Capítulos 27 y 28 (Un cadáver exquisito)

Publicado el 11 abril 2019 por Carlosgu82

Capítulo 27.- Un barco cargado de…

Pedro estaba ensimismado leyendo la agenda de Jacinto. Allí había muchas cosas extrañas, por ejemplo una interminable lista de partidas de melones con destino a un barco que hacía la ruta Valencia-Shangai. ¿Tanto gustaban en Shangai los melones españoles? Curiosamente, por cada partida de melones aparecía otra lista con el encabezado “C11H19N3O” y debajo diversas cantidades seguidas de la palabra “etirimol”. También aparecía repetidas veces el nombre de McKarran, el dueño del laboratorio Future Farma y de un tal Rodríguez (quizás el Rodríguez del laboratorio que había comprado con una OPA hostil). ¿Qué sería todo aquello?

– Perdona que haya llegado tarde, Andrea -dijo David.

– Vienes todo sudado, y además… hueles a pis –le recriminó Andrea.

– Es que un chico se hizo pis cuando el policía nos paró y se bajó ella… -trataba de explicar David.

– O sea, ¿que estabas con un ligue?

– Sí, pero no es eso, es que éramos más porque…

– O sea, que has estado de juerga -sentenció Andrea.

Decididamente fue bastante laborioso explicarle a Andrea Canoli todo lo que le había sucedido.

– Deme una explicación convincente -dijo el sargento Miñambres.

– No, con Vicente no, con Jacinto, pero mi marido es Pedro -le respondió Violeta.

– ¿Pero con cuantos hombres ha estau usté? -inquirió Miñambres que iba a proseguir cuando un bombero entró en las dependencias y le entregó un informe.

Capítulo 28.- Pe, pe, pe, pepepe, pe, pe

El sargento miró por encima el informe y chilló:

– ¡Tarta! ¡Uno de los que te gustan! ¡Ven pá cá chando lesches!

El tal “Tarta” era el guardia primera José Peláez. Pepe Peláez. Tartamudo.

Pepe no había sido siempre tartamudo. Fue el número uno de su promoción en la escuela de La Guardia Civil de Valdemoro. Matrícula de honor en la especialidad de “Análisis científico criminológico”. Un verdadero portento en el seguimiento riguroso de todo tipo de pistas y evidencias de los casos más complejos hasta su resolución, dominando la informática relacional de las múltiples bases de datos policiales a la altura del mejor hacker mundial. Iba directo a la Interpol. Dejó a una novia por no perderse un capítulo del C.S.I. Pero tuvo un mal día que le arruinó para siempre su hoja de servicios.

Acudió a un 069 (atraco a mano armada en club de alterne) en la nacional 5 a la altura de Navalcarnero (Madrid). Él era un detective, un analista, no un guardia de intervención… pero ese día le estaba haciendo el turno a su amigo y compadre Chencho Gandía, un cachondo que tenía que bajarse a los carnavales de Cádiz, sí o sí. Era el alma de la comparsa “Verde que te quiero verde”, formada por miembros de la Benemérita y que este año participaban con la chirigota “Manos arriba, esto es un sobaco”.

En esas que se presentó Peláez, en el parking de la wiskería “La Almeja Juguetona”, mareado de la carrera con el Land Rover en el que le había llevado a todo meter el guardia Fermín Alonso, que se creía llevaba los genes de conductor de Formula 1 por esa coincidencia en el apellido. Cuando se bajó del vehículo no le dio tiempo a besar el suelo como el Papa (que era lo que pensaba), porque una nube de perdigones de caza que salió de la escopeta recortada de Yonqui Pur, el chorizo más peligroso de este lado del Manzanares, le hizo tirarse dentro del Land Rover volcándose encima un cubo con el vómito de una heroinómana que había sido llevada con anterioridad a este suceso.

Del asco que le dio, salió rebotado al exterior y sacó su pistola reglamentaria para hacer frente a Yonqui Pur que huía con el botín de las meretrices, mientras que estás le tiraban botellas de Chivas de garrafón. Pero los ácidos que contenía la sustancia viscosa del cubo le hicieron distorsionar el punto de mira disparándosele el arma con la mala fortuna de darle a Fermín en sus partes más intimas. Fermín abandonó el Cuerpo y ahora actúa de camarero en restaurantes donde canta ópera mientras sirven, porque se le quedó voz de canario flauta. Más o menos como de soprano estilo Farinelli, Il Castrato, pero como era de Huesca profunda, su especialidad era cantar jotas en falsete. Impresionante. “Los pelos, como escarpias se me ponen” decían cuantos le escuchaban. Del disgusto, Pepe Peláez se quedó tartamudo, y asuntos internos le relegó al cuartelillo de Collado Mediano para que le diera el aire serrano y sin posibilidad de promoción para siempre de los jamases. Pero nunca perdió el instinto de perro perdiguero siguiendo un rastro y cuando vio ese informe de los bomberos, tuvo un escalofrío:

– Aquí qui qui qui a a a a hay ca ca ca so, mi sar sar sar sargento. Se se se lo digo yo.