Capítulos 43 y 44 (Un cadáver exquisito)

Publicado el 19 abril 2019 por Carlosgu82

Capítulo 43.- Patadón 2 – Tiqui taca 1

El  terreno  de  juego  estaba  mejor  que  nunca,  habían pasado el rastrillo y rellenado los hoyos con arenilla. En las cuatro esquinas del campo habían brotado unos cardos borriqueros que se clavaban en las pantorrillas de los intrépidos lanzadores de corner. Las líneas del campo las habían repasado –como un partido de esta categoría exigía- con tiza aprovechada tras machacar todos los trocitos pequeños de las que ya quedaban inservibles para seguir escribiendo en la pizarra. El graderío, un banco de piedra (“poyo” lo llaman en La Mancha) estaba repleto; se calcula que habría en él más de cinco personas. El árbitro era un cura con sotana que con aire marcial tocó el pito (el silbato, quiero decir) y comenzó el partido.

Los chicos de La Salle dominaban el juego realizando todo tipo de florituras que sólo terminaban cuando un empujón, zancadilla o patadón contrario se empotraba contra ellos. Sin embargo, los pijos de La Salle estaban más pendientes de que no se ensuciase de polvo su uniforme que de otra cosa, tanto es así que en un despeje del central del Caridad, desde el centro del campo, el balón llegó hasta la portería contraria en una vaselina perfecta logrando así el primer gol, ante la sorpresa del arquero de La Salle que, en aquél momento se estaba peinando.

El árbitro los miró como diciendo “venga, que hay que estar más atentos” y se arremangó la saya, dándoles la pista para que La Salle también se arremangase y metiese en faena. Fueron así poniendo cerco a los de Caridad que se defendían como gato panza arriba y si no les metieron un gol fue precisamente porque los de La Salle eran incapaces de hacer nada sin recrearse en lo que hacían y así siempre daban tiempo a que abortasen el remate final. Sin embargo, Enrique Javier Francisco, su medio volante ofensivo, hizo una rabona y tras dos bicicletas y un sombrero, antes de dejar caer el balón realizó una chilena que –aunque no impactó de lleno en el balón fue lo suficiente para que el balón se dirigiese llorando hasta la línea de gol y finalmente ¡tui! ¡tui! besó la malla.

El segundo tiempo fue más de lo mismo y ya estaban pensando en la prórroga cuando David aprovechó que un defensa contrario estaba llorando porque se había desollao una rodilla  y  sin  pensárselo  dos  veces  pegó  un  trallazo  que  sin contemplaciones se estrelló en el larguero traspasando a continuación la línea de gol y dando la victoria y la gloria final al Atlético Caridad. El patadón y tentetieso habían derrotado al tiqui taca.

Capítulo 44.- Don Peridone no perdona

David no volvió a ver a Andrea hasta muchos años más tarde cuando entró a trabajar en la pizzería y nunca tuvo muy claro qué tipo de relación hubo con su madre, si es que existió alguna relación.

Andrea y la Fermi viajaron hasta Nápoles y allí se alojaron en una casa cerca del puerto. Ella se quedaba al cargo de la pequeña casa y él se iba a trabajar al puerto, así durante mucho tiempo sin nada digno de reseñar. Aunque se lo había explicado, la Fermi aún no entendía en que consistía el trabajo de Andrea.  Un día le sorprendió que llegase a casa con un melón… de madera. “¡Qué regalo tan bonito, se parece a los melones de mi melonar!” pensó la Fermi, quien lo cogió con esmero y lo colocó encima de la tele sobre un pañito de encaje de bolillos de Almagro.

Cuando llegó esa noche Andrea empezó a rebuscar. La Fermi le preguntó que qué buscaba y él dijo que un melón de madera que había llevado a mediodía. La Fermi, toda orgullosa le señaló la televisión. Andrea quedó horrorizado y fue corriendo a por él, sin tener ninguna consideración ni por el pañito ni por el esmero con que lo había colocado la Fermi, quien lo había frotado todo bien con lejía y después le había dado una capa de cera Alex para que quedara más reluciente. Por culpa de la precipitación y la capa de cera que le había dado, se cayó el melón al suelo y… se cató, o sea, que se partió y salieron de su interior unos polvos blancos. “¡Mierda! ¡Se ha roto y todo el etirimol está por el suelo!” gritó Andrea.

Se  hizo  un  silencio  y  una  sombra  se  proyectó por la puerta. Andrea miró y quedó petrificado. Era Don Peridone, el máximo capo de aquella zona napolitana. Todos quedaron en silencio y con voz muy suave, Don Peridone susurró: “Andrea, ya veo cómo cuidas nuestro material. Te vas a pasar una larga temporada en el carguero Shanghaitum que parte esta noche”.

Andrea ni siquiera recogió sus cosas. Simplemente, cabizbajo, caminó como un espectro y su sombra, cual espectro, le siguió. Allí acabó la aventura napolitana de la Fermi que tuvo que volver en el primer barco mercante que salía hacia Valencia y de allí a Ciudad Real a recoger a su hijo. Después, con el dinero extra que seguía produciendo su melonar gracias a unas cosechas que no cataba nadie, se instalaría en Madrid con su hijo.