Campos Reina.Trilogía del Renacimiento.Debolsillo. Barcelona, 2003.
Campos Reina.La cabeza de Orfeo.Debolsillo. Barcelona, 2006.
Cuando Joaquín Maruján supo que, de madrugada, iban a darle el paseo, al caer la tarde pidió que José Heredia, su cuñado, le trajera a la prisión una lata de jalea de membrillo y la cuchara de plata que su madre, de niño, le había regalado. José se presentó en la cárcel de la capital ya entrada la noche, después de que todos sus intentos de lograr clemencia para Joaquín fracasaran, y sin reparar en el riesgo que pudiera suponerle el parentesco y la amistad manifiesta con un hombre que tenía fama de agitador político y de masón. Tras exigírsele que se identificara, José fue cacheado, y al cabo de media hora, que se le hizo infinita, conducido por una pareja de guardias hasta la celda donde se hallaba Joaquín. Lo primero que vio, al serle franqueada la puerta, fue a un joven que yacía en un jergón, con huellas evidentes de haber sido torturado, y enseguida reconoció en la penumbra el perfil de Joaquín, su rostro, muy demacrado, en el que destacaban, si cabía, más que nunca, aquellos ojos oscuros, desmesurados, que arrastraban a las gentes en los mítines. La escasa iluminación que proyectaba una bombilla desnuda y el olor que despedían las paredes húmedas, mezclado con el aire viciado del calabozo, sobrecogieron a José, quien por un instante llegó a pensar que era aquel el olor de la muerte.
Ambientada en el tiempo de la República y la guerra civil, así comienza El bastón del diablo, la segunda novela de la Trilogía del Renacimiento de Campos Reina, que reúne Debolsillo en un estuche del que forman parte también Un desierto de seda y La góndola negra.
La obra novelística de Campos Reina, que se había iniciado con Santepar a finales de los años ochenta, se prolonga durante dos décadas y se completa con el díptico La cabeza de Orfeo, integrado por Fuga de Orfeo y El regreso de Orfeo, reunidos también en Debolsillo.
El conjunto forma un ciclo novelístico en torno a la familia de los Maruján, que en la trilogía se desarrolla sobre el telón de fondo de Córdoba, Florencia y Venecia para proponer un recorrido simbólico por el siglo XX a través de la historia de la familia con un diseño de resonancias dantescas en su propuesta de la alegoría moral de un viaje por el paraíso, el infierno y el purgatorio.
Con una sutil mezcla de literatura y realidad, de vida y fabulación, la narrativa de Campos Reina llama la atención por su densidad sin concesiones, por el cuidado intenso de la forma, por la elaboración de su estructura meditada, la destreza en el uso de la elipsis o la plástica descripción de escenarios que son, más que un simple telón de fondo, el ámbito que sirve de contrapunto simbólico y de referencia vital a los personajes del ciclo. Una meditación del marco, por decirlo en términos orteguianos, esencial para organizar ese recorrido por el siglo XX en el que convergen las tragedias personales o familiares y las colectivas, lo privado y lo público.
El díptico La cabeza de Orfeo, una alegoría ambientada a principios de los noventa en Sevilla, tiene como referente el mito de Orfeo y las Bacantes que le cortan la cabeza y la arrojan al río. Sus dos novelas - Fuga de Orfeo, que reproduce el diario manuscrito de Leo Marjuán, y El regreso de Orfeo, que narra en tercera persona el regreso a Sevilla del cirujano León Marjuán, ciego tras un accidente-giran en torno al erotismo y la sensualidad que ya asomaban en la trilogía, al redescubrimiento por parte del protagonista del mundo y de sí mismo a partir de los sentidos en una reeducación sentimental desde la estrecha moral represiva del franquismo que se anuncia en este párrafo, de la primera novela del díptico:
Nadie imaginaría, al verme ahora, que fui un adolescente enfermizo y dominado por el complejo de Edipo. Mi madre y mi abuela acostumbraban a rondar mi habitación con termómetros, bandejas de comida, manos expertas para analizar la temperatura de mi frente e incluso algún matamoscas con el que eliminar molestos insectos. Cuando logré desembarazarme de mis enfermedades, se había establecido un lazo invisible entre las mujeres, en general, y mi persona. Un lazo invisible para mí, pero no para las mujeres, por lo que hasta hoy he podido desentrañar.
Santos Domínguez