Por Karla Lara
Con hilaridad (aunque suena mejor como lo dice la gente en El Salvador “cagada de chiste”) recuerdo el día de la Virgen de Suyapa en la que la corporación asquerosa le hace una velada televisada a tal personaje histórico y yo llegué con un traje sastre negro y blusa roja y el resto de cantantes iban de vestido largo y peinados altos. Me pasaron al salón de maquillaje y la encargada me vio preocupada y me dijo “y a usted qué le hago mija, mmm… le quitaré el brillo de la cara grasosita que tiene”. Parecía la milagrosa revelación de que a ese círculo farandulero efectivamente no pertenecía y la historia lo reafirma: no perteneceré nunca.
Si el arte es en si mismo una propuesta estética de lo que sentimos y pensamos de nuestros entornos como respuesta legítima al burdo entretenimiento impuesto por el sistema que embrutece y niega, pensar y repensar desde lo bello es imperiosamente un acto de resistencia. No digo que lo que cada una de nosotras haga deba gustarle a la gente, a lo que me refiero es que el arte tiene una búsqueda, un camino de trabajo estético. Bien logrado o mal logrado, eso es otro cuento. Pero es resistencia buscar belleza en el camino de la muerte impuesto por quienes mal han gobernado por años y años.
Cantar es resistir, y yo quiero agradecerle a quienes me han acompañado en este camino, les miro y les pienso cuando canto, me recorren el cuerpo sus propias canciones, las historias compartidas, los pequeños triunfos, las grandes hazañas, las locuras vividas, las convicciones conquistadas.
Cantar es resistir y no serán diez años, va a ser toda la vida porque cuando alcancemos un derecho, iremos tras otros, o serán tantos al mismo tiempo que nos tomará la vida cantándolos, y si ponemos el cuerpo y si conspiramos y si nunca olvidamos, vamos a vivir cantando y vamos a vivir resistiendo.
Karla Lara
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