No se trata de transcribir aquí la vasta historia del templo aunque, como es natural, es imprescindible dar unas pequeñas pinceladas. Aún cuando su origen se remonta al siglo VI, cuando el misionero Agustín desembarca en Canterbury para iniciar la conversión de los anglo-sajones en lo que vino a ser una simple abadía. No es hasta 400 años después, en 1.070, cuando empieza a ser reconstruida como catedral por el arzobispo Lanfranco, designado por el duque Guillermo. Posteriormente se han producido incendios, reconstrucciones y ampliaciones hasta lo que hoy es el inmenso templo, sede del arzobispado primado de Inglaterra, cuna de la historia de Inglaterra y el más importante centro de peregrinación cristiana de la isla y, por supuesto, Patrimonio de la Humanidad.
La nave es grandiosa. En su parte central y subiendo unos escalones nos encaminamos al coro, así como a la Trinity Chapel. Aparte de la belleza de sus vidrieras, otro de los puntos destacables es el sepulcro de San Tomás Becket, con su permanente vela encendida. Arzobispo de la Catedral, fue asesinado en el mismo templo en 1.170 por los seguidores de Henry II, que intentaba obtener el control y poder que ostentaba la iglesia anglicana.
Con la misma fascinación con que leemos la descripción que realiza Ken Follet en su ya famosa obra “Los Pilares de la Tierra” nos quedaremos nosotros al poder observar la evolución de la catedral desde un estilo normando, cuyo mayor ejemplo es su torre central de 91 metros de altura, al gótico anglicano que se produce a partir de 1.174, fecha en la que ocurre uno de sus incendios.