2 agosto 2014 por Carlos Padilla
José Luis Rodríguez ‘el Puma’.
Y de buenas a primeras enciendes la tele un día y te encuentras a María Teresa Campos haciendo su programa en una terraza de Las Palmas, bajo una sombrilla, resguardándose del sol que casca sobre los platós al aire libre. El viento, cojonero aquí en Canarias, le agitaba el pelo de vez en cuando y por su cara parecía que la situación, pese a la naturalidad del momento, llegaba a irritarla. Así que allí estaba ella, la presentadora de España en el amanecer de los realities, entrevistando a José Luis Rodríguez el Puma en la calle; porque él también había venido por trabajo, creo que a un concierto y de paso a una escapadita a Maspalomas. Era verlos a los dos, morenos y espléndidos, ella algo regañada porque le había entrado un cisco en el ojo, y sabías que había llegado el verano.
Ayer estaban en un lóbrego estudio de Madrid y hoy ya ves, trabajando en el paraíso. Con Karlos Arguiñano pasaba algo parecido. Podías vivir en una cueva aislada del mundo viendo solamente El menú de cada día y te enterarías de la llegada del estío por el cambio súbito del atrezo: de repente, los muebles de cocina de la temporada pasada desaparecían para mostrar un enorme ventanal con vistas al mar y al cielo, en alguna playa del norte. ¿La ventana era real? Espero que lo fuera, porque aquel año eso fue lo más cerca que estuve de la costa. Menudo truño si ahora vengo a enterarme de que encima era un croma.
Mi madre era fan en aquella época de la Campos y el Puma. Jamás lo entenderé, toda una profesora de latín canturreando “Dueño de nada” o “Culpable soy yo”. Él me parecía un personaje sobredimensionado y sobrecargado. Ni puma ni nada: un pavo real pomposo y enjoyado, con un toque siniestro por culpa de sus patillas nevadas. Ella era, cómo decirlo, pues como una madre, pero ya tenía una y no quería otra. Recuerdo que una vez me llamó (me refiero a mi verdadera madre) para que viera a un conjunto musical que estaba actuando en Pasa la vida.
—Mira qué guapo el chico pelirrojo y qué vozarrón tiene. ¿No te gusta? —me preguntó.
Eran Enrique Bunbury y Héroes del Silencio, en su primera aparición en televisión. Un año después estaban sonando en todas partes, pero esa tarde tuve que aguantarlos en casa interpretados por mi madre, que por un día había decidido traicionar a José Luis Rodríguez.
—¡He oouuuuuíiiiido que la nuuuooooocheeee!
—Dios, mamá, si no van a llegar a nada. Mejor sigue con el Puma.
Las cosas han cambiado. Ya estamos en agosto y todavía la Campos no ha montado el campamento en la calle. De hecho creo que no tiene intenciones de salir a que le dé la ventolera ni de entrevistar a gente tipo Georgie Dann en directo, con actuación y todo. Tampoco sé si Arguiñano ha cambiado el escenario de su programa, sí sé que se ha mudado de cadena y que se llama de otra manera (el programa, él sigue siendo Karlos). El Puma ya no viene por aquí y ahora participa en el reality La Voz de Perú. Sobre Héroes del Silencio y Bunbury, pues qué decir. Ahora hay muchos más canales de televisión y es complicado seguirle la pista a todo el mundo.
Pero hay una cosa que me mosquea de verdad, y es que a estas alturas no soy capaz de decirte a ciencia cierta cuál es la canción de este verano. Otros años lo tenía más claro: “Macarena”, “Aserejé”, “La bomba”, “Mayonesa”, “Que la detengan”, etcétera y etcétera. Pero este ando más perdido que el barco del arroz, no logro dar con ella. En fin, que aquí estoy hablando de la Campos que no aparece, de Arguiñano que no se va a la playa y del Puma que sobrevive como puede en Perú. A lo mejor es que más que el verano lo que me está llegando a mí, como a todos ellos, es el invierno. Si es que va a ser eso.