Si el tiempo guarda todos esos instantes y todas esas palabras mágicas y posibles, me gustaría que volviera atrás, que deshiciera su minutero, que congelase sus latidos. A un año, a un día, a un segundo concreto para rectificar mis errores, borrar mis faltas, rememorar una voz que se fue, pulir los malentendidos, abrazar un recuerdo dormido. Pero este señor se empeña en avanzar impertérrito, sin escuchar mis súplicas, ajeno al dolor humano y a la añoranza de los años pasados. He frenado todos los relojes y he quemado todos los calendarios pero es imposible engañar al tiempo. Sólo quería una cita con él, yo, simple mortal, esclava de sus minutos y de sus caprichos, títere de sus designios, presa de sus antojos. Una cita, un día cualquiera, a una hora indeterminada, con los minutos por determinar, con los segundos sin establecer. Pero no me lo ha concedido. Sólo pedía un instante a un señor que tiene todo el tiempo del mundo. Comprendo que es imposible volver atrás y que el presente rápidamente se transforma en pasado. Lo comprendo ahora, cuando el reloj abandonado sin vida en aquella playa se asoma a la superficie, se despierta de su letargo e inicia su lento e incesante tic tac.
Si el tiempo guarda todos esos instantes y todas esas palabras mágicas y posibles, me gustaría que volviera atrás, que deshiciera su minutero, que congelase sus latidos. A un año, a un día, a un segundo concreto para rectificar mis errores, borrar mis faltas, rememorar una voz que se fue, pulir los malentendidos, abrazar un recuerdo dormido. Pero este señor se empeña en avanzar impertérrito, sin escuchar mis súplicas, ajeno al dolor humano y a la añoranza de los años pasados. He frenado todos los relojes y he quemado todos los calendarios pero es imposible engañar al tiempo. Sólo quería una cita con él, yo, simple mortal, esclava de sus minutos y de sus caprichos, títere de sus designios, presa de sus antojos. Una cita, un día cualquiera, a una hora indeterminada, con los minutos por determinar, con los segundos sin establecer. Pero no me lo ha concedido. Sólo pedía un instante a un señor que tiene todo el tiempo del mundo. Comprendo que es imposible volver atrás y que el presente rápidamente se transforma en pasado. Lo comprendo ahora, cuando el reloj abandonado sin vida en aquella playa se asoma a la superficie, se despierta de su letargo e inicia su lento e incesante tic tac.