Canto a España y la siento hasta la médula

Publicado el 05 junio 2019 por Monpalentina @FFroi
Lorca, considerado para muchos como el más universal de nuestros poetas junto con Miguel de Cervantes, era alguien que poseía “duende”, algo irresistible y mágico. “¡La obra maestra era él!”, decía Buñuel. Ian Gibson, que empezó tarde a estudiar su obra pero penetró en ella como pocos, sostiene que “leer a Lorca es recordar que formamos parte de la Naturaleza y estamos rodeados de misterio. Es saberlo y sentirlo. También es desear vivir intensamente el tiempo que nos quede”.

Vitalista intenso o “vidista”, como él decía,  lo que más le atraía era el rico espectáculo de la vida, la libertad de vivir sensaciones e impresiones; y si se le daba a escoger entre la vida y la literatura, por mucho que ésta le interesase, se decidía siempre por aquélla. Por otro lado, la chispa de la simpatía y el entendimiento se producían instantáneamente porque Federico era dueño de armas irresistibles para llegar al corazón de sus interlocutores; su carácter fogoso, joven, impulsivo, de imaginación velocísima, derribaba todos los obstáculos. También rezumaba “sur” por todos sus poros y se consideraba español en profundidad: precisamente en una entrevista realizada en junio del 36 dijo:
“Yo soy español  integral, y me sería imposible vivir fuera de mis límites geográficos; pero odio al que es español por ser español nada más. Yo soy hermano de todos y execro al hombre que se sacrifica por una idea nacionalista abstracta. El chino bueno está más cerca de mí que el español malo...Canto a España y la siento hasta la médula; pero antes que esto soy hombre del mundo, y hermano de todos”.

En estas hermosas palabras quedaban patentes sus ideas sobre política, sobre la vida y sobre el hombre. La inmensa compasión que sintió siempre por los desprotegidos fue probablemente su gran pecado, y causa también de las envidias y los odios que ocasionaron su muerte. Por eso defendió a los gitanos, y también a los negros  de Nueva York al percibir la situación de desprecio y marginación en que vivían.
“Yo nunca seré político –dijo en otra entrevista en 24 de mayo- yo soy revolucionario, porque no hay verdadero poeta que no lo sea...pero político no lo seré nunca ¡nunca!”. 

Hay que decir, sin embargo, que a pesar de su escaso gusto por la política, Lorca no dejó de sentir el latido de su tiempo, que era de signo social y de anhelo de progreso para los humildes.
Juan Ramón Jiménez ve a Lorca de cinco razas: “cobre, aceituno, blanco, amarillo, negro, como los anillos de cinco metales para el rayo”. En cambio su compañero de generación Vicente Aleixandre veía “ese noble Federico de la tristeza, ese hombre de soledad y pasión, que difícilmente podían adivinarse en el vértigo de su vida”.
También llevaba Lorca la música en la sangre, interpretando admirablente el piano al poco tiempo de estudiarlo, e incluso componiendo algunas piezas breves; sin embargo, lo más impactante eran sus improvisaciones cuando se sentaba ante el instrumento. “Se daba por entero a la música y a la letra de la canción, que tocaba con su voz cálida, mojada, algo bronca; y cuando terminaba, miraba retador y sonriente a quienes le habían escuchado, como diciéndoles: ¡Esto es España!”.
Federico García Lorca nació en Fuentevaqueros, un pueblecito granadino de casas blancas y geranios en las ventanas; desde niño amó la tierra y se sintió ligado a ella en todas sus emociones. También desde niño entró en contacto con la poesía oral, los romances y cantares populares que escuchaba en el campo, en las veladas familiares o a las criadas de la casa. Sin embargo, estudió poco y sin ganas las asignaturas del Bachillerato, y ya en la Universidad, eran frecuentes las escapadas en grupo a la Alhambra, donde en un rincón apartado leían o recitaban a algún poeta...
Vivió desde 1919 a 1928 en Madrid, en la Residencia de Estudiantes, y en 1923 acabó la carrera de Derecho, que nunca ejerció. Ya metido irremisiblemente en el mundo de la literatura, pensaba Lorca que la poesía “es algo que anda por las calles, que pasa a nuestro lado; todas las cosas tienen su misterio, y la poesía es el misterio que tienen todas las cosas”. Por eso se suceden las publicaciones de libros poéticos y los estrenos de sus obras teatrales: en 1928 “El Romancero Gitano”, coincidiendo la mayoría y la minoría en admirar aquellos romances en que fantasía y misterio se conjugan para conmover las profundidades espirituales más íntimas del pueblo.
En ese mismo año viajó a Nueva York, entrando en el trasfondo trágico de la ciudad y comprendiendo que tras su fachada impresionante había mucha angustia y soledad. En 1929 publicó “Poeta en Nueva York”,  que expresa el impacto que en su corazón de poeta dejó aquella ciudad monstruosamente civilizada. A su regreso, fundó “La Barraca”, teatro universitario ambulante que llevó lo mejor de nuestro teatro clásico por los pueblos.
En 1927 se estrenó “Mariana Pineda”, la representación perfecta de la mujer que se debate entre la libertad y el amor, y su primer éxito teatral. En 1933, “Bodas de sangre”, drama basado en hechos reales ocurridos en un pueblo de Almería; el centro de la obra es el amor prohibido y visceral, por encima de trabas y limitaciones: la huida de la novia con Leonardo, la misma noche de bodas, es la realización de una fuerza interior a la que ambos se rinden. Es el destino, que los llevará a la tragedia y a la muerte. En 1934 estrenó “Yerma”,  obsesión por el instinto maternal no satisfecho. En 1935 muere su amigo Ignacio Sánchez Mejías toreando en la plaza, y Lorca le escribe unas páginas emocionadas y llenas de dolor: “El Llanto por Ignacio Sánchez Mejías”. Por fin, en 1936 acaba la que será su última obra: “La casa de Bernarda Alba”,  obra que no llegó a ver representada pues no se estrenó hasta 1946. En ella, Bernarda aísla del mundo exterior a sus hijas amparándose en el rito del luto tradicional, y las paredes de la casa son el límite de las obsesiones y los deseos en  que se ahogan las cinco jóvenes. De nuevo la libertad y la rebeldía conducen a la muerte.
El teatro de Lorca era entonces el único que pudo juntar al gran público y a la minoría. Europa, al descubrirlo tras la guerra, quedó deslumbrada al leer a este hombre que hablaba de pasiones auténticas y universales, y que restituyó lo trágico como valor dramático.
Ganó Lorca considerable dinero con su teatro, y con él  abrigaba la ilusión de poderse construir una casa a orillas del Mediterráneo... Pero el clima político se recrudeció en España , y con él la lucha entre las derechas y las izquierdas. Los intelectuales, en su mayoría de izquierdas, representaban un peligro para los sublevados en julio del 36. Por eso, y tras una vergonzosa e ilegal detención, en la madrugada del 19 de agosto cayó el poeta junto a un olivar situado en las afueras de Víznar; hoy creen algunos investigadores en la posibilidad de que en sus últimos momentos, el sentimiento de terror que sin duda tenía se viese acrecentado por la burla y acaso por la tortura.
Todos los poetas del mundo, y todos los hombres de bien lloraron su muerte... 
Imagen vista en: Planeta de libros

Sección para "Curiosón" de Beatriz Quintana Jato.