Nadie lo diría, y menos quienes durante el franquismo enfebrecían ante la hoy ultraderechista Brigitte Bardot en bikini, o viajaban a Francia para ver cine erótico y volvían seducidos por las patéticas hazañas de Marlon Brando en “El último tango en Paris”.
Aquella Francia descocada, en la que tantos españoles vieron los primeros desnudos, quiere ahora prohibir las películas pornográficas en la televisión, incluido el Canal+ de pago.
La versión española de ese canal tiene unos dos millones de abonados de los que nunca sabrá cuántos lo son por sus programas culturales y cuántos por las películas pornográficas de los fines de semana.
Algo parecido pasa en Francia, donde como aquí, los amantes del porno disfrazan su afición contratando televisiones “de calidad” como el Plus o comprando revistas que llevan entre mujeres despampanantes desnudas entrevistas a presidentes de gobierno y ministras.
En algunos países de Europa ya está reconocido la unión legal entre homosexuales, y los hábitos amatorios se han hecho tan libres que el cine porno imita las habilidades que le describen muchos ciudadanos comunes, incluidos honorables padres de familia numerosa, a quienes presentan, siempre mujeres y algún gay, programas vespertinos de televisión,
Algo está cambiando en la liberal Francia cuando su justicia anuncia que encarcelará como adultos a los niños delincuentes desde los 13 años, y su Gobierno se formula vedar el porno televisivo de las madrugadas.
Un directivo del Canal+ francés cree que este deseo es un reflejo patriótico para evitarle sus crecientes complejos al gallo nacional por sus humildísimos valores sexis comparados con los de los portentos que actúan en esas películas, es decir, que todo obedece al tradicional proteccionismo chauvinista francés.