Capítulo 1

Publicado el 12 junio 2018 por Carlosgu82

1. EL RELOJ MARCABA LAS TRECE Y LA NOCHE CAÍA LENTAMENTE…

Un pequeño y dulce pueblo en la montaña más lejana de la capital, esconde la flora y la fauna más preciada para cualquier biólogo cualificado y con ganas de descubrir mundo. Hay que tener en cuenta que es él, el biólogo, el cual debe cuidar de todos los animales y plantas, pero si no tiene cerebro para hacerlo no lo hará. Puede que no sepa que cada especie de animal cumple una función y son todas necesarias para que la naturaleza siga su curso.

Nunca un duende dejará de acudir a la llamada de otro duende. Así es desde hace cientos de años y así seguirá siendo siempre. Por eso todos los duendes viven tranquilos, a diferencia de los humanos, los cuales somos capaces de dejar llorando hasta a la criatura más pequeña del mundo, simplemente por satisfacer nuestras propias necesidades. Aunque la casa de los duendes esté perdida en un bosque allá en el fin del mundo o en lo más alto de la montaña, saben perfectamente que siempre les protegerá otro duende, porque en realidad nunca dejan de estar solos. Puede que algunos de ellos vivan en un lugar recóndito, entre las raíces de alguna especie de árbol, donde casi siempre hace frío, incluso en verano. En invierno hay más de un metro de nieve, pero eso a los duendes no les preocupa, porque pesan tan poco que es muy raro que puedan hundirse en la nieve. En cambio a los humanos, hasta la más mínima tontería puede hacernos dudar de lo que valemos, e incluso plantearnos en ocasiones de dónde venimos y adónde vamos. En todas las casas de duendes, hay una especie de mascota parecida a las ratas, que de aspecto no es muy agradable, pero les son útiles para mantener la casa libre de insectos. Además son cariñosos y alegres, y excelentes compañeros de juego de los más pequeños de la familia. Cuidan a sus mascotas como a su propia vida, y nosotros, a los animales los tratamos en ocasiones como si fuesen basura, cuando ellos son los que por sus dueños serian capaz de todo. Con nuestra actitud hacia estas inofensivas criaturas demostramos que los únicos animales que hay somos nosotros.

En ocasiones, pero desgraciadamente durante muy pocas, ocurre el milagro de que algún humano se percata de la suerte que tiene de vivir donde vive y ser como es. Cuenta la leyenda más dulce de todas, esa que está hecha con sueños, con trozos de gominola y con destellos de alegría, que una vez la eternidad acabó. Te prometió quererte para siempre, quererte cada segundo de vida, quererte toda la eternidad. Pero la eternidad tuvo fecha y final. Él llegó y trastocó toda su vida. Te dejaste llevar por la forma que tenía de retirarse el pelo, por sus delicadas manos y por sus besos a escondidas. Y entonces descubriste que la eternidad no tuvo ni fecha ni final. Simplemente, se la había quedado él…