Dentro, a una altura considerable del suelo, una viga de aire servía de puente entre los tejados de las dos bodegas. Sobre esa viga, el hijo del de la imprenta, Marcos, y yo, que éramos los únicos que no teníamos vértigo, imitábamos a los artistas de la cuerda floja, pero sin balancín, haciendo equilibrio con los brazos; así tan pronto caminábamos por la viga a la pata coja que de espaldas, o que de espaldas, a la pata coja y con una venda en los ojos, todo a la vez.
El perro se llamaba, le llamábamos, Tarzán. Y le debo un poema. Me enseñó, y no solo a mí, con su ejemplo, a no rendirme jamás, por muy jodidas que se pusieran las cosas. Sobre este perro, en verdad un amigo, escribí estos pocos versos en mi poema Los envenenadores de perros:
el tarzán,
que se peleaba con todos los pastores alemanes del barrio.mari la del corredor le curaba las heridas y los niñosle bajábamos de nuestras casas las sobras de la comida.
Y ahora, después de este brote sentimental, este viaje en el tiempo hacia el pasado remoto de la calle en la que sigo viviendo, esta, como diría el hermanito Vic, regresión a la infancia, vamos con la peña que ha tenido el detalle de darle cancha a mi poesía:
Las palabras del narrador y poeta Esteban Gutiérrez Gómez sobre El lenguaje de los puños en su:
BACOVICIOUS
Un audio de mi poema:
LA AUTOPISTA
Uno de mis poemas en
VOCES y MIRADAS
Y unas menciones en este post de
ESCRITO EN EL VIENTO
A todos ellos, como es habitual en mí: Muchas Gracias.