El rocío aún brillaba sobre el musgo de las rocas, y algunas avutardas se recortaban, inmensas, en el azul. Bajo ellas, desde lo alto de una encina, una vocecilla mitad áspera y mitad musical se esparcía por el aire en una especie de chisporroteo incesante.
En el paraje, el verdecillo (Serinus serinus) siempre es, junto con el triguero y la cogujada, el primer pájaro del año en animarse a cantar. ¿Qué le impulsa a hacerlo siempre en torno a la misma fecha? ¿Y cómo aprende a cantar? Sobre este tema se sabe mucho en un pariente muy próximo del verdecillo, el canario (Serinus canaria), que nos proporciona un ejemplo quizás válido para el menor fringílido de nuestra fauna.
Cuando el periodo de luz del día supera determinada duración, se desencadena un cambio fantástico en el cerebro de los canarios macho. Comienzan a crecerles nuevas neuronas, que se entretejen formando agrupaciones (núcleos) que permitirán al pájaro desarrollar su canción. Al principio, experimentará con su siringe un poco al azar, pero poco a poco irá seleccionando frases, articulándolas, puliéndolas, hasta que eventualmente el canto cristaliza en una forma que ya no cambiará este año. Luego, después de la estación de cría, las neuronas del canto degenerarán, desaparecerán... Cada año, nuevas neuronas, nuevo aprendizaje de la canción. ¿Quién dijo que las neuronas no pueden reproducirse?
Exhibiéndose con su flamante canto, que alguien comparó con el sonido de huevos friéndose o de cristales quebrándose, nuestro verdecillo, con suerte, atraerá a su buena verdecilla, y juntos, en la espesura de una carrasca o un almendro, intentarán sacar adelante a sus pollos.
No todos los pájaros que cantan pueden aprender su canción cada año, como explica este artículo.