Bertolt Brecht escribió, dentro y fuera del teatro épico, cientos de frases memorables. Una de ellas, famosa pero no demasiado habida cuenta que nadie la menciona en estos días, o quizá es que la intelectualidad esté más pasada de moda que el diábolo, fue que “la crisis se produce cuando lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer”. De Brecht hoy no se acuerda prácticamente nadie, si acaso algún romántico de las revoluciones centroamericanas, de Ernesto Guevara, del movimiento situacionista (no situacionismo, término que los autores del mismo odiaban) y su “queremos que las ideas vuelvan a ser peligrosas”, algún acomodado con cargos de conciencia y sillón de lectura tapizado en piel natural.
Gracias a las soporíferas comparecencias de Jean-Claude Trichet, Presidente del European Central Bank, sabemos que las palabras del autor bávaro están vigentes. Gracias a la persecución al Señor de las Filtraciones, Julian Assange, que además de estarlo, los mandamases, la perpetuan con sus actos. Los miedosos, los conservadores, son unos incultos: no es que no leyeran en sus años mozos al rebelde Brecht, que provenía de un familia burguesa -Eugen Berthold Friedrich Brechter Han Culen era su nombre completo- y se decantó joven por la extravangancia antes que la solidaridad, es que tampoco hicieron lo propio con el 11º Príncipe de Lampedusa, Giuseppe Tomasi, con su única novela, El Gatopardo, donde queda bien claro que “si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie”. De ser los de la NASA partidarios del inmovilismo hoy seguiríamos creyendo que el arsénico es poco más que el elemento químico de símbolo As y número atómico 33, algo peligroso si un par de ancianitas te lo dan mezclado con un licor de bayas que alivie tu soledad. De seguir los de Google igual de tozudos con sus algoritmos mañana más de cuatro empezaremos a buscar otras maneras de encontrar los atajos que nos lleven a nuestro destino de ceros y unos.
¡Menos mal que un buen día alguien dijo que el Sol era el centro de nuestro sistema!, (y no por ello dejamos de estudiar a Ptolemaios y su modelo de universo geocéntrico); ¡menos mal que algún loco soñó que el hombre podía descender a las profundidades marinas o la forma de sobrepasar las nubes! Gracias a la tecnología, la física, la ciencia, el hombre avanza. Gracias a, sinómino aquí de por culpa de, la política, las ideologías, las creencias religiosas, hemos estado, y estaremos, condenados a devorarnos, a matarnos, a agachar la cabeza cada vez que un Warren Buffett se mofe de paisanos y extranjeros diciendo que “los multimillonarios deberíamos pagar mas impuestos” -la risa va entrecomillada, lo que quiere decir que se hace referencia a sí mismo: que sencillo al no emplear el plural mayestático-.
Algunas de las sentencias que hoy se acompañan del retrato de Brecht iban firmadas por otros, paternidad que de estar vivo no me cabe duda que hubiese rehusado a pesar de la posible aprobación del texto. (Habrá que dar la razón a Fernando Vallejo cuando alerta del peligro del libro electrónico, de la manipulación de los párrafos: es una cotidiana realidad.) Si creemos al director de cine Montxo Armendáriz, y no encuentro motivos para no hacerlo, y según se incluye en el final de Silencio roto (2001), su desoladora historia de los maquis, de Brecht son los versos siguientes: “En los tiempos sombríos / ¿se cantará también? / También se cantará / sobre los tiempos sombríos”.
Y si alguien no se ha enterado de qué va todo esto, de cómo la sociedad -los gobiernos- te invitan -te empujan- a que te posiciones en tu clase social -deja de alardear de bienes, proletariado- es que todo seguirá como hasta ahora y habrán triunfado las ideas más tristes y grises. En España, si se atreven a quitar la ayuda de los 426 euros a los desempleados sin ingresos -la chistera de mi circunflejo presidente es de copa muy alta-, o todos de Bertolt o todos de Brecht o todos xenófobos. Eso si, sin dejar de cantar.
Bertolt Brecht