Alguna vez se dijo que era único en el mundo. Pero no. En España y otros países hay monumentos similares. De todas maneras, no puede negarse que Buenos Aires es una de las pocas ciudades que tiene representada, y en mármol del mejor, a la figura de esa nena cuya historia se transmite en forma oral o escrita desde hace siglos y en todos los idiomas: la legendaria Le Petit Chaperon Rouge, o simplemente Caperucita Roja.
La obra no supera los dos metros de altura y puede verse en cualquier momento en un sector de la plaza Sicilia, en Palermo. Está junto a la avenida Sarmiento, metros antes de llegar a la avenida del Libertador y sobre la mano izquierda, según el sentido del tránsito. La realizó el escultor francés Jean Carlus (1852-1930), un hombre nacido en la zona de la Dordogne. Fue miembro de la Societé des Artistes de su país desde 1886 y sus trabajos recibieron múltiples premios. La escultura que recuerda a Caperucita en la Ciudad fue comprada por la entonces Municipalidad en 1937 y hasta 1972 estuvo en Plaza Lavalle, cerca de la avenida Córdoba, entre Talcahuano y Libertad. En ese lugar después se colocó la estatua del ex presidente Hipólito Yrigoyen.
La imagen que está en Palermo recuerda aquella historia de la chiquita que iba a visitar a su abuela enferma, un cuento de trasmisión oral que mostraba la seguridad de los poblados y lo peligroso del bosque, algo típico del tiempo medieval. Aquella leyenda fue recogida en 1697 por Charles Perrault (1628-1703) en un libro al que se lo conoce como “Los cuentos de la mamá Gansa”, por el dibujo que ilustraba su tapa. El cuento de Caperucita tenía un final trágico porque la nena y su abuela terminaban comidas por el lobo. La moraleja planteaba lo inconveniente de hablar con desconocidos, como había hecho ella en el camino del bosque.
Los historiadores cuentan que en 1812 los hermanos Grimm –Jacob (1785-1863) y Wilhelm (1786-1859)– modificaron ese final incluyendo la figura del leñador que mataba al lobo y recuperaba a Caperucita y a su abuela. Desde entonces, ese agregado se convirtió en el texto completo que llega hasta nuestros días.
La estatua está hecha en un solo bloque de mármol blanco en el que se ve a la chiquita con su clásica caperuza y llevando la canasta con alimentos para su abuela y, en la otra, un ramo de flores. Detrás, aparece la imagen del lobo que se asoma acechante. La síntesis lograda por Carlus es más que elocuente y grafica muy bien el espíritu de esa leyenda que sigue pasando de generación en generación. Después de haber sufrido algunos daños (el vandalismo siempre puede más que el arte) la obra fue restaurada en 2010 y colocada nuevamente en la plaza Sicilia. La figura de la nena es muy parecida a la que se observa en otra obra de Jean Carlus, pero que nunca salió de Francia. Lleva por título “El agua” y en principio estaba destinada a la Place du Capitole, en Toulouse. Sin embargo, después la ubicaron en el Jardín de Michelet, en la zona de Bonnefoy, el barrio más popular de esa ciudad.
Además del monumento, en Buenos Aires hay otra referencia al antiguo cuento europeo. Es la calle Caperucita, de una sola cuadra. Está en la zona de Parque Chacabuco, entre Picheuta y avenida Del Barco Centenera. La designación con ese nombre se realizó mediante la ordenanza 1.424 del 30 de diciembre de 1925, mucho antes de que el monumento llegara a la Ciudad.
(…)
EDUARDO PARISE
“Huellas de Caperucita en la Ciudad”
(clarín, 15.04.13)