Las 9. Habrá que pensar qué hacemos. ¿Vamos a casa y cenamos algo? Vale.
En casa. Mientras los niños se encargan de destrozar todo lo que pillan, nosotros salimos a la terracita a seguir con las cervezas y comer algo. Cerramos la puerta y que dentro hagan lo que quieran, jugar al fútbol o quemarla. Me la pela.
Las 10 y las 11, las 12 y la 1, y las 2 y las 3... Si, ya que soy muy pelma con las canciones pero es que viene al caso. Los 4 cachorros por fin se quedan sopas por ahí, donde pillan. Angelitos… Y de repente, la mejicana se arranca a canturrear no sé qué a mi lado, hasta que lo reconozco y pienso: Uy..., no sabe donde se está metiendo… Y claro, me pongo a hacer los coros.Empezamos con rancheras, que el grito mariachi anima mucho. Por fin los hombres nos abandonan y se van a sus quehaceres de arreglar el mundo y de exaltación de la amistad. Mi colega y yo seguimos a lo nuestro:- ¡¡¡Con dineeeero y sin dineeeero, hago sieeeeempre looo que quieeeeero, y mi palabra es la leyyyyyyyyy!!!
Pues eso, que cantamos cual locas en la terraza como si el mar fuese nuestro fan mas fiel.¡Qué bien se siente una cuando se cree que canta como los ángeles aunque lo haga como el culo! Te creces, y cada canción nueva vas un poquito más lejos. Hasta que por fin te levantas y mando a distancia en mano a modo de micrófono, lo das todo y te partes de risa. Y gesticulas e imitas las muecas que ponen los cantantes -nunca he sabido muy bien por qué- pero lo haces igual. O eso crees. Y piensas: si es que yo tenía que haber sido cantante…
Y ahí queda. Del día siguiente mejor hablamos en otro momento. Creí morir.