Debido a la escasez de hombres en las fabricas japonesas, se transportaban a muchos prisioneros de los campos del sudeste asiático hacia el norte en unos navíos conocidos como los "Barcos del Infierno", debido a que viajaban hacinados en unas condiciones deplorables por lo que muchos morían en el viaje.
En los campos, posiblemente el peor era el de Naoetsu, muchos eran sometidos a experimentos médicos como los que realizaban la Unidad 731. Tambien eran sometidos a terribles maltratos físicos como sufrir palizas con bastones de bambú, permanecer horas en cuclillas con los brazos estirados o metidos en cajas metálicas bajo el sol. La unidad más temida era la Kempeitai que recurría a métodos de tortura especialmente crueles como someter a los interrogados a descargas eléctricas, clavar astillas de bambú bajo las uñas, provocar quemaduras o el ahogamiento. El resultado final solía ser un disparo en la nuca. Para muchos era el modo de acabar con el dolor y el sufrimiento.
La Convención de Ginebra los enfermos debían recibir cuidados médicos, pero los japoneses no la cumplían. Todos debían trabajar. Tojo había dado instrucciones de que: "a los prisioneros no se les permitirá permanecer ocioso sin hacer nada más que comer gratis, ni siquiera un solo día". "En Japón tenemos nuestra propia idea con respecto a los prisioneros de guerra (...) El tratamiento será distinto que en Europa o América". De este modo las enfermerías carecían de lo más básico para tratar las enfermedades y heridas. Todo era para el ejército japonés. En algunos campos la enfermería no existía o no estuvo nunca operativa.
Durante la guerra, Japón hizo prisioneros a unos 140.000 soldados aliados, de ellos el 27% de ellos murieron en los campos de prisioneros. Siete veces más que en los stalags alemanes. Las cifras reales de los campos soviéticos aún se desconocen.
Para saber más:
El Holocausto asiático: Los crímenes japoneses en la Segunda Guerra Mundial, de Laurence Rees
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