Mientras preparan su primer disco vemos que pasaron de una habitación cepia a un baño turqueza y no es un dato menor. El del color. En Madreselva las corrientes de violín y el machaque humano de guitarra más toda esa lana colorida cubriendo orejas borran como quien no quiere la cosa, kilómetros de límites, olvidando distancias y de pronto no se sabe si es Córdoba o la Patagonia o mejor, no importa. En esa universalidad local de sonido a chimenea los arreglos de voces parecen querer cuidar o voltear una cabaña que quizás se va armando con el tema, quizás ya estaba ahí. Bosques de Groenlandia seguirá buscando canción por canción hasta encontrar su mejor disco.
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