constreñimiento de los espíritus, que expulsan el agua que está entre las membranas y el cráneo, como cuando se exprime la tierra húmeda y suelta agua.
Es preciso no olvidar que Lucrecio no sólo niega sensibilidad a los elementos, sino que dice, con Demócrito y Epicuro, que toda cosa se forma del concurso de los átomos que vemos en las espirales del sol; y, en segundo lugar, las distintas configuraciones que aquéllos toman agitándose y acoplándose dan lugar a distintas formas y apariencias.
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Esta opinión, reprobada por nosotros en la Física y en la Metafísica, debe ser examinada. Diré sólo que si los hombres tienen razón y juicio, en los árboles la razón hace que las hojas, las flores y las espinas se vean, y el gran sentido de las abejas, hormigas y otros animales; y es necesario decir que así es la primera sabiduría llamada Dios, de la que éstos participan, y que el azar no puede, arrojando estas letras infinitas veces, unirlas para hacer este libro, por citar su ejemplo; mas el arte de una vez lo hace. Así, no debe atribuirse la ordenada fábrica del mundo sino al arte en primer lugar.
Campanella