WENCESLAO CALVO
El domingo y lunes, 11 y 12 de julio de 2010, Madrid fue una explosión de euforia popular. Las gentes se echaron a las calles, nada más producirse el pitido final del árbitro, para festejar el triunfo que consagraba a España como campeona del mundo de fútbol. Se dice que nada semejante se había visto nunca en la capital, aunque contemplando las imágenes en blanco y negro a cámara rápida del 14 de abril de 1931, el día que fue proclamada la II República, no resulta tan fácil hacer esa afirmación; con todo, es posible que así sea.
Y es que ante la dura realidad presente y el inquietante panorama futuro, el fútbol ha venido a poner la única nota agradable capaz de generar ilusión y levantar la moral de un pueblo alicaído, sumido en una profunda depresión. Cuando las noticias, rumores y sobresaltos de índole económica, social y política nos dibujan un cuadro casi como los plasmados por Goya en su ´etapa negra´, el fútbol ha tenido la virtud de sacarnos por unos días de la sima del pesimismo y elevarnos hasta las nubes de la exaltación y la gloria.
Claro que pasado mañana, cuando toda esta euforia colectiva haya pasado, volveremos a la sombría realidad, aunque siempre habrá quien diga: ¡Que nos quiten lo bailao! Creo que ahora puedo comprender mejor a otras naciones, cuya frustración es tan profunda en tantos aspectos y sus expectativas tan oscuras, que se vuelcan totalmente en el fútbol, como si tuviera poder redentor.
Puede leer aquí el artículo completo de este conferenciante, predicador y pastor en una iglesia de Madrid de fe protestante titulado Campeones del mundo