Capítulo XVII: El embozado

Publicado el 28 mayo 2024 por Fotograrteblog @fotograrte


Awlin estaba a punto de alcanzar a los ya fugitivos por los túneles, cuando oyó ruido de pasos, procedentes de otro túnel a la derecha. Eran varias personas y no, aquellos no eran las crías de serpientes que aún estaban algunos metros por detrás. ¿Habría descubierto los criados de aquella cosa de la voz plateada que se habían escapado y por dónde iban? Entonces, prestó atención y le pareció que las primeras pisadas eran de alguien conocido... Pero daba igual: las crías de serpientes eran ya visibles al fondo de esa parte del corredor y debía darse prisa para avisar a Frey Kaistos y a los demás.

Se apresuró entonces y los alcanzó enseguida... Para ser más exactos, alcanzó la zona donde les detectó por última vez: el túnel se ensanchaba y daba lugar a una especie de sala, con distintas irregularidades en las paredes. Además, de la apertura por la que todos habían entrado, podían verse otras dos: una, tapada por una gruesa puerta de madera que tenía una apertura para llave grande y dos grandes cerrojos, uno a la altura de los ojos de un humano normal y otro, más o menos a la altura de las rodillas. El color oscuro de la madera hacía que con la poca luz del túnel, fuera prácticamente indistinguible de la piedra que había alrededor.

Sin embargo, detectó también que no había luz pero que en algún lugar de aquellas irregularidades estaban sus amigos, incluido Frey Kaistos, así que se dirigió hacia donde estaba, lo encontró y le dio en un hombro como acostumbraba cuando quería advertirle de algo. El hombre miró hacia donde estaba e hizo un gesto de afirmación con la cabeza. Sabía lo de las serpientes... Pero ¿y lo de los otros que venían hacia allí? 

El siseo de las gigantescas crías se hizo más claro cuando entraron en aquella sala. Entonces, unas velas que los ya fugitivos habían mantenido tapadas proyectaron un haz de luz sobre las crías cuando quitaron la tapa que tenían. Los animales acusaron el cambio de claridad pero aún así siguieron hacia adelante.

Sólo entonces vieron que el embozado que había venido con ellos no se había escondido. Estaba parado a unos tres metros de la puerta guardada por cerrojos, con una espada desenvainada en su mano derecha esperando a atacar a aquellas dos crías de bocas muy grandes con afilados colmillos prestos a clavarse en cualquier enemigo... como, por ejemplo, en el embozado. Ambas crías miraron hacia aquella figura solitaria mientras se elevaban lo que más podían para comenzar el ataque cuando todo el mundo pudo oír el estruendo que provenía desde el túnel. Las crías, inseguras, se miraron entre ellas, momento en que el embozado aprovechó e hirió a una de ellas con un contundente tajo. La otra, sin embargo, aunque también había sido herida, lo había sido mucho menos: una heridita superficial. Pero aún quedaba mucho para vencerlas y ambas miraron aquella figura de nuevo y empezaron a descender con velocidad. 


Pero el embozado fue mucho más veloz, se volvió y, viendo que se iban a abalanzar para aplastarle contra la puerta, se apoyó contra ella y se agarró como pudo al pomo de hierro bastante gastado. La fuerza de ambas hizo que la puerta se estallara y, al abrirse se vio que daba a un gigantesco desfiladero interno, del que no se hallaba a ver el fondo. Fue entonces cuando una lluvia de flechas llovió sobre las crías. La que estaba más herida se tambaleó y acabó cayendo por el precipicio. La otra, sin embargo, había oído el ruido de las flechas, silbando por el aire. Aunque nuevo para ella, advirtió el peligro y las esquivó, abalanzándose contra el lugar donde algunos estaban escondidos. El perro saltó para atacar a la serpiente, pero esta fue más rápida, aunque, al intentar evitar al perro, sufrió el picotazo del búho que volaba sin cesar alrededor de su cabeza.

El príncipe Erevin, que había saltado para enfrentarse a las serpientes si se volvían cuando les dispararon las flechas, vio que el embozado estaba colgado del pomo y con sólo el precipicio bajo sus pies. Así que se tumbó en el suelo y, dando impulso a la puerta para que volviera a su lugar anterior, cogió al embozado y lo entró a lugar seguro. 

Entonces entraron en la sala Lasánides y los demás. Lasánides vio al príncipe en el suelo, intentando coger al embozado y que la serpiente se acercaba peligrosamente. Corrió ágilmente, mientras desenvainaba la espada, y se acercó a la bestia que ya se estaba imaginando el suculento festín.

Pero ante la poderosa espada de Lasánides, la cría tenía poco que hacer. De un tajo, la partió en dos. Una vez que comprobó que estaba muerta de verdad, se acercó un poco más y, con la parte roma de la espada, intentó volverla para verla bien la boca que había quedado debajo de la cabeza. No pudo, así que se bajó e intentó volverla pero sólo no pudo. Pronto, los dos novicios de la portería, Arbil y Eilos, se acercaron y le ayudaron a volverla. Mientras los perros, Uzi y Uzo, ahora ya juntos, fueron a olisquear el cuerpo muerto: era difícil que olvidaran el olor.

Lentamente, el resto se fueron acercando. Frey Kaistos observó con detenimiento a aquellas criaturas y dijo:

- Sí, no hay duda: son serpientes del desierto de Anahay. Esto confirma mis sospechas - le dijo a Lasánides-, esa gigantesca serpiente a juzgar por su piel puso huevos. Lo malo es que no sabemos cuántos más ha puesto. Si mis suposiciones son ciertas, el líquido de sus huevos es venenoso, así que no puedo dejar de preocuparme por Tunadros, que encima abrió el huevo sólo porque yo se lo pedí.

Estaba todo el mundo tan absorto en el cadáver de la serpiente que nadie reparó en la expresión de diversión que tenía el príncipe Erevin: el embozado era LA embozada y, por su forma de luchar, estaba claro que había sido entrenada para ello. No sabía su historia, pero sí que era una Orante. Aquello mejoraba por momentos: la aventura prometía ser muy divertida, porque la insignia que llevaba en la tela que la tapaba la cara significaba que no había aún hecho los votos. Por supuesto, no iba a ser él quien revelase el secreto.

De repente, el hermano que ayudaba en la biblioteca y en el laboratorio, Narusel, dio un grito mirando por el hueco de la puerta:

-Pero ¿nadie se ha fijado? Esto es el antiguo puente de Gärenul, el puente que contaba la leyenda que, el día que se encontrase, iba a señalar el comienzo de una nueva era. Con todas las veces que se ha intentado buscar...

Frey Kaistos se había aproximado a la puerta:

- Pues parece que la leyenda fue profética. Pero tenemos que ver cómo salir de los túneles... porque este puente está inservible.

Awlin le había vuelto a dar en el hombro derecho:

- Y pronto, porque parece que nos siguen - vieron todos que tanto el búho como los perros estaban intranquilos. Mientras que los humanos no oían ni escuchaban nada aún, era claro que los animales y Awlin sí los habían detectado.

- Hay algunos caminos que sólo conozco yo, aunque deberemos separarnos para que les sea más difícil dar con nosotros. Pero debemos alejarnos y llegar a un cruce de túneles que hay casi dos kms desde donde estamos. Seguidme -dijo sonriente el guardián nocturno. Y girándose comenzó a andar por un túnel que quedaba escondido entre las rocas, mientras los demás penetraban detrás de él en la oscuridad de nuevo...