Por último otra situación en la que también aparecían los indomables remolinos, era la de total reposo en la noche en la cama, pero el reposo no debía ser total y fruto de la pelea con la almohada, también surgían los remolinos, estos si cabe los más indomables de todos.
Hablando de la longitud del cabello, esta podía ir desde la modernita melenita a un cabello abundante o lo que en mi caso se empeñaba mi padre en hacernos a mi hermano y a mi con la excusa de que el pelo creciese fuerte, nos lo cotaba tanto que cuando te pasabas la mano a contrapelo por la nuca, el pelo pinchaba, el sigue convencido de que gracias a eso mi hermano y yo que hemos cruzado los dos los 45 no somos calvos, pero viéndole a el que con 81 años mantiene todo el pelo, no cabe la menor duda que el tema es genético. La consecuencia inmediata de estos cortes de pelo era peleas en el colegio cuando algún niño te llamaba pelón o te daba una colleja, en cuantas ocasiones termine en el suelo peleando con otro niño preinformático por esta razón. El colmo de esta obsesión de mi padre por cortarnos el pelo se debió producir cuando yo tenía cuatro años y mi hermano dos, nos corto el pelo al cero en el verano para que estuviésemos fresquitos, siendo el hazmereir en todas las tiendas a las que acompañábamos a mi madre, menos mal que no había ido todavía al colegio porque hubiese tenido el combate del siglo.
A mediados de los 70 coincidiendo con la crisis económica iniciada en el 73 por la subida del precio del petroleo, era frecuente como en todas las épocas de crisis ver a los adultos con el pelo más largo, el paradigma de esto era un futbolista del Atlético de Madrid,
el ratón Ayala, jugador argentino que tenía una femenina melena negra hasta la cintura que cimbreaba al hacer los regates al contrario y un machote bigote negro en el rostro, que hacía en aquella época que en algunos casos al ver una persona de espaldas no supieses si era hombre o mujer, ya que también la moda en la ropa era bastante unisex y no ayudaba a distinguir hombres de mujeres.