Cuando se vive en gran ciudad como es Buenos Aires, encontrar sitios que representen un sosiego en el mundanal ruido cotidiano resulta todo un desafío. Es por eso que cuando escuché que a pocos kilómetros del centro porteño se encontraba una réplica de una aldea medieval creada sobre tierras donde alguna vez funcionó uno de los tantos cordones ecológicos de la ciudad, comencé a planear una visita.
De ese modo me contacté a través de la página de Internet y recavé la información necesaria para visitar el lugar. Según lo informado en el sitio, Campanópolis (tal es el nombre de la ciudadela) no se encontraba abierta a tiempo completo sino que, sus organizadores, planean visitas temporalmente según vayan teniendo público que quiera conocer el lugar y pasar un día en las instalaciones.
La historia del lugar se remonta a la década del setenta, cuando su mentor, el Señor Antonio Campana (dueño de la empresa de productos alimenticios La Campagnola) decide comprar unos terrenos que habían pertenecido al relleno ecológico en la zona lindera a la cuenca del Río Matanza, específicamente en la zona de Gonzáles Catán, uno de los sitios más marginales y olvidados del conurbano bonaerense.
Ya dueño de las tierras, el propietario se entera que padece de una grave enfermedad y decide, a modo de legado, comenzar a construir en ese lugar una ciudadela de estilo medieval según el modelo estético que le propinaban los recuerdos que atesoró de los tantos viajes que hizo por el viejo mundo, así como los del terreno de sus propias experiencias oníricas, de las que aparentemente manaba una gran fuerza creativa.
Gracias a la grandeza del proyecto, este hombre pudo sobrevivir algunos años más a los pocos que le habían diagnosticado los médicos cuando le descubrieron la enfermedad. Si bien los organizadores cuentan que el proyecto quedó inconcluso (de hecho eso se advierte en muchos de los espacios que se visita) decidieron posteriormente a su muerte abrirlo a la comunidad para que todos conozcan la obra artística llevada a cabo por el empresario, quedando así inaugurada Campanópolis como una atracción de puertas abiertas.
En cada una de las pocas visitas que se organizan al año, el público además de ver las construcciones y los espacios verdes del lugar puede asistir a los diferentes números y actividades que rememoran algunos aspectos de la vida medieval y que permiten la posibilidad de agregarle a la experiencia (usando mucho la imaginación) un adicional que suma a la experiencia, sobre todo si se asiste con niños (Hay actores con ropajes de la época, caballeros cruzados que emulan batallas en algunas de las zonas verdes, soldados romanos – anacrónicos y un tanto sin sentido sobre todo si se tiene en cuenta la época que se quiere representar- y algunas familias que reviven un fogón como en los tiempos del mago Merlín).
Si bien el lugar es un sitio agradable y con una propuesta innovadora (sobre todo si se la compara con otros circuitos tradicionales de excursiones a pocos kilómetros de la capital) algunos problemas de organización y de infraestructura algo precaria de algunas instalaciones (como el comedor, en condiciones higiénicas y de salubridad algo dudosas o los baños, solo dos y que se encuentran totalmente abarrotados de público todo el tiempo), hacen por momentos tambalear la idea de entretenimiento que se va a buscar cuando se decide contratar los servicios de la Villa.
Sumado a esos problemas ya citados, se agregan otros que hacen que la reconstrucción de época que persiguen sus organizadores no se llegue a perfeccionar, quedando a veces a medio camino entre el disfraz y el grotesco de muchos de los actores que, pese a su buena voluntad e intento de actuación, no alcanzan a sostener los personajes que les fueron encargados representar (esto se ve por ejemplo en los caballeros medievales que portan excelentes ropajes de época pero acompañados de calzados deportivos)
Por todo ello la visita a Campanópolis deja más una sensación de expectativa frustrada que de satisfacción en quienes pasan el día entre las casas, castillos, espacios verdes y asisten a los espectáculos que se ofrecen a lo largo de la jornada. Quizás si sus organizadores cambiaran algunas de las políticas que emplean en el guiado del lugar y pulen algunas de las falencias de espacios para recibir grandes cantidades de público, es probable que logren alcanzar la experiencia inolvidable que su mentor ideó para todos aquellos que lo sobrevivieran y admiraran su obra.