Capítulo 21.- Cantar pegado es cantar
Ya en el cuartelillo de la Guardia Civil, el sargento Miñambres asaeteaba a preguntas a los recién llegados:
– Vamos a ver, ñora. A ver si me aclaru -el sargento Miñambres tenía un acento mitad asturiano, mitad animal de bellotas, simultaneándolos aleatoriamente sin problemas-. Ya se me están sacandu el carné pa saber quié e quié. ¿Los jovencitos supongu son hijos suyos? -miró profundamente a Violeta con esos ojos negro zaino enmarcados por unas cejas tan pobladas que se podía hacer trenzas a lo Pippi Calzaslargas.
– Exactamente, mi teniente -dijo Jacinto-, estas dos criaturas angelicales son vástagos de esta dama y tengo que exigir nuestros derechos legítimos como ciudadan…
– ¡Pooooch! -la mano llena de callos del sargento tapó sin ninguna dulzura y sin ponerle ojitos, la boquita de piñón de Jacinto-. ¡Pero quín le ha preguntao a uté! Periquiiito, que me ha salidu parlanchín y leguleyo. Y de teniente, ná. Sargento y a mucha honra -el sargento estaba sembrado y locuaz; le gustaba la situación-, a ver, ñora. ¿Que ha pasadu en la ambulansia al sujeto conocío por Toribio y con galones de agente privado de la autoridad? Que se me lu han cargao. O casi… Y tú periquín… calladitu que te arreu con la batuta de goma, conocida como porra, diferente al churro. A vel, ñora, a cantar como la Pantoha.
Capítulo 22.- El mío está primero
Mientras el sargento Miñambres continuaba dando sus clases de extraño asturiano al heterogéneo grupo de detenidos (por cierto, el amasijo de pizza regada con pis, ya se había enfriado por completo), Pedro seguía allí entre los restos de su chalet, más parecido ahora a los restos de Fort Apache tras el ataque de los indios. Entre las cenizas relucían algunos trozos de cristal y cerámica gracias a la luz que le llegaba de las llamas que consumían el chalet de Jacinto y eso le proporcionaba un gran placer.
Todo quedó interrumpido con el sonido de la sirena de los bomberos que acudían allí tan solo dos horas después de recibir el aviso ya que antes habían tenido que rescatar a un gatito atorado en el tubo de un desagüe. Para disimular, Pedro cogió del jardín un cubito de playa y lo llenó de agua de la piscina para simular que estaba tratando de apagar el fuego, aunque se sorprendió al ver cómo los bomberos iban directamente al chalet de Jacinto y no al suyo.
– ¡Oigan! ¡Que el mío está primero! -les gritó.
Pero los bomberos no le hicieron caso y dirigieron sus mangueras hacia las llamas que devoraban el chalet vecino.