Capitulo 1. un atardecer en xerxes

Publicado el 25 julio 2023 por Johnny Zuri @johnnyzuri

Capítulo 1: Un atardecer en Xerxes

ANTES DE CONTINUAR… SI TE HAS PERDIDO EL CAPITULO ANTERIOR (INTRODUCCION) LEELO ANTES DE SEGUIR:

XERXES. INTRODUCCIÓN

El atardecer en Xerxes siempre estaba lleno de colores que jamás se veían en la Tierra. Aidan y Elara estaban sentados en el apartamento de él, mirando el espectáculo celestial.

«Es increíble, ¿no es cierto?» dijo Aidan, con una sonrisa. «Cada día, nunca es el mismo atardecer dos veces.»

«Es hermoso,» dijo Elara, apoyándose en su hombro. «Al igual que el hecho de estar aquí contigo.»

Los dos se quedaron en silencio durante un rato, solo observando el atardecer. Luego, Elara comenzó a hablar sobre su día. Le contó acerca de su trabajo en el Centro Espacial, de sus colegas, de cómo la Tierra se veía durante el amanecer.

Aidan escuchaba con atención, su mirada perdida en el rostro de Elara. Le encantaba escucharla hablar, le encantaba aprender sobre la vida en la Tierra, sobre las cosas que él nunca había experimentado.

Luego, fue el turno de Aidan para contarle sobre su día. «Es muy tranquilo aquí,» comenzó. «La mayor parte del día, me encuentro realizando mantenimiento en la estación, comprobando los sistemas de soporte vital, preparando mi comida… La verdad, es que no hay mucho que hacer cuando se es el único habitante de un planeta.»

Elara se rió suavemente. «Debe ser muy difícil esa soledad,» dijo.

Aidan asintió. «Lo es. Pero cuando estás aquí, esa soledad desaparece.»

Elara pensó por un momento y luego sonrió. «¿Y si pudieras tener una mascota? Eso podría aliviar un poco la soledad. Voy a hablar con las autoridades, a ver si me permiten traerte algo.»

La idea de una mascota pareció sorprender a Aidan. «¿Crees que te permitirán hacer eso?» preguntó.

«Bueno, no estoy segura,» dijo Elara, «pero podemos intentarlo. Aunque, para ser honesta, ellos ni siquiera deberían saber que te visito. El Gobierno Global no permite hablar de nuestros encuentros, y estos deberían ser solo esporádicos, pero yo… simplemente no puedo dejar de venir.»

Aidan sonrió y le tomó la mano. «No podría soportar si dejases de venir,» dijo.

La hora pasó rápidamente, como siempre. Casi al final, Elara recordó algo que había leído recientemente. «Hablando de soledad, ¿sabías que Bill Cates está desarrollando un experimento? Quiere encontrar minúsculos satélites alrededor de los planetas del sistema solar.»

Aidan pareció sorprendido. «Eso suena interesante, pero… ¿Cómo podría eso ayudarme aquí?»

Elara se encogió de hombros. «No estoy segura. Pero Xerxes está tan cerca de Marte, tal vez pudiera haber algo útil para ti ahí. Vale la pena investigar, ¿no crees?»

«Supongo que sí,» dijo Aidan. «Definitivamente es algo en lo que pensar.»

Y con eso, la hora de Elara en Xerxes llegó a su fin. Se levantó y miró a Aidan. «Hasta mañana,» dijo, dándole un rápido beso antes de dirigirse hacia su nave. Aidan la observó hasta que desapareció en la oscuridad del espacio. Hasta mañana, pensó. Hasta el próximo atardecer.

Capítulo 2: Una noche en Xerxes

Esa noche, Aidan no pudo dormir. Elara se había ido, pero las palabras que le había dicho se quedaron con él, llenando su pequeño apartamento con una presencia casi tangible. Mientras las luces de la estación parpadeaban suavemente en el silencio, Aidan se encontró sumido en sus pensamientos, contemplando las posibilidades que Elara había planteado.

¿Una mascota? Era una idea extravagante, sin duda, y la sola idea de tener otro ser viviente en Xerxes era suficiente para hacer que su corazón se agitara de una manera que no había sentido en mucho tiempo. Los días podrían pasar más rápido, pensó. La soledad no se sentiría tan pesada. Pero ¿cómo se sentiría una criatura al estar atrapada en un lugar como este, al igual que él? Aidan no estaba seguro de querer imponer ese destino a ningún ser vivo.

Los robots que le habían acompañado durante todos estos años, productos del ingenio humano y la tecnología avanzada, eran su única compañía. Programados para realizar tareas de mantenimiento y apoyo vital, los robots eran su único contacto con la civilización, su único recordatorio de que había un mundo más allá de Xerxes.

La idea de los satélites minúsculos de Bill Cates también ocupó su mente. ¿Quién era este hombre? Aidan recordaba vagamente el nombre, probablemente de alguna de las transmisiones de noticias que solía escuchar de niño en la Tierra. Pero en el aislamiento de Xerxes, las noticias de la Tierra parecían tan distantes como las estrellas que brillaban fuera de la ventana de su apartamento.

Se levantó de la cama y caminó hasta la ventana, mirando la negrura del espacio. Allí fuera, en algún lugar, Elara estaba volviendo a su hogar, a su mundo. Y allí estaba él, en su propio mundo, solo. ¿Podría algún satélite microscópico cambiar eso? ¿Podría hacer que su vida en Xerxes fuera menos solitaria?

Aidan recordó su infancia en la Tierra. Recordó la casa en la que creció, los juegos en el parque, la sonrisa de su madre. Pero los recuerdos más vívidos eran los del viaje a Xerxes. Aún podía oír el rugido de los motores de la nave, sentir la vibración del lanzamiento, ver los rostros de sus padres reflejados en la ventana de la nave mientras la Tierra se encogía y desaparecía en la distancia.

Aidan fue uno de los pocos niños seleccionados para el programa de colonización de Xerxes. Sus padres eran científicos, brillantes y dedicados, y designados para liderar la misión. Aidan recordaba sus lecciones, enseñándole cómo operar los robots de la estación, cómo mantener los sistemas de soporte vital, cómo sobrevivir. Nunca pensaron que Aidan tendría que hacer todo eso solo.

El accidente que había destruido la nave y había terminado con la vida de sus padres y de todos los demás colonos fue un recuerdo borroso y distante. Pero la soledad que siguió, eso era algo que Aidan recordaba muy bien. Día tras día, esperando que vinieran a rescatarlo. Día tras día, esperando una respuesta a sus transmisiones. Día tras día, solo.

Hasta que Elara apareció en su vida. Recordó el primer día que la vio, su rostro apareciendo en la pantalla de su equipo de comunicaciones, sus ojos brillantes y llenos de vida. Aidan nunca había conocido a alguien como Elara. Ella era curiosa, aventurera, amable. Ella era su conexión con la Tierra, su conexión con la humanidad.

Aidan volvió a la cama, pero el sueño seguía eludiéndolo. Los pensamientos de Elara, de los satélites de Bill Cates, de una posible mascota, giraban en su cabeza. Pero había algo más, una pregunta que no podía sacudir. ¿Por qué Elara se arriesgaría tanto por él? ¿Por qué desafiaría al Gobierno Global, arriesgándose a un castigo severo, sólo para pasar una hora con él cada día?

No tenía las respuestas. Todo lo que sabía era que la espera hasta el próximo atardecer, hasta la próxima visita de Elara, se sentía como una eternidad. Y en la soledad de Xerxes, esa era la única verdad que importaba.

Aidan estaba solo en la oscuridad de su apartamento, las luces parpadeaban suavemente en la quietud. Su mente estaba llena de preguntas y la soledad parecía hacerlas aún más grandes, aún más inquietantes. ¿Cómo podría ser posible que Bill Cates, un hombre que sólo recordaba vagamente de su infancia, tuviera algo que ver con su vida en Xerxes? ¿Cómo podrían unos satélites minúsculos cambiar su situación de aislamiento?

Pero no eran sólo estas interrogantes las que inquietaban a Aidan. Había otras, más personales, que no dejaban de rondar su mente. El segundo encuentro con Elara había sido tan impactante como el primero. Recordaba claramente cómo había cuestionado sobre la posibilidad de regresar a la Tierra con ella. La respuesta de Elara le había dejado estupefacto.

Un virus. Un virus en Xerxes que podía diezmar la humanidad en la Tierra en cuestión de semanas. Aidan estaba inmunizado contra él, pero la mayoría de los terrícolas no lo estarían. Solo unos pocos, como Elara, podían resistirlo y esa era la razón por la que había sido elegida para hacer el primer contacto con él.

Pero ¿y si había más personas inmunes? ¿Y si podían encontrar una manera de utilizar este virus, no como una amenaza, sino como un medio para abrir Xerxes a más visitantes? La idea parecía una fantasía, pero en la soledad de su apartamento, Aidan se permitió soñar.

A medida que las horas pasaban, su mente volvía una y otra vez a Elara. Ella estaba arriesgando tanto para estar con él. A pesar de que el Gobierno Global le permitía visitas esporádicas, sus encuentros diarios eran una violación a las normas. Ella estaba dispuesta a desafiar al mundo por pasar una hora con él cada día. La idea le provocaba una mezcla de admiración y confusión. ¿Por qué lo hacía? ¿Por qué él, Aidan, un solitario habitante de un planeta aislado valía ese riesgo?

No tenía respuestas, solo más preguntas. Y con cada pregunta, la espera hasta el próximo atardecer, hasta la próxima visita de Elara, parecía extenderse. En la soledad de Xerxes, Aidan se encontraba a sí mismo deseando que las horas pasaran más rápido, deseando que la luz del atardecer trajera consigo a Elara y las respuestas a las preguntas que llenaban su mente.

Con el amanecer, las luces de su apartamento brillaron un poco más fuerte, como un recordatorio de que otro día había comenzado en Xerxes. Pero para Aidan, cada amanecer no era más que un recordatorio de su soledad, y cada atardecer, una esperanza de encontrar respuestas. Respuestas que sólo Elara podría darle.

Y así, con la llegada del nuevo día, Aidan se encontró con una determinación renovada. Necesitaba respuestas y estaba dispuesto a buscarlas. Con cada amanecer, con cada atardecer, con cada visita de Elara. Porque en la soledad de Xerxes, Aidan se había dado cuenta de una cosa: ya no estaba solo. Y eso, más que nada, era suficiente para mantenerlo adelante.